PARTE I , Zona noroccidental. Innsbruck y alrededores.
Lo bueno se hace esperar y por eso este viaje a Austria con un grupo de amigos, ha sido el premio de consolación tras dos años de miedos, incertidumbres y viajes frustrados; conocer Austria, ha sido la excusa perfecta para disfrutar, de nuevo juntos, recorriendo este bello país.
El día 20 de septiembre, martes, salimos a las 5 de la mañana, hacia el aeropuerto de Barajas, para embarcar a las 6,25 h. en el vuelo de Air Europa con destino Múnich, en cuyo aeropuerto recogimos tres coches de alquiler en la empresa “Europcar”, contratada a través de booking, para pasar a Austria, y llegar al final del día a nuestro destino final, Innsbruck; esta ciudad fue el centro desde el que nos desplazábamos cada día para conocer los pueblos y ciudades del contorno.
Puestos en camino, nuestra primera visita fue al CASTILLO DE NEUSCHWANSTEIN, a unos 154 Km del aeropuerto, situado en el estado federado de Baviera, cerca de Füssen (Alemania), a donde llegamos acompañados de una fina lluvia y unas nubes amenazadoras que no presagiaban nada bueno; a pesar del día gris, durante el trayecto hasta el castillo, fuimos disfrutando del verde paisaje de los valles y el blanco de la nieve que cubría las montañas.


Así a las 12,30 más o menos estábamos aparcando los coches y buscando información sobre los horarios para visitar el castillo; creyendo que no tendríamos problemas para sacar las entradas allí mismo, no reservamos online, y resultó que todas las horas estaban completas por lo que no pudimos ver el interior del castillo; como era la hora de comer, decidimos buscar restaurante, otra tarea imposible, pues los que en internet tenían buena calificación, estaban llenos; así que, como el hambre apretaba, a pesar del frio, nos sentamos al aire libre, en la típica terraza con bancos corridos de madera, para comer nuestro primer bocadillo caliente de salchichas alemanas, servidas desde una “Van” por una señora bastante enfadada. Después de comer nos dirigimos hacia la parada del bus que subía hasta las inmediaciones del castillo; teníamos la intención de hacer la subida a pie pero la lluvia nos hizo desistir y nos conformamos con caminar el último tramo que desembocaba en una bifurcación; escogimos la parte derecha que nos condujo a un puente de madera sobre el desfiladero, desde el que se contemplaban unas vistas impresionantes del castillo y de la cascada, que Luis II veía todas las mañanas al levantarse, cayendo con gran fuerza por el estrecho cauce del desfiladero de Pöllat en los Alpes Bávaros.


El camino de la izquierda, conducía a los pies del imponente castillo, del que hay que alejarse para, dadas sus dimensiones, contemplarlo por completo, erguido entre la frondosidad de árboles y rocas, armonizando con las montañas y lagos que potencian su grandiosidad.
Realmente parece un castillo de cuento, una aparición entre el boscaje que emerge en una naturaleza majestuosa; atravesando un pequeño jardín, en el lado opuesto, hay otro mirador desde el que se contempla el valle, con sus ríos, sus prados verdes y sus pequeños pueblo, definidos por iglesias blancas de cúpulas doradas.
También se divisa El castillo de Hohenschwangau, donde vivió sus primeros años Luis II y los lagos Alpsee y Schwan.

Precisamente el Palacio de Neuschwanstein, originariamente fue llamado Nuevo Palacio de Hohenschwangau, en honor al castillo donde el rey pasó gran parte de su infancia, nombre que fue cambiado después de su muerte. Situado en el estado federado de Baviera, el palacio de Neuschwanstein fue el último de los castillos que mandó construir en 1869, el rey Luis II de Baviera, un rey al que le apodaron loco por ser idealista, un apasionado del arte, extremadamente introvertido, y un tanto excéntrico, circunstancias entre otras que le llevaron a aislarse y buscar refugio en rincones idílicos en los que construía magníficos palacios para huir de los demás y encontrarse con sus soledades. El palacio nació en la imaginación de Luis II como recreación de un castillo medieval idealizado. Combina varios estilos arquitectónicos que persiguen, no la funcionalidad sino la estética, por lo que encargó a un escenógrafo teatral el diseño del interior, para que se representara allí las óperas de Wagner, su protegido. En su interior se combinan los avance técnicos más novedosos del momento (una completa red de luz eléctrica, elevadores, el primer teléfono móvil de la historia (con una cobertura de seis metros), una cocina que aprovechaba el calor siguiendo reglas elaboradas por Leonardo da Vinci), y una decoración cargada de numerosas referencias literarias e históricas (leyendas y personajes medievales, como Tristán e Isolda o Fernando el Católico). Su ubicación privilegiada ofrece maravillosas vistas a los paisajes de los Alpes Bávaros por lo que es uno de los edificios más fotografiado y visitados de Alemania.
Después de gozar de tan bucólicos paisajes, bajamos caminando hasta el pueblo donde nos hicimos las últimas fotos delante del lago Alpsee, antes de partir hacia Insbruck, distante 110 km, donde llegamos de noche agotados; nos hospedamos en el Hotel Maximilian, donde pernoctaríamos cuatro días.

Al día siguiente 21 de septiembre, miércoles, después de disfrutar del mejor desayuno que se pueda imaginar en aquellas tierras (frutas exóticas que no pensé jamás encontrar en Austria), salimos del hotel Maximilian para conocer la ciudad y sus alrededores. INNSBRUCK es la capital del estado de Tirol, situada en el oeste de Austria; su localización es privilegiada ya que se asienta en el valle del INN, en medio de altas montañas que propician la práctica de deportes invernales y le dan fama internacional.
Fue una de las ciudades imperiales de la Casa de Habsburgo. En 1180 era tan sólo un enclave fortificado, hasta principio del siglo XIII, en que se convirtió en ciudad; en 1420 suplantó a Merano (Italia) como capital del Tirol pero fue Maximiliano I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, padre del marido de nuestra Juana de Castilla, el conocido Felipe el Hermoso, quien doto de belleza, personalidad y modernidad a la ciudad, dejando joyas como el “Tejado Dorado” y La Hofkirche (iglesia de la corte).
Nuestros primeros paso se dirigieron hacia El Hofburg o Palacio Imperial, muy cerca de nuestro céntrico hotel. Construido a finales del siglo XV por el emperador Maximiliano I, este palacio fue utilizado como residencia, por la familia de los Habsburgo, una de las más influyentes y poderosas casas reales de Europa. Con el paso del tiempo el palacio se fue ampliando según el estilo de cada época hasta que la Emperatriz María Teresa, entre 1754 y 1773, ordenó una profunda restauración para recuperar su antiguo esplendor, dejando su presencia y su personalidad por todo el palacio, inalterable hasta hoy día.

Merece la pena entrar en su interior para ver espacios como el enorme patio adoquinado, las dos capillas, la sala gótica, las salas de representación, la Torre de los escudos y los apartamentos imperiales con mobiliario de época, entre los que destaca el de Sissi Emperatriz y, especialmente, la interesante colección de cuadros.

Tras esta visita nos encaminamos a ver uno de los lugares más impactantes e imprescindibles de la ciudad la Hofkirche o Iglesia de la corte. Este templo gótico fue construido en 1553 por el emperador Fernando I en honor a su abuelo Maximiliano I, para albergar su cenotafio, aunque finalmente el cuerpo se enterró en la capilla de San Jorge en Wiener Neustadt. En el interior destacan columnas de mármol rojo, un órgano renacentista, el altar mayor, el maravilloso coro y la Capilla de Plata, aunque nada comparable al fantástico cenotafio de mármol negro del emperador, que tardó más de 30 años en realizarse y que se encuentra protegido por 28 figuras de bronce de tamaño real que representan antepasados y figuras heroicas reverenciados en la época, como el legendario rey Arturo, y figuras históricas como Juana reina de Castilla, Felipe I rey de Castilla y Fernando II, rey de Aragón. Las estatuas fueron creadas entre 1502-1555 por un conjunto de maestros, entre los que cabe destacar la figura de Alberto Durero, el artista más famoso del Renacimiento alemán, conocido en todo el mundo por sus pinturas, dibujos, grabados y escritos teóricos sobre arte.


Quedamos fascinados por la belleza de las esculturas y convinimos todos en la singularidad del conjunto. Desde allí y aprovechando que el día estaba despejado, decidimos contemplar Innsbruck desde las alturas por lo que fuimos paseando hasta la Estación Congress, de la que nos sorprendió su modernísimo diseño, semejante a un ala delta, creado por la arquitecta Zaha Hadid; gracias al Nordkettenbahnen, un moderno funicular, pudimos llegar desde el centro de Innsbruck hasta más de 2.000 metros en tan solo 20 minutos, hasta Top of Tyrol, en la cordillera Nordkette, desde la que se divisaba el río Inn, espesos bosques de abetos rojos y picos de más de 3.000 metros de altura.
Como era buena hora para comer decidimos quedarnos en la cafetería de la estación; unos, los más frioleros, degustamos dentro del restaurante una sopa calentita y unas salchichas, y el resto, chicos aguerridos, en la terraza desde la que se disfrutaban espléndidas vistas.


Después de recrearnos con la belleza de los paisajes alpinos, y de nuevo en la ciudad, buscamos un medio de transporte que nos llevara al Castillo de Ambras, un palacio de estilo renacentista, situado en una ladera de las colinas que rodean la ciudad. Para llegar hasta el castillo consultamos una guía que aconsejaba el tranvía como la mejor opción, concretamente las líneas 3 y 6; después de una larga espera en la parada, por la que pasaban todos los números menos los deseados, decidimos subir andando, pues según decía googel sólo distaba de ese punto 4 Km; lo que no miramos fue la altura a la que estaba el castillo ni el desnivel hasta su acceso; eso sí, en el camino disfrutamos de las preciosas casas austriacas, con sus fachadas de colores, engalanadas de flores y recortadas en la montaña.


Los orígenes del Castillo de Ambras se remontan al siglo V, pero fue en el siglo XVI cuando adquirió importancia al ser reconstruido por el archiduque Ferdinand II, -mecenas de las artes y las ciencias-, para albergar su fantástica colección de pinturas, armaduras y piezas únicas expuestas en el interior, convertido en museo. En la parte superior del castillo, donde habitaba Fernando y su familia, se encuentra actualmente una importante galería de retratos de la familia Habsburgo, pintados por artistas de renombre como Lukas Cranach, Anton Mor, Tiziano, van Dyck y Diego Velázquez. En la planta baja del castillo se halla la colección de obras de la época medieval tardía cuya pieza estelar es sin duda el altar de San Jorge que pertenecía al emperador Maximiliano I.
Después de pasear por los jardines que rodean el castillo, llegamos a un mirador desde el que se contemplaban de nuevo, unas vistas maravillosas de Insbruck y de la cordillera Nordkette.

Seguimos disfrutando de los jardines y ya de regreso, en la parte baja de la colina, encontramos la parada de bus que nos llevó al centro de la ciudad. Una vez allí nos acercamos hasta la ribera del rio Inn, desde la que pudimos contemplar las montañas nevadas y las casas de la otra orilla, pintadas de suaves colores, así como el magnífico ambiente y la animación, que reinaba en las terrazas.

Más tarde nos encaminamos hacia la magnífica calle Herzog Friedrich Strasse para llegar a Stadtturm (Torre de la ciudad) y al no menos famoso Tejadillo de Oro, símbolo por excelencia de la ciudad de Insbruck, uno de los miradores más famosos del mundo cubierto por 2.657 tejas de cobre, que parecen oro bajo los rayos del sol; el tejadillo cubre un balcón de un antiguo palacio residencial, construido por el emperador Maxilimiano I, hace más de 500 años, para celebrar el cambio de siglo en el 1500 y para contemplar los festejos de su boda. En la fachada del mismo se pueden ver frescos que muestran al emperador con sus dos esposas, María de Borgoña y Blanca María Sforza. Los relieves laterales muestran bailarines moros en bailes acrobáticos y grotescos, una diversión popular de aquella época.
El Tejadillo de oro no pierde un ápice de su belleza por la noche; la iluminación logra igual que el sol, convertir el bronce en oro.



Muy cerca del Tejadillo, se encuentra La Torre de la Ciudad (Stadtturm), otro símbolo de Innsbruck, que dota de personalidad al caso histórico de la ciudad. Se construyó entre 1442 y 1450 en el antiguo ayuntamiento con la finalidad de vigilar la ciudad y advertir a la población sobre incendios y otros peligros. También se usaba como prisión y para notificar las horas; el primer reloj que tuvo la torre se colocó en 1603. La Torre de la Ciudad es una estructura gótica de 51 metros de alto que sobresale ligeramente de las casas que la rodean, aunque en la reconstrucción de 1560 le dieron un aspecto renacentista que aún conserva. La estructura cuadrangular de la torre cuenta con seis pisos y se divide en tres zonas claramente delimitadas por cornisas. Por encima se encuentra una plataforma con una baranda de hierro a la que se puede acceder por una escalera de caracol de 148 escalones, desde la que se divisa toda la ciudad. La torre está coronada por una estructura octagonal más estrecha con cuatro ventanales y una gran cúpula con forma de cebolla.
Allí, delante del ayuntamiento y desde una terraza en la que nos tomamos un Aperol, disfrutamos de la bellísimos edificios que nos rodeaban y de un concierto de marchas militares que animó a todos los viandantes que se arremolinaron a escucharlo.

Entre El Tejadillo y la Torre de la ciudad, caída la noche, encontramos un restaurante donde cenamos y disfrutamos del calórico y sabroso plato tirolés, el “innsbrucker gröstl”, un guiso de patatas y carne a la que se añade un huevo frito y el Apfelstrude, el riquísimo postre de manzana y hojaldre; fue uno de los buenos momentos del día, en el que ya relajados, intercambiamos impresiones y brindamos por el viaje y el estupendo grupo.
Al día siguiente, jueves 22 de septiembre, salimos temprano en busca de pueblos y paisajes alpinos después de degustar de nuevo la variedad de dulces y futas, y de charlar con la dueña del hotel, que nos aconsejó sobre los lugares que queríamos visitar con simpatía y amabilidad; así que, de nuevo en los coches, nos dirigirnos a un pueblo precioso llamado SEEFEL IN TIROL, un municipio del distrito de Innsbruck-Land, a unos 17 km al noroeste de Innsbruck, y uno de los destinos turísticos tiroleses más demandados para el esquí en invierno y el senderismo en verano. El pueblo está cuidadísimo; sus casas pintadas y engalanadas con flores son unos de los grandes atractivos, además de su lago, que aprovechando el buen tiempo, recorrimos hasta llegar a un restaurante con una piscina de acero inoxidable que parecía continuación del lago; allí tomamos un café y contemplamos el bellísimo paisaje.




Desde allí nos encaminamos a SÖLDEN, en el valle de Ötztal, pueblecito que se encuentra al pie de los glaciares Tiefenbach y Rettenbach, que proporcionan pistas de esquí en invierno y senderos para caminatas en verano. Ötztal es el valle lateral más largo, que se extiende hasta los Alpes de Ötztal. Es el hogar de cinco comunidades: Sautens, Oetz, Umhausen, Längenfeld y Sölden. La boca del valle, en Ötz, es amplia y luego, a mitad de camino, se estrecha en una sucesión de barrancos que alternan con grandes extensiones de prados. Las zonas de esquí de Sölden y Öetz son de renombre internacional, por lo que Sölden es uno de los destinos más visitados del territorio austriaco. En Sölden, cogimos la telecabina para subir a Gaislachkolgmitte, a 2176 m. de altura; comprende varios tramos pero no pudimos subir hasta el último porque cerraban y nos tuvimos que conformar con pasear por el segundo, desde cuyos senderos se contemplaban unas vistas fantásticas del valle de Ötz.


De regreso a Innsbruck, nos dirigimos al pueblecito de HUMHAUSEN para contemplar la cascada de Stuibenfall, la más alta del Tirol con sus 159 m. de altura; en el pueblo se encuentran las indicaciones que facilitan el acceso a las rutas de senderismo y a un mirador que permite contemplar de frente la cascada y todo el valle de Ötztal; aconsejo dedicar el día entero para seguir cualquiera de las rutas que llevan a la base de la cascada e intentar subir las cinco plataformas que permiten sentir de cerca, la fuerza y el rumor del agua desde diferentes alturas.


Caía la tarde y con tristeza dejamos este idílico lugar del que nos hubiera gustado disfrutar más tiempo. Una vez en Insbruck , buscamos un restaurante para cenar y lo encontramos en un centro comercial cercano al Hotel Maximilian; acertamos con un italiano donde probamos unas pizzas estupendas, además de platos típicos austriacos que acompañamos con varios tipos de cervezas. Acabada la cena, nos dimos un paseo nocturno por el centro histórico de Innsbruck, que iluminado y vacío de turistas, se mostraba en todo su esplendor.


Al día siguiente, viernes 23, teniamos planeado visitar el Noreste del Tirol por lo que nuestro primer destino fue KITZBUHEL, situada entre hermosos valles, delimitados por magníficas pistas de esquí, que han convertido a la ciudad en “la catedral del esquí” y en uno de los principales destinos de la “jet set” alemana. Se trata de una ciudad alpina, de ambiente único, con una larga tradición en deportes de invierno. En este municipio se encuentra la estación en la que anualmente, se celebra la prueba reina de la «Copa del Mundo de esquí alpino«, la “Hahnenkamm Rennen”, el descenso más peligroso y espectacular del campeonato. Pero además es una elegante y glamurosa ciudad, que destaca por su centro medieval, donde sus calles peatonales, típicamente empedradas, están salpicadas de hermosas iglesias, tiendas lujosas, cafés con encanto y bonitas casas pintadas, que hacen de ella un auténtico jardín alpino.


Visitamos la iglesia de Nuestra Señora Liebfrauen, emplazada en un alto y rodeada de un cuidadísimo cementerio, que bien podría considerarse un jardín, por la variedad y belleza de flores y plantas que adornan las tumbas; la iglesia parroquial cuyo tejado está cubierto de tablillas tiene una triple nave de estilo gótico del s. XV y una decoración realizada por una dinastía de artistas locales, célebres en los ss. XVII y XVIII, los Faistenberger. Muy interesante el altar mayor (1621-1693) del que hay que destacar su techo pintado y la capilla de Santa Rosa de Lima.


Después de disfrutar de las pinturas, de los trabajos en madera de bancos y confesionarios y de las vistas que se contemplaban desde lo alto, bajamos a pasear por sus calles, acompañados del rumor del agua que corre por sus canales, descubriendo los restos de la muralla medieval, los multicolores edificios y la animada vida social de la ciudad. También nos dimos un respiro para degustar unos exquisitos strudels, con los que nuestra querida amiga Pilarín nos obsequió.
Dejamos este precioso pueblo para seguir nuestra jornada y dirigirnos a ALPBACH paradigma de un pueblo tirolés idílico. Se halla en el oeste de Austria, en la región de Alpbachtal del Tirol, dentro de los Alpes de Kitzbühel. Debido a su aislamiento y a la falta de contacto con el mundo exterior, Alpbach, comenzó a recibir visitantes hacia 1926, año en que se construyó una carretera; esta circunstancia facilitó que los lugareños conservaran su tradicional estilo de vida y sus preciosas casas de madera con empinados tejados, y balcones que en verano se llenan de flores; la llegada del turismo ha contribuido a que el pueblo crezca sin perder su personalidad, debido en gran parte a la protección de la estética tirolesa, gracias a una ley que obliga a construir los edificios nuevos con el estilo arquitectónico tradicional. Es un lugar magnífico para practicar el senderismo en verano y esquí y snowboard en invierno.



Comimos en la terraza de un restaurante típico, situado enfrente de la iglesia del pueblo desde el tuvimos la fortuna de presenciar un ceremonial funerario conservado desde tiempos remotos; nos llamó la atención, el acompañamiento del féretro, colocado en la calle, delante de la iglesia y flanqueado por hombres de riguroso luto, separados de las mujeres que ocupaban el otro lado, vestidos casi todos con el traje típico tirolés; la banda municipal uniformada, entonó melodías fúnebres mientras los asistentes daban la vuelta al pueblo, en fila, de dos en dos y en profundo silencio, para situarse de nuevo ante la puerta de la iglesia, entrar en ella y terminar el oficio; fue realmente sobrecogedor, contemplar en estos tiempos, el respeto, el recogimiento y el silencio con que todo un pueblo acompaña a sus vecinos en el viaje final; preguntamos a un lugareño si el funeral era de alguna persona relevante y nos contestó que se despedía a todos los vecinos del pueblo de la misma manera; otra buena tradición que los ciudadanos de Alpbach han logrado mantener.


Después de asistir a tan sobrecogedor acto, nos dirigimos hacia los coches para encaminarnos hacia WATTENS, donde se fabrican en su totalidad los cristales de Swarovski y desde donde se distribuyen al resto del mundo; la marca posee una exposición fantástica de sus diseños, en los que la versátil creatividad en los diseños, ha generado joyas, esculturas, vestidos, complementos y hasta paisajes, convertidos todos ellos en auténticas joyas. Recordemos que el cristal de Swarovski no es una piedra, sino un tipo de vidrio compuesto con óxido de silicio (mineral compuesto de cuarzo) y plomo; el brillo especial que le asemeja al diamante proviene de la mezcla perfecta de cuarzo, arena y minerales que da lugar a sus increíbles cristales; la fórmula exacta es uno de los secretos mejor guardados de la firma. La exposición, está soterrada y rodeada por una naturaleza arbolada que comparte espacio con árboles de cristal; se accede por un lateral de la figura central con forma de cabeza, cuyos ojos y nariz son de cristales y vierte agua por su boca.



Pero lo más interesante está dentro, donde se ha jugado con espejos y formas caleidoscópicas que crean formas y reflejos impactantes. Así como esculturas, lámparas y maquetas de gran precisión y belleza. Sus variadísimos diseños abarcan todos los campos, y todas las formas, desde la reproducción de elementos de la naturaleza, a la recreación de una ciudad alpina de cristal o un paisaje alpino donde la nieve no dejaba de caer y el que había que entrar con abrigo porque se mantenía bajo cero…
Y, como no, el mundo textil, del que destacamos las prendas icónicas confeccionadas con cristales Swarovski que llevaron grandes mitos del cine y la música; desde el erótico y ajustado vestido blanco que contenía, nada menos, que 2500 cristales de Swarovski cosidos a mano, con el que Marilyn Monroe, cantó su sensual “happy birthday” al presidente John F. Kennedy, en su 45 cumpleaños ante más de 15 mil personas, a los diseños, verdaderas obras de arte, que lucieron Tina Tarner o Cher en sus conciertos.



Merece la pena ver esta exhibición de ingenio y belleza pensada para mayores y niños, que muestra el empeño de una familia que ha sabido evolucionar sus diseños y adaptarlos a la modernidad que exigen los tiempos.
De allí, nos fuimos a conocer HALL, una ciudad que en el siglo XIII poseía una industria de sal, proveniente de la mina de Absam en el norte del Valle de Hall; era tal su importancia que exportaba a Suiza, la Selva Negra y el valle del Rin; la influencia que tuvo en la población y alrededores se refleja en el escudo de armas municipal, el cual muestra dos leones portando un barril de sal. Su actividad minera logró mantenerse hasta el pasado siglo XX, desapareciendo en 1967.
Durante los siglos XV y XVI, Hall fue una de las ciudades más importantes del Imperio Habsburgo. A pesar de ser arrasada por un incendio en 1447, conserva intacta las iglesias, monasterios y conventos de la ciudad vieja. Llegamos a tiempo de visitar la Iglesia de San Nicolás, de un barroco exultante, que tiene la particularidad de que el ábside está desplazado a la derecha y no sigue la línea de la nave central. El 17 de julio de 1670, un fuerte terremoto causó el derrumbedel campanario, que fue reconstruido inmediatamente en estilo barroco. Alrededor de 1690, se añadió la Josefkapelle, capilla de San José, junto al ábside, en formas barrocas con ricos techos de cobre. Los frescos de las bóvedas fueron pintados a partir de 1752, con escenas de la vida de San Nicolás.



Y como caía la noche decidimos cenar unas tostas en la terraza de un restaurante que estaba cerca de la iglesia; desde allí volvimos a Innsbruck, tan sólo a 10 Km de esta preciosa ciudad.
Cuando llegamos a Innsbruck, aún nos dio tiempo a dar un paseo nocturno por las estrechas y pintorescas calles de la ciudad hasta desembocar en la Plaza de la Catedral, conocida como Catedral de Santiago, construida entre 1717 y 1724 en el lugar que ocupó una iglesia románica del siglo XII. La Catedral estaban en obras y cerrada al público por lo que no pudimos visitarla los días anteriores y nos tuvimos que conformar con fotografiar el exterior de noche, a la luz de una pobre iluminación. Google me ha ayudado a conocer el impresionante interior de este templo, considerado como uno de los edificios barrocos más importantes del Tirol austríaco. Toda la iglesia está decorada con frescos y estucos de gran valor artístico pero la Catedral es conocida sobre todo, por albergar dos tesoros importantes, la pintura del altar mayor de María Hilf (María del Socorro) de Lucas Cranach el Viejo de c. 1530, y la tumba con dosel del archiduque Maximiliano III de Austria, que data de 1620.



A la mañana siguiente, sábado 24, abandonamos Innsbruck con destino a Salzburgo pero antes,nos acercamos por última vez a la Maria Theresien Strasse, calle que debe su nombre a la emperatriz María Teresa de Austria (1717-1780), Archiduquesa de Austria, Emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico y reina de Hungría y Bohemia, única mujer que detentó el poder de los territorios habsburgueses en los 650 años de la historia de la dinastía; demostró ser una inteligente estadista, entusiasta reformista y una esposa y madre apasionada por lo que está considerada como una de las mujeres más influyentes y poderosas del siglo XVIII; la calle que lleva su nombre y la Herzog Friedrich, son las calles más comerciales de la ciudad y las más bonitas por tener como fondo las cimas nevadas de la cordillera Nordkette.

Y dejamos esta bella ciudad, para dirigirnos hacia Salzburgo en cuyo recorrido encontramos ciudades y pueblos de tal belleza, que invitaban a perderse en ellos. Pero ese recorrido lo contaremos en la siguiente entrega.