Escapada de golf y arte: Palencia y Valladolid

El pasado mes de Septiembre tras varias escapadas a diferentes puntos de la Península, decidimos hacer una nueva escapada de golf, la última del verano, aprovechando que las temperaturas eran moderadas, aspecto fundamental para la práctica de este deporte; la motivación de descubrir campos nuevos, de conocer la capital palentina y revisitar la artística Valladolid, nos animó a realizar esta espontánea y rápida salida que nos llevó hasta los referidos destinos; salimos en busca de la belleza y el arte de estas dos ciudades castellanas y del contacto con una naturaleza, donde los árboles, la hierba, el agua, las aves y pájaros de mil especies, nos acompañaron durante casi cuatro horas; pero sea como fuere, nos lanzamos a la carretera con los trastos del golf y una maletilla con la idea , -presente en todas las escapadas-, de aunar arte, golf y gastronomía.  Lo primero fue llamar al campo, Grijota Golf, situado a 5 Km de la capital, para reservar la salida; no hubo ningún problema como suele ocurrir en otros campos más concurridos, por lo que pudimos escoger la hora, 10,30 de la mañana del día siguiente; lo segundo, buscar un hotel en el centro de Palencia, para aprovechar a tope las horas de estancia;  reservamos en el Eurostars Diana Palace, un hotel cercano a la estación y a 200 metros del centro, al que llegamos en poco más de hora y media desde nuestra ciudad, Segovia, distante tan sólo 170 Km.

Habiamos viajado por la provincia palentina y disfrutado de su maravilloso románico, pero siempre se quedaba la capital sin visitar por unas causas u otras; nuestro interés por jugar en nuevos campos de golf , nos ha permitido saldar la deuda con una ciudad armónica,  en la que el tiempo se recrea sin detenerse, donde sus gentes viven  la belleza de sus plazas, calles y  parques  y recorren su río jalonado por preciosos puentes. Palencia recibe al visitante bajo la hierática mirada de  la figura del Cristo del Otero, icono de la ciudad, construido en el año 1930 según proyecto del escultor Victorio Macho,  en  un estilo que recuerda  el art déco, con resonancias cubistas; tiene más de 20 m de altura y es una de las estatuas de Cristo más altas del mundo. A sus pies está excavada la  ermita de Santa María del Otero y un pequeño museo donde se encuentran los proyectos de su autor.

Cristo del Otero de Victorio Macho

Una vez ubicados, salimos del hotel y nuestros pasos nos llevaron hasta la arteria principal de la ciudad,  la famosa  Calle Mayor, pero antes de entrar en ella, nos llamó la atención una preciosa iglesia que resultó ser el Convento de San Pablo, sito en la plaza homónima, fundado por Santo Domingo de Guzmán en el siglo XIII. La iglesia conventual que ha llegado a nuestros días fue erigida posteriormente, entre los siglos XIV y XVI, en estilo gótico tardío y posee dos puertas, una de ellas del siglo XV con un arco conopial (arco algo apuntado cuya abertura tiene un vértice hacia arriba) y otra más moderna neoclásica del siglo XVIII. En su interior hay que destacar el magnífico Retablo de “La Piedad”, de principios del siglo XVII y los sepulcros renacentistas de los Marqueses de Poza, a ambos lados de la Capilla Mayor. Fue declarado Monumento Nacional en 1931.

Y es esta Plaza de San Pablo, uno de los lugares que se barajan como lugar donde se impartieron las clases, de lo que sería La primera Universidad que existió en España, tal vez porque no tuvo edificio propio. Como homenaje a aquel señalado hecho, se creó el grupo escultórico de la fotografía, en la misma Plaza de San Pablo, justo al lado del Convento de San Pablo, tan vinculado a la Universidad; se trata de varias figuras en metal, que representan una clase impartida por su profesor; tres alumnos aparecen sentados en unos bloques de hormingón y uno en el suelo.

Sí, la  Universidad de Palencia fue la primera universidad que existió en España. En los albores del siglo XIII, en plena Edad Media, el rey Alfonso VIII de Castilla levantó el Studium Generale de Palencia, el originario centro de estudios superiores en el que impartieron lecciones reputados maestros europeos de países como Francia o Italia. Fue en concreto en 1212, y se consolidó gracias al Obispo de Palencia don Tello Téllez de Meneses. La catedral se erigió como sede provisional. En la antigua universidad de Palencia los estudiantes, entre quienes sobresalieron Gonzalo de Berceo o Santo Domingo de Guzmán (creador de la Orden de los Dominicos), se formaban en materias como Trivium (Gramática, Retórica y Lógica) y el Quadrivium (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música) y salían con el título de licenciados en Teología y Artes. La calidad de su enseñanza se parangonó con facultades como las de Bolonia, Oxford, París o Cambridge, coetáneas de la de Palencia. Sin embargo, el fallecimiento de Alfonso VIII en 1214 trajo consigo el inicio del declive del centro, sobre todo cuando su sucesor, Alfonso IX, decidió trasladar la universidad a Salamanca en 1218. La pujanza de las universidades de Salamanca y Valladolid, llevaron a la progresiva decadencia a la palentina, aunque sirvió de ejemplo a otras, como la universidad de Sevilla, Girona, Alcalá de Henares o Valencia.

Una vez en la Calle Mayor, nos sorprendió su longitud, -un kilómetro-, que la convierte en la  calle peatonal más larga de España, flanqueada toda ella por soportales sostenidos por un total de 199 columnas,  sobre las que se asientan preciosos inmuebles de distintas épocas, como el Casino de Palencia, cuyo origen se remonta al siglo XVI, momento en el que acogió la sede del ayuntamiento. El inmueble, en 1862 pasó a la Sociedad del Casino de Palencia y en la década de los años veinte, Jacobo Romero realizó una completa trasformación. El mural modernista exterior es obra del pintor palentino Rafael Oliva (1998)

Otro edificio singular es La Casa Junco, del siglo XVIII, que alberga exposiciones temporales y que junto a otras joyas arquitectónicas del modernismo, dotan a la Calle Mayor de una rica personalidad que ha sabido conservar el  espíritu de la burguesía de los siglos XIX y XX.

De ella salen numerosos ramales que nos adentran en distintas plazas, como la Plaza Mayor,  donde la simetría de sus tres paredes de soportales, se completa con la cuarta, ocupada por  la Casa Consistorial, que es uno de los más bellos monumentos neoclásicos de Palencia.

Plaza Mayor y Monumento a Alonso Berruguete de Victorio Macho

En el centro se alza  el singular monumento «al genial imaginero Alonso Berruguete» (según reza su inscripción) esculpido por Victorio Macho; los  árboles, bancos de piedra y columnata, dan a la plaza un aspecto de sencillez y sobriedad, atributos de las plazas castellanas.

Atravesando la Plaza Mayor, y a la derecha de la Casa Consistorial, se abre  la recoleta Plaza de San Francisco, donde la iglesia del mismo nombre, construida en el XIII en estilo gótico  con añadidos posteriores renacentistas y barrocos, muestra su  austera y bella  fachada, de la que destaca su doble espadaña con troneras,   el  gran arco ojival con tres óculos polilobulados y un rosetón, añadido  a imitación gótica en el siglo XIX. A la iglesia de la que  tomaron posesión hacia 1265 los franciscanos,  se accede por un pórtico con arquería de un gótico primitivo y en su interior,  destaca el retablo barroco del  ábside de la capilla mayor, de estilo churrigueresco  de 1732.  En 1620 se adosó a la iglesia la capilla de Nuestra Señora de la Soledad.

Iglesia de San Francisco

De nuevo en la Calle Mayor, en  el número 36 destaca un edificio singular,  El Colegio de Villandrando, construido entre 1910 y 1911 bajo la tutela de vizcondesa de Villandrando, para asilo, recogimiento y formación de institutrices de niñas huérfanas, con el nombre de asilo de San Joaquín y Santa Eduvigis.

Colegio de Villandrando

Merece la pena detenerse en las características arquitéctonicas y estéticas de este edificio, no sólo por la belleza de sus columnas, arcos y mosaicos sino porque éstos últimos fueron realizados por el gran Daniel  Zuloaga, tan ligado a mi tierra segoviana en la que dejó ejemplos de su maestría. El edificio proyectado por el arquitecto palentino Jerónimo Arroyo, ​  es un interesante ejemplo de Modernismo floral, con elementos neogóticos y secesionistas.

 La llamativa  fachada principal puede considerarse una reinterpretación del Gótico veneciano y del Modernismo catalán, que Arroyo había conocido en la Escuela Superior de Barcelona, donde se había formado y titulado en 1899.

Consta de tres pisos; el inferior con un soportal formados por cuatro arcos carpaneles (arco rebajado simétrico), sobre cinco columnas de fuste hexagonal, con capiteles decorados con los escudos de los Villandrando. En el segundo piso se sitúan cuatro balcones con antepecho de hierro forjado, rematados también en arcos carpaneles enmarcados por pináculos, por encima de los cuales se disponen arcos conopiales (arco algo apuntado cuya abertura tiene un vértice hacia arriba), con decoración floral. El último piso presenta ventanas geminadas, que rematan en arcos carpaneles.

Pero sin duda, la parte más original del edificio como antes hemos mencionado, es la cornisa, decorada con un gran friso cerámico obra de Daniel Zuloaga, que escenifica la donación de la fundadora que aparece sentada en un baldaquino, en medio de un paisaje con árboles y dos muchachas acercándose a ella, como símbolo de la protección de las jóvenes huérfanas. Justo debajo de la misma, se sitúa un águila con el escudo familiar de la fundadora, realizado en la misma cerámica polícroma sobre el paramento de ladrillo. Un gran alero de madera culmina el edificio, a la vez que sirve de protección al friso. Se accede al interior del edificio por una original y sencilla portada de medio punto que incorpora formas típicamente góticas con otras propias del repertorio modernista, como el esgrafiado que recubre el muro o los relieves con figuras femeninas recostadas sobre un fondo de ramajes. El arquitecto utilizó el contraste de colores entre el friso, el rojo del ladrillo en los muros y el blanco de la piedra en los elementos decorativos para aportar ritmo y viveza a la fachada.

En el año 1998 el edificio fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC), la máxima figura de protección del patrimonio en España, con categoría de Monumento. Se le considera uno de los mejores edificios del estilo Modernista en Palencia.

Seguimos por la Calle Mayor y una de sus calles nos adentra en la Plaza de la Inmaculada donde sobrecogen las dimensiones y la austeridad de la Catedral  de San Antolín, patrón de la ciudad,  llamada “La Bella Desconocida” y  declarada Monumento Nacional en 1929. Construida sobre antiguas edificaciones, su origen lo encontramos bajo tierra en la Cripta Visigótica del siglo VII dedicada a San Antolín, un antiguo templo de dos naves: la primitiva visigoda del siglo VII y la segunda románica del siglo XI, una gran sala de bóveda de cañón con influencias prerrománicas.

La actual catedral gótica se edificó sobre la anterior románica, encontrando en el subsuelo de la misma la primigenia seo, continuación de la cripta visigoda.

Nada queda del templo románico de tres naves y cubierta de madera, consagrado en 1219, tan sólo algunos vestigios, columnas y maderas policromadas. Su lento proceso constructivo, con  titubeos arquitectónicos,  evidencian el camino del Gótico al Renacimiento. La nueva catedral, la tercera catedral gótica más grande de la península, comienza su construcción en el siglo XIV y se prolonga durante dos siglos. Carece de fachada principal por lo que su exterior viene caracterizado por la  torre de 30 m. La planta es de tres naves, que sorprenden  por su esbeltez, especialmente la de la nave central. El trabajo de la piedra, los triforios, los bajorrelieves, el trascoro,  muestran la suntuosidad del  arte plateresco.

El retablo mayor de la catedral de Palencia está considerado por los críticos como una joya del Renacimiento castellano; las trazas y el trabajo se desarrolló entre 1504 y 1506, dando como resultado un monumental mueble de estilo plateresco, incipiente en aquellos años. El retablo no llegó a instalarse en el espacio para el que fue pensado, sino que se acomodó en la nueva capilla mayor; en él  trabajaron numerosos artistas como Gregorio Fernández quien realizó la escultura barroca de San Antolín, y Juan de Flandes, cuya tabla La Crucifixión, estuvo situada en la calle central del retablo y hoy está en el Museo del Prado.

Despues de ver La Catedral y rodearla para admirar sus  cinco  puertas, bajamos hasta  la Avenida de Castilla, por donde discurre  El río Carrión,  por el que paseamos, adentrándonos en el Parque de Sotillo de los Canónigos. Muy cerquita se encuentra la Iglesia de San Miguel, hacia la que nos dirigimos cruzando el puente más antiguo de la ciudad, el Puente de Puentecillas o de Los Canónigos, de origen romano, reformado en el siglo XV, que constituyó un enclave importante en el desarrollo de las redes viarias y comerciales desde la época vaccea, hasta los inicios del siglo XX. No quedan restos de su origen romano, pero sí su trazado de época medieval.

Desde allí se divisa El puente Mayor, un paso imprescindible sobre el río Carrión que ya en el XVI figuraba como camino real. El Puente Mayor presenta aún una cierta impronta renacentista que nos puede indicar un posible origen hacia el siglo XV aunque no hay  datos fidedignos. Se atestigua, por ejemplo, la existencia de la puerta de control del pontazgo hacia el año 1452. Es conocido como Puente de Don Guarín. De entre la docena de pasos sobre el río en el término municipal, éste sería el sexto, desde aguas arriba.

Dejando atrás el puente, nos encontramos con la Iglesia de San Miguel, un sorprendente templo a orillas del Río Carrión, ejemplo de  transición entre el románico y el incipiente gótico, levantado sobre los restos de una construcción anterior, a principios del siglo XI; su elemento más sobresaliente es la torre calada situada en la fachada principal, cuya altura alcanza los 70 metros y que sugiere  un uso defensivo o militar. Cuenta la leyenda que en este lugar contrajeron matrimonio Rodrigo Díaz de Vivar y su esposa Doña Jimena. Fue declarada Bien de Interés Cultural en 1992

 

Seguimos caminando hasta la Plaza de Isabel la Católica, donde se encuentra ubicada la iglesia de Nuestra Señora de la Calle,  templo  dedicado a la Patrona de la ciudad,  fundada por la Compañía de Jesús, cuya  traza es típicamente jesuítica, por lo que  también es conocido como La Compañía;  la edificación data del 1584, dilatándose su construcción hasta el último año de dicha centuria, 1599. La monumental fachada principal es renacentista y consta de tres cuerpos, coronada con campanil. El interior se configura de una sola nave de tres tramos cubierto con yeserías. El retablo mayor es una obra barroca avanzada con influencia rococó, del siglo XVIII, en madera sin dorar. En él se pueden ver esculturas de santos de la orden, entre las que destaca la imagen del fundador de la Compañia, San Ignacio de Loyola. Desde 1982, la iglesia de la Compañía es Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de Monumento Histórico-Artístico de interés nacional.

Ya de vuelta al hotel, dejando a la derecha El huerto de Guadián y enfilando la Avda de Manuel Rivera, llegamos a  otra  de las zonas más monumentales de la capital,  en la que se concentran varios monumentos; uno de ellos es El monasterio de las Claras, construido en estilo gótico entre los siglos XIV y XV, presenta planta de cruz griega (única en la capital) con triple cabecera absidial. En todo el perímetro superior del ábside central y la nave transversal, asoman ventanas de celosía de inspiración mudéjar, elemento característico en este tipo de edificios religiosos de clausura.

Como anécdota diremos que en este monasterio situó el dramaturgo romántico vallisoletano José Zorrilla la trama de su leyenda Margarita la Tornera.

 En la misma zona se alza el Teatro Principal, situado al lado del Palacio de la Diputación y enfrente del Convento de las Claras, en el mismo lugar en el que se ubicaba un Corral de Comedias en el  s. XVI, propiciado por la Compañía de Jesús. En 1826 un terrible incendio lo destruyó y lo que hoy contemplamos es el resultado de numerosas reconstrucciones a lo largo de los años. De estilo Neoclásico como el edificio del Ayuntamiento sigue el modelo de los teatros italianos y lo más destacable son los elementos modernistas de la decoración de su fachada, como las pilastras del segundo piso, rematadas con capiteles corintios.

Teatro Principal de Palencia

Con la noche cayendo, nuestros pasos nos llevaron por esta zona tan monumental del centro de Palencia, hasta encontrarnos con La iglesia de San Lázaro, un edificio de grandes dimensiones que ha sufrido numerosas reformas a lo largo del tiempo; data del siglo XI, cuando se le concibió como lazareto para internar a gente con enfermedades contagiosa,  pero es entre los siglos XIV y XV cuando se configura como iglesia gracias a una poderosa familia palentina, los Castilla;  su exterior es de  estilo gótico,  muy característico en la ciudad,  y  la sillería de sus paredes y contrafuertes, ofrece una clara idea de la evolución artística.

Y por último, ya con la noche bien cerrada, pudimos contemplar el magnífico   Palacio de la Diputación de Palencia,  un importante edificio modernista con elementos neoclásicos y neorrenacentistas y con influencias neobarrocas, arquetipo de las construcciones modernistas de la Palencia de inicios del siglo XX. El proyecto lo llevó a cabo el arquitecto palentino Jerónimo Arroyo, nombre unido a la arquitectura de la ciudad, quizá su obra maestra, y fue inaugurado el 19 de octubre de 1914. En la cornisa destaca un elegante grupo escultórico central que representa a dos palentinos arropados por la alegoría de Palencia que los protege y sostiene un escudo de la provincia.

No pudimos entrar en muchas de las iglesias por lo apretado de la visita y por estar cerradas al público, salvo en la Catedral de San Antolín y en Nuestra Señora de la Calle. Bien es cierto que no nos habría dado tiempo a disfrutar de tantas iglesias y bellos edificios pues un día es poco para visitar esta ciudad salpicada de arte. Habrá que volver y completar la visita.

Cenamos en un restaurante que nos recomendaron los lugareños, La Mejillonera, muy bien valorado por los usuarios de internet pero que a nosotros no nos acabó de convencer.

Al día siguiente nos levantamos temprano para llegar con tiempo al Campo Grijota golf, el cual ocupa una superficie de 17 hectáreas, con 9 hoyos que conforman dos recorridos diferentes, moldeados entre lagos, que por falta de agua, muchos de ellos se han reconvertido en bunkers, anulando los obstáculos y dificultades que en principio hacen atractivo un recorrido. Fue diseñado por Jerónimo Arroyo y Francisco Álvarez,

Como no había mucha gente, pudimos jugar solos, tranquilamente, disfrutamos del juego. Si el campo no tiene una personalidad especial, sí lo tienen el restaurante y la casa club, de los que destacaremos su arquitectura, su moderno diseño en cristal y madera y su amplia terraza desde la que se puede contemplar el campo. Al terminar el juego, nos dirigimos al restaurante con la intencion de comer pero -!ah!-, !más consecuencias del COVID!-, no servían comidas. Nos recomendaron un restaurante en el mismo pueblo de Grijota, llamado La Alcazaba, donde nos aseguraron que la comida era de gran calidad. Y sí debía serlo porque estaba lleno y nos dijeron que, sintiéndolo mucho, no podían atendernos. Como el pueblo es pequeño y no encontramos ningún otro restaurante, volvimos al campo de golf para tomar al menos un pincho en la cafetería. Creo que el camarero sintió lástima de nosotros, por la hora que era y nos ofreció hacernos él mismo algo para comer; se lo agradecimos y nos cocinó un filete empanado con huevos fritos que estaban buenísimos.

Terminada la comida salimos de la urbanización de golf, y de camino a Grijota, atravesamos El Canal de Castilla, que a su paso por Palencia, prácticamente se adentra en la ciudad mediante un ramalillo terminado en una dársena en la que se realizaban tareas de carga y descarga. Está obra de ingeniería hidraúlica construida a comienzos del siglo XVIII, está considerado como Bien de Interés Cultural desde 1991. Nosotros vimos estas preciosas esclusas, entre Grijota y el Serrón, donde la fuerza del agua era la gran protagonista.

Esclusas 25-27 en el Serrón. Cerca de Grijota. Canal de Castilla. Ramal de Campos. Palencia. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego

Tras contemplar esta obra ilustrada, paseamos por el parque de recreo, construido donde se amansa el agua y donde encuentra de nuevo su cauce flanqueado por una frondosa arboleda.

A las 5,30, estábamos de vuelta en Palencia y como los monumentos cerraban en su mayoría a las seis, decidimos marcharnos hacia Valladolid, distante tan solo 49 Km, hacer allí noche, aprovechar la tarde para recorrer sus magníficas iglesias, calles y plazas y dedicar la mañana del día siguiente a revisitar el maravilloso museo de escultura.

Fue muy fácil encontrar alojamiento por lo que una vez en VALLADOLID, dedicamos lo que quedaba de tarde a pasear por la ciudad, comenzando por las inmediaciones de nuestro hotel, el Boutique Catedral, en pleno centro y lindante con la imponente Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, concebida en el siglo XVI y diseñada por el arquitecto Juan de Herrera, de la que sólo se pudo construir un 45%, por falta de recursos y por las caracteristicas especiales del terreno; su estilo es herreriano con añadidos barrocos, basado en las construcciones de la Antigua Roma que habían inspirado a la arquitectura clasicista del Renacimiento. La línea es pura, sin adornos de ninguna clase. La única decoración del edificio es la puramente arquitectónica: cornisas, capiteles, pilastras y barandas. Seguimos nuestro paseo por las calles aledañas, muy animadas por el bullicio de las terrazas y de los jóvenes allí reunidos, hasta la cercana Plaza de Portugalete donde se alza La iglesia de Santa María de La Antigua, con su precioso pórtico románico y su esbelta torre románica de fines del s. XII, rematada con una flecha recubierta de teja, que la hace semejante a la bellísima torre de la iglesia románica de San Esteban de Segovia; el resto del edificio es gótico y neogótico.

Antes de que anocheciera, nos acercamos a la Plaza Mayor, -lugar de encuentro para autóctonos y foráneos-, destruida a causa del grave incendio ocurrido en Septiembre de 1561 y reconstruída por el arquitecto Francisco de Salamanca, quien presentó el proyecto definitivo al monarca Felipe II quien lo aprobó. Las plazas mayores de Madrid y Salamanca, que datan de 1617 y 1729 respectivamente, presentan un claro influjo procedente de la Plaza Mayor vallisoletana. Está completamente porticada y sus soportales descansan sobre columnas o pilares cuadrados de granito, como la mayoría de las plazas castellanas. En el centro de la plaza se halla la escultura en bronce del Conde Pedro Ansúrez repoblador de la ciudad realizada en 1903, cuyo pedestal está realizado en piedra de Campaspero. Porta espada y escudo y en su mano izquierda sujeta enrollado el documento de fundación de la ciudad mientras que en la mano derecha sujeta el pendón de Castilla.

Plaza Mayor de Valladolid

Ya anochecido nos encaminamos a un restaurante muy conocido en Valladolid por sus innovadoras tapas, que aúnan sabor y diseño. Realizan auténticos trampantojos y sus nombres son de lo más llamativos como «Obama en la casa Blanca«, una réplica del edificio presidencial estadounidense que esconde bajo su cúpula, una base de hojaldre con salsa de setas castellanas, huevo a baja temperatura y patatas requemadas. Fue pincho de oro de 2009 y aún es uno de los más solicitados. El Tigretostón fue la tapa ganadora del “VI Concurso Nacional de Pinchos y Tapas Ciudad de Valladolid, 2010” , un homenaje culinario al famoso pastelito ” Tigretón”.  Este pincho sorprende por su presentación, -un envoltorio que recuerda al dulce de hace tantos años-, por su originalidad y por el sabor que acompaña a tan innovador diseño. Sus ingredientes: Pan de centeno,crema de morcilla y queso, cebolla confitada y piel de tostón crujiente; es un pincho que puedes pedir para llevar y comértelo por la calle en pocos minutos. Está elaborado en honor a nuestros recuerdos de infancia.

De vuelta al hotel, pasamos de nuevo por La Plaza Mayor, ahora con una iluminación en todos su balcones que crea un ambiente intimista y aumenta la belleza de la misma.

Al día siguiente, nos dirigimos a visitar la maravillosa Iglesia de San Pablo, ordenada construir en el año 1445 por Tomás de Torquemada y terminada en el año 1616. Esta   verdadera joya está construida en estilo gótico isabelino, estilo de transición entre el gótico final y el renacimiento inicial; su fachada es impresionante, es como un tapiz en piedra que deja reamente sin aliento, por lo que no extraña que haya sido bautizada como “Retablo de piedra al aire libre”. Fue realizada en varias etapas y la que podemos contemplar en la actualidad fue realizad por el arquitecto y escultor Simón de Colonia. Entre sus paredes fueron bautizados Felipe II y Felipe IV y la hija de Felipe III, doña Ana Mauricia, además de haber sido escenario de grandes asambleas y capítulos de Órdenes Militares y de Cortes del Reino.

La Iglesia de San Pablo está situada en la plaza del mismo nombre, junto al Palacio de Pimentel y al Palacio Real y anexo al Museo Nacional de Escultura y al colegio de San Gregorio. Por lo tanto, este rincón de la capital es de imprescindible visita, ya que está cargado de historia, cultura y arte. Su interior guarda numerosas obras de arte, como esculturas de Gregorio Fernández, entre las que destacaremos El Cristo Yacente (1613), en la capilla del mismo nombre, donado por el Duque de Lerma al convento, con la particularidad de ser el primero que el autor realizó.

De aquí pasamos al contiguo Museo Nacional de Escultura, un paseo por el mejor arte de los mejores imagineros, la colección escultórica española más ilmportante de la Península y una de las más destacadas de Europa. Desde el 29 de febrero de 2012, sus fondos se encuentran distribuidos en el citado Colegio de San Gregorio, el Palacio de Villena (situado enfrente) y el Palacio del Conde de Gondomar o Casa del Sol (separada del primero por un jardín).

Nos centraremos en el primero, el Colegio de San Gregorio, un edificio del siglo XV de extraordinaria importancia histórica, fundado a finales del siglo XV por el dominico Alonso de Burgos, personaje muy vinculado a los Reyes Católicos. El preciosismo de su fachada nos dejó extasiados; es de estilo isabelino con rasgos del renacimiento y fue concebida como telón o estandarte (arquitectura suspendida); es un retablo en piedra, un derroche de belleza e imaginación que incluye elementos realistas y simbólicos, así como esculturas de animales salvajes, alegorías, seres grotescos, un conjunto de difícil interpretación. El cuerpo bajo, presenta un arco carpanel que acoge la portada, flanqueada por esculturas de hombres silvestres cubiertos, o no, de pelo, con garrotes y escudos; en el segundo cuerpo se muestra esculpido el árbol de la vida, junto con varios escudos, entre los que destaca el escudo de los Reyes Católicos, que preside la fachada como símbolo de poder.

El patio del Colegio es otro tesoro, un bordado en piedra, una ornamentación refinada y elegante que se exibe sobre todo el segundo piso del patio; éste es de planta cuadrada y representa una de las joyas de estilo hispanoflamenco. Sus dos pisos se levantan sobre pilares helicoidales cuyos capiteles están decorados con medias bolas, siendo en las arquerías del piso superior, donde la decoración adquiere naturaleza de joya hecha a mano, de calados y cortinas pétreas que al abrirse originan arcos geminados de guirnaldas y follaje, concebido con una talla muy plana próxima al estilo renacentista recogido todo ello por un extraordinario artesonado mudejar con decoración de lacería musulmana.

Si el continente es una joya, el contenido es un tesoro, un referente de la Escultura española de la Edad de Oro; la colección escultórica del museo por su carácter y originalidad, es única en Europa. Está especializada en la fase más rica de la escultura española, en particular del Renacimiento y el Barroco, y en el arte de la madera policromada; figuras de bulto, retablos, sepulcros, sillerías, armarios de reliquias, pasos procesionales y un gran belén napolitano, nos hablan de la religiosidad de la España de la Edad Moderna, tan ligada a un nuevo arte en el que el dramatismo y realismo de las imágenes potenciaban el fervor y la fe en Dios, de tan humanas como eran. Pintores y escultores, destacados maestros como Felipe Bigarny, Alonso Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández, Pedro de Mena, Alonso Cano o Luisa Roldán nos han legado auténticas obras maestras del arte de la imaginería, que a nadie que visite el museo dejan indiferente.

De los artistas anteriormente citados destacaré a Gregorio Fernández (1576–1635) continuador de la tradición de la imaginería castellana iniciada por Alonso Berruguete y Juan de Juni, por ser un autor que caló en mí desde pequeña, cuando contemplaba su Cristo yacente, en las procesiones de Semana Santa de Segovia; aquí en Valladolid, Gregorio Fernández , se fue convirtiendo en el máximo exponente de la escultura barroca del momento; el realismo de los rostros angulosos, la ternura de las caras infantiles, las muecas de sufrimiento, los pliegues de las ropas, las instantáneas de las escenas casi fotógráficas, parecen congelar el tiempo, moviendo el sentimiento de quien lo ve. El tema de la muerte, y no sólo la de Cristo, es uno de los temas habituales del barroco, y tuvo tanto éxito que el maestro lo repitió múltiples veces: Museo de Valladolid, San Pablo, Iglesia de San Miguel de Valladolid, El Pardo, Catedral de Segovia y tantos otros, realizados íntegramente o con colaboraciones.

De todas las tipologías que creó Gregorio Fernández, considerado el maestro de la escuela castellana, acaso sea ésta la que más popularidad tuvo y, por lo tanto, la más trabajada e imitada. En una mañana vimos tres Cristos Yacentes de Gregorio Fernández, el de la Iglesia de San Pablo, de 1613 , el del propio museo de 1627 y el Cristo Yacente de 1630, que descubrimos en La Iglesia de San Miguel y San Julián.

Cristo Yacente. Iglesia de San Pablo

Este templo de la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús, al producirse la expulsión de los Jesuitas en 1767, por orden de Carlos III de España, se destinó a parroquia de San Miguel, San Julián y Santa Basilisa en 1775. La iglesia, construida en el último cuarto del siglo XVI, es uno de los más claros exponentes de la arquitectura jesuítica y en su interior acoge una buena colección de retablos, esculturas y pinturas, varias de ellas de Gregorio Fernández y Diego Valentín Díaz. El Retablo Mayor, fue construido a finales del s.XVI y muestra una estructura similar al del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, presentando banco, dos cuerpos y ático y cinco calles separadas por columnas jónicas y corintias. Es obra de Gregorio Fernández y de Adrián Álvarez; de las capillas laterales destacaremos la Capilla del Cristo de la Buena Muerte, en cuyo banco se halla un diván en el que reposa la imagen de Cristo Yacente de Gregorio Fernández, éste de 1630, considerado uno de los mejores yacentes del escultor por tratarse del único tallado de bulto redondo (íntegro).

La ciudad de Valladolid es un muestrario de arte y merece, desde luego, una larga estancia, pero nuestro tiempo se acababa y después de comer, dimos por terminada la escapada y nos volvimos a nuestra tierra, Segovia, donde los ojos nunca se cansan de contemplar su bellísimo arte.

2 comentarios sobre “Escapada de golf y arte: Palencia y Valladolid

  1. Hola Cecilia. Me ha gustado mucho este paseo por las ciudades de Palencia y Valladolid. He recordado un viaje que Rafa y yo hicimos también con unos amigos y complementamos el viaje también con unas escapadas de Golf. Muchos besos.

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