El Quijote: Sancho entra en política. Consejos del caballero a su escudero sobre el buen gobierno

Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

Apuramos Abril, mes cervantino por excelencia, con un nuevo acercamiento a la obra más emblemática de Cervantes, «El Quijote«, para recordar a los que detentan el poder, especialmente a los políticos, los principios que deben regir un buen gobierno. Es sabido por todos que la política es el modo de ejercer el poder, cuyo único y principal objetivo es el de  dirimir y equilibrar  los distintos  intereses de los ciudadanos; es decir, es una  actividad orientada a la toma de decisiones que posibiliten una justa y beneficiosa  convivencia en la sociedad. Pero esta es la teoría; en la práctica la codicia del hombre  y la búsqueda  del  propio provecho, enturbia el loable objetivo de  trabajar por los demás y lograr el bien común. Y esta disociación entre lo que conviene al ciudadano y lo que beneficia al gobernante,  es  atemporal, por lo que en tiempos de Cervantes también era una cuestión palpitante que perturbaba al autor, y que ha seguido desconcertando a los ciudadanos, hasta nuestros días. En el caso de Cervantes no sólo lo perturbó, sino que fue víctima, de las veleidades reales y de su desprecio, que no  recompensaron su valentía como soldado, con el tan deseado oficio  real.

El Quijote es fruto de la observación y  curiosidad que a Cervantes le suscitaba el hombre y la sociedad de su época, y sobre todo, de su propia experiencia. Por ello en cualquiera de sus páginas, encontramos  respuestas universales,   excepcionales lecciones de vida, relativas a las más variadas situaciones, él que las sufrió todas, guerras, cautiverio, soledad, abandono, cárcel y que no perdió nunca la esperanza y siguió luchando por ver reconocidos sus servicios a la corona, sin conseguirlo. De ahí su melancolía y también su  benevolencia  a la hora de criticar los males endémicos  que aquejaban a los gobernantes. Por ello, de una manera amable, Don Quijote alecciona a Sancho, que ha sido nombrado por los Duques,  Gobernador de la ínsula Barataria, para que no cometa los errores que él ha visto en reyes y señores, advirtiéndole de los peligros que conlleva el ejercicio del poder, como  la corrupción,  las injusticias, las lisonjas y otros comportamientos  que deberá evitar o en su caso, defender.

Cervantes dedicará dos capítulos de la Segunda Parte, el 42 y el 43, en los que sitúa a nuestra pareja de camino a Barcelona, en Aragón, en el castillo de los Duques, para que Don Quijote ilustre a su escudero a través de una serie de consideraciones sobre el buen gobierno, concernientes  tanto al cuerpo , -limpieza, indumentaria, apariencia-, como al  alma, -equidad, bondad, benevolencia-.  Podría parecer,  a la vista del paso del tiempo, que las reflexiones de tipo moral y ético vertidas por Don Quijote , han quedado obsoletas;   todo lo contrario, mantienen su vigencia y actualidad, ya que la ambición y el ansia de poder  del hombre, no ha variado con el paso de los siglos. Todos los días nos desayunamos con comisionistas, primos, hermanos, gobernantes, yernos de gobernantes,  altos cargos imputados por estafas varias, apropiación ilícita o malversación de dinero público.

Y qué mejor en este mes cervantino, que escuchar  los consejos que Don Quijote da a su escudero, –preocupado por su  inexperiencia y falta de preparación-, para que ejerza el cargo de gobernador de la ínsula, con prudencia, bondad, equidad y justicia. Sancho va a ver cumplida, por fin, la promesa que le hizo D. Quijote en el capítulo VII de la primera parte, de  convertirle en gobernador de una ínsula, gracias a la burla urdida por los  Duques,  nobles que de manera innoble,  propiciarán el acceso de  Sancho a tan deseado cargo…

—Mirad, amigo Sancho —respondió el duque—, (…) Lo que puedo dar os doy, que es una ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada y sobremanera fértil y abundosa, donde, si vos os sabéis dar maña, podéis con las riquezas de la tierra granjear las del cielo.

Venga esa ínsula, que yo pugnaré por ser tal gobernador…(…) Esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, (salir del lugar que me corresponde y querer ser más que otros) sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador.

—Si una vez lo probáis, Sancho —dijo el duque—, comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido.

 Y será Don Quijote,  imbuido en la farsa preparada por los Duques, -que ya habían leído la primera parte del Quijote y conocían los anhelos de Sancho-,  quien se sienta responsable de las futuras actuaciones de su amigo y le  aleccione  en el ejercicio del poder, para que no   caiga en  yerros y servilismos, y conserve su integridad,  defendiendo  la justicia. Y de paso delatará las prácticas abusivas realizadas por reyes, jueces y gobernantes, previniéndole de los malos hábitos convertidos en normas por la costumbre.

Don Quijote quiere ser su norte, y la brújula… que le saque del mar procelosos donde va a engolfarse, que los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones. Y lo hace con una cierta amargura y abatimiento, al considerar que mientras él no ha logrado conquistar ningún reino,  su escudero ha obtenido una ínsula de manos de los duques,  sin habérselo trabajado y sin haberse  enfrentado a «malandrines y encantadores«. Pero el amor que siente por su escudero, le empuja a olvidarse de sí mismo y centrarse en la carrera que  aquel va a comenzar…

Entrados, pues, en su aposento, cerró tras sí la puerta y hizo casi por fuerza que Sancho se sentase junto a él, y con reposada voz le dijo:

—Infinitas gracias doy al cielo, Sancho amigo, de que antes y primero que yo haya encontrado con alguna buena dicha te haya salido a ti a recebir y a encontrar la buena ventura. Yo, que en mi buena suerte te tenía librada la paga de tus servicios, me veo en los principios de aventajarme, y tú, antes de tiempo, contra la ley del razonable discurso, te vees premiado de tus deseos. (…)Tú, que para mí sin duda alguna eres un porro, sin madrugar ni trasnochar y sin hacer diligencia alguna, con solo el aliento que te ha tocado de la andante caballería, sin más ni más te ves gobernador de una ínsula, como quien no dice nada….

Y allí, juntos, en la estancia, Sancho escucha de boca de su amo, lo que será  el manual del buen gobernante, que le servirá como referencia. Don Quijote con  una expresión clara y sencilla va desgranando  consideraciones que abarcarán, desde conductas éticas, morales y religiosas a usos sociales o modos de vestir

Como prolegómeno, Don Quijote reflexionará sobre   el origen social de los gobernantes, con la intención de que Sancho no se avergüence de su humilde procedencia  y valore la virtud por encima del linaje;  no falta una suave crítica a los que la fortuna encumbra sin merecimiento, por herencia  o por suerte… No todos los que gobiernan vienen de casta de reyes. »Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale; y le conciencia de que la adquisición del cargo  ha sido gracias a la veleidad  de la fortuna, un golpe de suerte  …Tú, antes de tiempo, contra la ley del razonable discurso, te vees premiado de tus deseos. Otros cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden, y llega otro y, sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron..(…)… y concluye Don Quijote, diciéndole que debe estar agradecido a la providencia Todo esto digo, ¡oh Sancho!, para que no atribuyas a tus merecimientos la merced recebida, sino que des gracias al cielo, que dispone suavemente las cosas.

Antes de comenzar el parlamento, Don Quijote aún recapacita sobre un asunto que le intranquiliza, y es, la falta de  formación de su escudero, imprescindible  a sus ojos,  para ejercer el gobierno de la ínsula…

—¡Ah pecador de mí —respondió don Quijote—, y qué mal parece en los gobernadores el no saber leer ni escribir! Porque has de saber, ¡oh Sancho!, que no saber un hombre leer o ser zurdo arguye una de dos cosas: o que fue hijo de padres demasiado de humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que no pudo entrar en él el buen uso ni la buena doctrina. Gran falta es la que llevas contigo, y, así, querría que aprendieses a firmar siquiera.

A lo que Sancho  contesta: Vuestra merced sabe bien que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena.

—Eso no, Sancho —respondió Don Quijote—, que el necio en su casa ni en la ajena sabe nada, a causa que sobre el cimiento de la necedad no asienta ningún discreto edificio.

Tras este preámbulo abordará la lista de consejos RELIGIOSOS, MORALES y ÉTICOS. Don Quijote elaborará  un conjunto de valores y normas, que ayudarán   a Sancho a obrar en relación con el bien y el mal y a dirigir el comportamiento social de las personas, además de  reflexionar sobre las conductas de sus gobernados:

*Primeramente, !oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada

* Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.

Al que siguen una larga lista de consejos:

*Busca la verdad  y sé justo, clemente y misericordioso

*Jamás te pongas a disputar de linajes a lo menos comparándolos entre sí, pues por fuerza en los que se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás aborrecido, y del que levantares en ninguna manera premiado.

*Los  no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.

*Nunca te guíes por la ley del encaje, -(dictamen o juicio que forma el juez, sin atender a lo que las leyes disponen)-, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

*Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

*Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.

*Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia

*Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

*Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.

*No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.

*Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

*Al culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

En cuanto a las mujeres: »Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

*Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.Enseña a tu mujer para que no te deje mal.

*Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del “no quiero de tu capilla”, porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida.

A éstos, añade otros consejos que atañen a la ADECUACIÓN Y COMPORTAMIENTO SOCIAL. Será el  Duque, en un primer momento,  quien le hable de la adecuación del traje con el cargo…

Advertid que mañana en ese mesmo día habéis de ir al gobierno de la ínsula, y esta tarde os acomodarán del traje conveniente que habéis de llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra partida

—Vístanme —dijo Sancho— como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza.

—Así es verdad —dijo el duque—, pero los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa, que no sería bien que un jurisperito se vistiese como soldado, ni un soldado como un sacerdote. Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas.

«El vestido no hace el monje pero debe adecuarse» .

Y continúa Don Quijote:

“No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado”..

“Tu vestido será calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo; greguescos, ni por pienso, que no les están bien ni a los caballeros ni a los gobernadores”

.“Si sufriere que des librea a tus criados, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártela entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo; y este nuevo modo de dar librea no le alcanzan  los vanagloriosos”.

“En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer”.

“No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería”.

«Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”..

“Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra”.

“Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos ni de erutar delante de nadie».

 —En verdad, señor —dijo Sancho—, que uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo”.

“Habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala”.

“Cuando subieres a caballo, no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo, que parezca que vas sobre el rucio; que el andar a caballo a unos hace caballeros, a otros caballerizos”.

“Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día; y advierte, ¡oh Sancho!, que la diligencia es madre de la buena ventura, y la pereza, su contraria”.

“No has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias”.

A lo que responde Sancho

¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que venían aquí pintiparados, o como peras en tabaque, pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho.

—Ese Sancho no eres tú —dijo don Quijote—, porque no solo no eres buen callar, sino mal hablar y mal porfiar; y, con todo eso, querría saber qué cuatro refranes te ocurrían ahora a la memoria, que venían aquí a propósito, que yo ando recorriendo la mía, que la tengo buena, y ninguno se me ofrece.

Sancho contesta, ensartando una retahíla de  nuevos refranes:

«En casa llena, presto se guisa la cena».

«Quien destaja, no baraja, y a buen salvo está el que repica, y  el dar y el tener, seso ha menester».

«No, sino popen y calóñenme (desprecien y me injurien), que vendrán por lana y volverán trasquilados».

«A quien Dios quiere bien, la casa le sabe».

«Las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo».

«Haceos miel, y paparos han moscas».

 «Tanto vales cuanto tienes, decía una mi agüela y  del hombre arraigado no te verás vengado».

«Entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares». 

«A idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay responder»,

«Si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro». 

Y añade una  nueva parrafada en la que hilvana y explicar los anteriores,   provocando en Don Quijote, fastidio y admiración  al mismo tiempo, al comprobar la facilidad que tiene Sancho de engarzar refranes.

«Que nadie se tome con su gobernador ni con el que le manda, porque saldrá lastimado, como el que pone el dedo entre dos muelas cordales, y aunque no sean cordales, como sean muelas, no importa; y a lo que dijere el gobernador, no hay que replicar, como al «salíos de mi casa y qué queréis con mi mujer». Pues lo de la piedra en el cántaro un ciego lo verá. Así que es menester que el que vee la mota en el ojo ajeno vea la viga en el suyo, porque no se diga por él: «espantóse la muerta de la degollada»; y vuestra merced sabe bien que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena».

Una vez terminada la conversación de amo y criado, Don Quijote concluye diciendo…

Y dejemos esto aquí, Sancho, que si mal gobernares, tuya será la culpa y mía la vergüenza; mas consuélome que he hecho lo que debía en aconsejarte con las veras y con la discreción a mí posible: con esto salgo de mi obligación y de mi promesa. Dios te guíe, Sancho, y te gobierne en tu gobierno, y a mí me saque del escrúpulo que me queda que has de dar con toda la ínsula patas arriba, cosa que pudiera yo escusar con descubrir al duque quién eres, diciéndole que toda esa gordura y esa personilla que tienes no es otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias.

A lo que Sancho responde compungido, que si su amo no cree en él, prefiere ser “Sancho a secas  con pan y cebolla” que “Gobernador con perdices y capones”, revelando así   su bondad natural, su respeto  y su sentido de la amistad,  con un emocionante parlamento  que muestra su bonhomía.

—Señor —replicó Sancho—, si a vuestra merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto, que más quiero un solo negro de la uña de mi alma que a todo mi cuerpo, y así me sustentaré Sancho a secas con pan y cebolla como gobernador con perdices y capones, y más, que mientras se duerme todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuestra merced mira en ello, verá que solo vuestra merced me ha puesto en esto de gobernar, que yo no sé más de gobiernos de ínsulas que un buitre, y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno.

A lo que contesta Don Quijote

—Por Dios, Sancho —dijo don Quijote—, que por solas estas últimas razones que has dicho juzgo que mereces ser gobernador de mil ínsulas: buen natural tienes, sin el cual no hay ciencia que valga.

Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. »Por ahora, esto se me ha ofrecido, Sancho, que aconsejarte: andará el tiempo, y según las ocasiones, así serán mis documentos, (consejos, enseñanzas) como tú tengas cuidado de avisarme el estado en que te hallares.

Descubrimos  por boca de Don Quijote, el complejo   universo cervantino, centrado en este caso en el conocimiento del funcionamiento del poder, mejor dicho en el mal funcionamiento del poder, del que conocía todos sus entresijos; por ello Don Quijote siente la  necesidad de  aleccionar a su escudero y amigo, en su nuevo oficio,  con normas de comportamiento,  infringidas  en su tiempo y en todos los tiempos.  Y expone enseñanzas, que encubren críticas de manera  amable, sin esas palabras gruesas a las que hoy los políticos nos tienen acostumbrados. Lecciones  que nos recuerdan, que alrededor del poder siempre hay encantadores, que, como aquellos que transformaron los molinos en gigantes, hoy convierten en oro una humilde mascarilla. Es un idealista que quiere cambiar el mundo y convertirlo en un lugar más habitable, donde cada uno pueda perseguir sus sueños, impere la justicia y se reconozcan el valor  de las persona.

Volvamos los ojos al Quijote y contagiémonos de su dulce locura para poder soportar los tiempos que vivimos, mares procelosos en los que … los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones..., que irremediablemente alimentan la corrupción.

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