Descubriendo Cuba, Abril de 2018
Cuba es música, empatía, sonrisa, olor a gasolina, es una maraña de taxis, bici-taxi, moto- taxi, motocarro-taxi, taxis amarillos, taxis camuflados, es masificación, politización del arte y de la vida cotidiana, es arquitectura abandonada, es miseria repartida, mendicidad engañosa, es vida de calle, es resignación y lucha diaria por sobrevivir.
Siempre había deseado conocer Cuba y por fin el 24 de Abril, salimos a las 16,35 desde la terminal 4S del aeropuerto de Barajas hacia la Habana y llegamos a las 20,40 hora local. Volamos con Iberia durante 9 horas en uno de esos aviones en los que no te puedes apenas mover por la estrechez de sus filas y en los que no ves la pantalla de televisión durante el trayecto, literalmente te la comes cuando el viajero de la butaca delantera se echa hacia atrás. Pudimos superarlo y llegamos sin incidencias al aeropuerto internacional José Martí; al ir a recoger las maletas entramos en contacto con el tempo cubano. Tuvimos que esperar casi una hora, no sin cambiarnos varias veces de cinta pues salían por varias a la vez. Fuera nos estaba esperando un microbús para llevarnos al antiguo Habana Hilton, en el corazón del Vedado, hoy hotel Habana Libre despojado ya de toda referencia americana. El mítico hotel Habana Hilton, fue inaugurado el 19 de marzo de 1958 por la cadena hotelera estadounidense del mismo nombre y asistió al evento el presidente de la República Fulgencio Batista.
Tras el triunfo de la Revolución el primero de Enero de 1959, el Hotel Habana Hilton fue visitado por Pedro Miret y Camilo Cienfuegos y el 8 de Enero, cuando Fidel hace su entrada en La Habana, éste, y parte de la columna se aloja en el mismo. Fue expropiado por el Gobierno liderado por Fidel Castro en junio de 1960 y pasó a llamarse hotel Habana Libre, como se le conoce hoy día. En este hotel, en la Suite La Continental, habitación 2324, Fidel Castro instaló su oficina personal en los primeros años de gobierno revolucionario y fue allí donde la CIA orquestó dos intentos para asesinar al líder cubano. A partir de este instante, y durante un periodo de tres meses, se convirtió en el Puesto de Mando de la Revolución. Aunque sobre el papel es de 4 estrellas, en la realidad, el deterioro del mobiliario de sus habitaciones es tan patente (puertas con la pintura resquebrajada por la humedad, ventanales que no cierran), que apenas resistiría la calificación de tres, eso sí, las instalaciones conservan algo del antiguo esplendor; sus habitaciones son muy grandes y luminosas, los salones amplísimos, la oferta de restaurantes muy variada, su piscina está bien cuidada y su sala de fiesta en el último piso es muy digna y ofrece unas vista impresionantes de la ciudad.
Comenzamos el día desayunando en el buffet libre del hotel que nos ofreció una gran variedad de productos internacionales y de frutas propias como la guayaba, la papaya, maracuyá, mamey colorado y mango que mostraban una apariencia de lo más exótica. Lo que sí degustamos, a razón de una por día, fueron las estupendas tortillas que cada mañana el cocinero preparaba al instante y a gusto del comensal. Apenas salimos del hotel, nos envolvió una ola de calor, un ruido atronador de motores, olor a gasolina y un enorme bullicio provocado por el gentío que pululaba por la famosa calle L E 23; no sabíamos aún que iba a ser una de las tónicas de La Habana; lo primero que nos deslumbró, fueron los coloridos y elegantes coches americanos, los almendrones, coches de los años 30, 40 o 50, Cadillac, Dodge, Chevrolet, Ford o Pontiac que más de medio siglo después de su época de esplendor, siguen rodando por las calles de la Habana y las carreteras de la isla. Estos coches americanos dejaron de entrar en Cuba en 1959 tras la revolución, por eso y porque no hay apenas alternativas, se cuidan y se conservan hoy en día en muy buen estado, totalmente modificados y mimados por sus dueños para dedicarlos al uso y disfrute del turismo.
Como algunos no habíamos cambiado aún euros en CUC, (1 CUC = 0,87) (1 CUC = 25,75 CUP) buscamos un banco o un cajero automático. Ardua labor, pues en las CADECAS (oficinas de cambio) había una cola que desde el interior se extendía hasta la calle; probamos en los cajeros automáticos en los que bajo un sol de justicia esperamos otra cola que no sirvió para nada pues se había acabado el dinero. Los cubanos que también hacían la cola nos dijeron que ellos tenían unas tarjetas de las que les descontaban la cantidad que pedían. Buscamos más cajeros y nos fue imposible sacar dinero porque como nos explicarían, ya al final del viaje, nuestra tarjeta de Open Bank, tenía ciertos vínculos con bancos americanos, cuestión a todas luces desconocida por nosotros y razón por la cual no pudimos sacar dinero en todo el viaje.
Así, tuvimos que cambiar euros en el Hotel Nacional, al que nos dirigimos para visitar su precioso jardín abierto al mar; evidentemente, nos salió más caro pero menos que en el Habana Libre. De camino al Nacional pudimos observar con asombro el estado lamentable de los edificios de las calles aledañas al mismo; su elegante arquitectura y sus bellas formas contrastaban con el abandono de los mismos; la vegetación invade su interior y la humedad y el tiempo ayudan al deterioro. Muchas de estas casas señoriales han sido cedidas por el gobierno de la revolución a afiliados al partido, otras albergan sedes sociales o políticas y otras permanecen en el olvido.
Por todos lados se podían leer consignas políticas pintadas en los edificios que ensalzaban la figura de Fidel o arengaban al pueblo para que se mantuviera fiel a la revolución; “por siempre Fidel”, “patria o muerte”, “un día sin combate es un día perdido”, “revolución es igualdad y libertad plenas”. Después de este baño ideológico, cogimos un taxi para llegar al centro de la Habana pues el calor no animaba a dar un paseo. Tuvimos que regatear con los taxistas pues ellos nos pedían 12 CUC y ya nos habían dicho que ese recorrido lo hacían por 8 o 10. Los taxistas eran buenos conversadores y nos fueron informando de la manera en que habían logrado hacerse con el taxi. La adjudicación la hace el gobierno y el que la recibe, carga con todos los gastos del coche y tiene que dar un dinero diario sobre lo ganado y al final de mes otra cantidad fija, haga caja o no. Hay algunos que han logrado ser propietarios del taxi, gracias en la mayor parte de los casos, a dinero que reciben de los cubanos exiliados en Miami o EEUU.
Llegamos por el Malecón al centro histórico y desembocamos en la Plaza de la Catedral. Los jesuitas ya tenían en sus planes construir una iglesia en esta plaza llamada Plaza de la Ciénaga. pero el 24 de octubre de 1704 el procurador general de La Habana, Luis Gonzalo de Carvajal, se opuso a la petición de los religiosos. Más de diez años después, los jesuitas obtuvieron el tan esperado permiso pero tardaría años en realizarse. En el año 1767, ya estaba terminado el colegio, pero no la iglesia y en ese momento ocurre la expulsión de los jesuitas del Nuevo Mundo por lo que no se termina el proyecto. En 1778 comenzó el proceso de transformación del antiguo oratorio de San Ignacio en la catedral habanera dedicada a la Purísima Concepción, cuya imagen es visible en el Altar Mayor. La nave central estuvo ocupada hasta la independencia de la isla por un monumento funerario dedicado a Cristóbal Colón aunque más tarde sus cenizas fueron trasladadas a Santo Domingo y de allí a la Catedral de Sevilla.
La catedral es de estilo barroco y está encuadrada dentro de la corriente toscana, por sus dos torres campanarios laterales; el templo forma un rectángulo de 34x36m, que posee tres naves y ochos capillas laterales, divididas por gruesos pilares. El piso es de mármol blanco y negro. Las esculturas y los trabajos de orfebrería de los altares así como del altar mayor fueron realizadas por el italiano Bianchini. Tras este altar se observan tres frescos originales del pintor italiano Perovani y las pinturas interiores fueron realizadas por el pintor francés Jean-BaptisteVermay. Entre las varias capillas que alberga se encuentra la de Nuestra Señora de Loreto, consagrada en 1755, antes de la transformación en catedral de la antigua parroquia jesuita y tiene una entrada independiente. Su cúpula, que queda por debajo de las torres laterales, es visible desde los edificios aledaños con un intenso color naranja.
La Catedral está rodeada por la plaza, que lleva su nombre, recoleta y con sabor colonial, con edificios asentados sobre soportales que muestran puertas y ventanas pintadas de azul; en los mencionados soportales las habaneras lucen sus coloridos vestidos y los turistas se sientan a resguardarse del sol y a contemplar la belleza de la plaza desde las terrazas. Alberga las mansiones de la nobleza habanera colonial, entre las que destacan el Palacio del Marqués de Arcos, la casa de los condes de Casa Bayona de 1720, que en la actualidad es el Museo de Arte Colonial , que visitaríamos el último día y la Mansión del Marqués de Aguas Claras.
Desde el corazón de la Habana vieja y cogiendo la calle Empedrados, nos encaminamos a la famosa Bodeguita del Medio, que allá por 1942 y con el nombre de Casa Martínez, tuvo la suerte de estar cerca de una imprenta y de que los escritores que allí se acercaban como Gabriela Mistral, Agustín Lara, Pablo Neruda Nicolás Guillén, Ernest Hemingway, se reunieran posteriormente en la taberna con los amigos para disfrutar de su comida criolla y de su tabaco. En sus paredes, estampaban sus firmas o escribían poemas. Fue en el 1949 cuando entra como cocinera Silvia Torres, la china, la que convirtió el local en un negocio de éxito.
Hoy día, la gente abarrota el local y ocupa la calle, con tal de tomarse un mojito en la bodeguita y escuchar su música en directo. Nosotros no pudimos sino asomarnos pues había tanta gente que nos fue imposible acceder al local. Seguimos nuestro recorrido por las calles de Habana vieja disfrutando de sus gentes y de sus innumerables restaurantes donde la música es la protagonista; las casas antiguas reconvertidas en hoteles o paladares, acogen a los turistas en sus patios y les dan un respiro del sol ardiente de la Habana. Paseamos por la calle Obispo para llegar como todos los visitantes de la Habana a La Floridita, el bar que Hemingway hiciera famoso y que ahora ha traspasado fronteras; con la escultura en bronce del autor situada en una esquina de la barra se fotografían todos los admiradores del escritor.
Seguimos por la calle Mercaderes una de las más elegantes y mejor rehabilitadas de la Habana en la que se encuentra la Casa Museo de Simón Bolivar, el Museo Nacional de la Cerámica y numerosas salas de exposiciones; también están allí situados los mejores restaurantes llamados paladares; nos recomendaron uno llamado como la propia calle que lo alberga y comimos muy bien. Es una preciosa casa restaurada, con balconada de madera pintada, aparadores antiguos, patio estrecho con escaleras y paredes pintadas en verde; lo cierto es que tenía el encanto de la mezcla. No sé si será el mejor restaurante, como nos dijeron, pero lo que comprobamos en nuestras propias carteras es que es uno de los más caros. Después de comer seguimos paseando y llegamos a la Plaza Vieja, donde visitamos la Escuela Primaria Angela Landa y charlamos con una de las maestras que muy amablemente nos dijo que volviéramos otro día para hablar a los niños de la enseñanza en España y responder a las preguntas que nos formularan; no nos fue posible y lo sentimos pues habría sido una experiencia inolvidable; daba gusto ver a todos los niños con sus uniformes de color café con leche, esperando ordenadamente a sus padres en el zaguán del edificio.
Durante el paseo me sorprendió encontrar algunos edificios como el de La Bolsa o la Dirección del Registro de la Propiedad Amillaramiento y control de inmuebles, dado el sistema político y económico del país. Como hacía mucho calor nos dirigimos hacia la Plaza de Armas, donde se impone el edificio del Palacio Municipal con sus amplios soportales abiertos a unos jardines cuajados de grandes árboles que son un oasis en las tardes calurosas; se trata de la plaza más antigua, ya que aquí se encuentra el punto concreto donde fundó la villa de San Cristóbal de La Habana el adelantado español Diego Velázquez de Cuéllar, el 16 de noviembre de 1519. Rodeando la plaza se encuentran algunos de los edificios más importantes de la capital como el Castillo de la Real Fuerza, la primera fortaleza de la villa, El Templete, construido en el punto donde se fundó La Habana bajo una ceiba en 1519, el Palacio de los Capitanes Generales que alberga el Museo de la ciudad, el Palacio del Segundo Cabo hoy en día biblioteca o el Palacio de los Condes de Santovenia, convertido en el Hotel Santa Isabel.
Siguiendo el paseo desembocamos en la Bahía, después de pasar por el Colegio de Arquitectos, un precioso edificio con balconadas azules y un patio, tipo corrala, con barandilla y contraventanas también pintadas de azul. Caminando, llegamos a la Plaza de San Francisco de Asís donde destacaba la iglesia del mismo nombre, una de las más emblemáticas del casco histórico de La Habana; la construcción comenzó en 1548, impulsada por la Orden de San Francisco, pero las obras se alargaron cerca de 200 años ya que en la primera mitad del siglo XVIII, se llevó a cabo una profunda remodelación para adaptarla al estilo barroco imperante en la época. Resalta la torre campanario, con sus poco más de 40 metros de altura, la más alta durante siglos de la ciudad. A mediados del siglo XIX las órdenes religiosas fueron expulsadas de Cuba, fue entonces cuando se expropió la iglesia y el convento a los franciscanos para instalar la Oficina de la Aduana y el Archivo General. Hasta el triunfo de la Revolución en 1959, fueron varios los usos que se le dieron al antiguo edificio religioso. Cuando llegó al poder Fidel Castro lo convirtió en museo; actualmente alberga el Museo de Arte Religioso y una de las mejores salas de concierto de la ciudad.
Y ya, al atardecer volvimos al hotel por el Malecón caminando y contemplando a la gente que sentada en el pretil miraba el mar o pescaba, y a los coches que pasaban ruidosamente preguntándonos si queríamos sus servicios. No sé decir qué tiene de especial, pero me encantó recorrerlo. Sería el contraste entre su lado derecho y el izquierdo, entre un mar que se abre al infinito y una ciudad encerrada en sí misma donde las ruinas abandonadas hablan de la antigua belleza de las casas señoriales. Impresiona contemplar la pobreza y el deterioro de estos edificios, majestuosos en otros tiempos, causado por el olvido y la desidia de años; ahora están ocupados por inmigrantes y gente que vive en la miseria y que se hacina en habitaciones cegadas con cartones y plásticos negros y patios divididos en mil estancias donde la marginalidad y la pobreza comparten espacio. Para cerrar el día, fuimos al Hotel Nacional para ver el espectáculo del Cabaret Parisién folclore genuinamente cubano que muestra la fusión de las culturas indoamericanas, hispanas y africanas, las cuales dieron origen a la cultura cubana.
El segundo día, tras desayunar salimos del hotel donde nos esperaba un mini bus que nos llevaría hasta Guardalavaca a través de numerosas ciudades. Nuestro primer destino fue el complejo turístico de Guamá ubicado en la Laguna del Tesoro que se localiza en el Parque Natural de la Península de Zapata en la provincia de Matanzas cerca de playa Girón; esta playa recibe también el nombre de Bahía de cochinos porque fue aquí donde, el 17 de abril de 1961, comenzó la invasión de las fuerzas de choque formadas por los exiliados cubanos anticastristas. Si recordamos la historia, el día 19 de abril de 1961 tras dos días luchando y sin apenas apoyo por parte de quienes les había entrenado y suministrado las armas, la Brigada 2506 se rindió a las fuerzas cubanas. La operación había fracasado. En el último momento, Kennedy negó la participación de fuerzas norteamericanas en la batalla, lo que favoreció sin duda el triunfo de los isleños. Una vez en el parque turístico de Guamá, llamado así en recuerdo de uno de los caciques que se enfrentaron a los españoles, subimos a una lanchas motoras que nos llevaron a un poblado taino, el cual recreaba las costumbres de esta tribu precolombina asentada en las Bahamas y en las dos Antillas; descubrimos su día a día, sus costumbres, sus comidas y bebidas, especialmente el saoco –bebida de ron y coco servido dentro del mismo coco- y sus chozas de paja ovaladas llamadas bohios, en donde unos danzarines mostraban las danzas taínas y en donde al refugio de miradas ajenas, aprovecharon para comentarnos las graves carencias de su vida diaria.
Este precioso parque temático rodeado de palmeras, completa su belleza con la Laguna del tesoro, llamada así según la leyenda por ser el lugar en el que los indios tiraron sus riquezas antes que entregarlas a los europeos. Acabada la visita, nos dirigimos a un restaurante precioso con forma de bohío, todo de madera y rodeado de agua. Allí comimos cocodrilo, una carne sabrosa de la que no acertamos a reconocer el sabor por llevar una salsa muy rica que lo enmascaraba. Las vistas y el paraje eran exuberantes.
Tras la comida, tomamos un café con azúcar prieta que es nuestro azúcar moreno y posteriormente, de nuevo en lancha, nos dirigimos al criadero de cocodrilos que funciona a cargo del Ministerio de Industrias Pesqueras. El lugar se caracteriza por alojar más de 10.000 ejemplares en peligro de extinción. Las dos especies que se cuidan en este criadero son el Crocodylus rhombifer, cocodrilo propio del territorio y el Crocodylus acutus, que es el caimán, perteneciente a todas las zonas de la América Tropical.
Terminada la visita proseguimos el viaje hacia la ciudad de Cienfuegos donde nos alojamos en el Hotel Jagua. Nos sorprendió gratamente la recepción del hotel pues era muy luminosa y desde ella se podía ver una estupenda piscina desde la que se contemplaba el mar y además….tenían wifi, algo muy difícil de encontrar en Cuba. El hotel está situado al final de Punta Gorda, antiguo barrio residencial que se asienta sobre una península alargada que termina en un parquecito junto al mar, donde acuden los jóvenes a charlar dentro de sus cálidas aguas.
Dejamos las maletas y nos fuimos a dar un paseo por el Malecón zona noble de Cienfuegos, al que se asoman espléndidas villas testimonio de la presencia americana durante la época del dictador Batista, donde se alternan los chalets a punto de desmoronarse con otros rehabilitados recientemente y en buen estado de conservación. Como queríamos conocer distintas versiones de la vida en Cuba, entablamos conversación con un señor que cuidaba la finca de un familiar que vivía en Europa; el dueño había restaurado la casa y su pariente se la cuidaba viviendo en ella.
Según nos dijo un taxista que contemplaba el mar desde su bici-carro, los cubanos que tenían parientes en Miami, recibían dinero y podían rehabilitar sus casas o comprar las que están en venta ya que los precios son europeos y por lo tanto inalcanzables para los sueldos cubanos. El taxista nos contó que había trabajado en una fábrica como ingeniero industrial pero que lo había dejado porque ganaba más con el turismo, historia repetida por muchos taxistas de toda Cuba. También hablamos con el conserje de la Escuela de Restauración, un precioso chalet, pintado de azulón que al estar en la Punta, estaba flanqueado por el mar; nos habló de su mujer, de su hijo y de su trabajo de vigilante nocturno en la institución, de la tranquilidad de la isla y de que no existían robos pues la policía trabajaba pronto y bien y las penas eran grandes por lo que los ladrones se lo pensaban dos veces. La Punta terminaba en un jardín muy concurrido en el que nos sentamos a charlar y a gozar de la tranquilidad que allí se respiraba y sobre todo a contemplar el atardecer que dibujaba en el mar siluetas de jóvenes, jevos y jevas, que hablaban tranquilamente fuera y dentro del agua. Regresamos al hotel para cenar y lo hicimos en otro edificio anexo y completamente distinto en el Palacete del Valle, mandado construir por un asturiano Alejandro Suero Balbin.
En 1906 Acisclo del Valle, otro asturiano y socio del anterior, contrajo matrimonio a la edad de 42 años con Amparo Suero Rodríguez de 21 año, hija de Alejandro. Con motivo de la boda, éste regaló a su hija una casa de dos pisos y sus terrenos aledaños, ubicada en el barrio Punta Gorda de la ciudad de Cienfuegos, inscribiendo la propiedad a su nombre. Su construcción empezó en 1913 y la obra fue encomendada al arquitecto italiano Alfredo Colli, terminándose en 1917, con un costo de millón y medio de pesos. Realmente es un capricho arquitectónico perteneciente al estilo ecléctico; recuerda el arte hispano morisco con influencias románicas, góticas, barrocas e italianizantes, combinadas con el estilo mudéjar; todos los materiales fueron importados, mármoles de carrara, alabastros también italianos, cerámicas venecianas y granadinas, herrajes y forjas españolas, mosaicos talaveranos y cristales europeos, todo, menos la madera de caoba de Cuba. En los decorados interiores del edificio destacan bellos artesonados en oro, finísimas vidrieras y frisos de margaritas japonesas doradas al fuego así como inscripciones que denotan la nacionalidad de los artesanos que participaron en su construcción. Hoy en día es Monumento Nacional del Patrimonio Cultural cienfueguero.
A la mañana siguiente salimos caminando hacia el centro de la ciudad de Cienfuegos por el Paseo del Prado que es la calle principal; a lo largo de sus 4 km se puede apreciar la herencia francesa en muchas de las casas que adornan esta principal arteria. En 1819 se asentaron en la gran bahía azul de Jagua, medio centenar de familias francesas llegadas de Burdeos y la Louisiana. el coronel Luis De Clouet, del ejército español, se entendió con el Capitán General de la colonia, José Cienfuegos y fundó la ciudad. Se planearon las primeras 25 manzanas cual retícula cuadriculada a la manera de un tablero de ajedrez y se aplicaron los conceptos preciosistas del neoclásico del siglo XIX, con orden y rigor geométrico a la francesa, sobria elegancia, aire señorial grecolatino y armonía arquitectónica. Pero no sólo hay herencia gala; a lo largo de casi dos siglos de historia de Cienfuegos ha sido la influencia española la más marcada y la que alcanzó mayor presencia social y económica en el territorio. Los españoles que se asentaron en el territorio cienfueguero buscaban salida para sus pequeños negocios y algunos, los más poderosos, trajeron aquí sus grandes industrias y comercios. Esta presencia dejó también sus huellas en la arquitectura de la ciudad; hoy perviven edificios del siglo XIX e inicios del XX, cuya edificación fue promovida por españoles acaudalados que plasmaron las tendencias arquitectónicas de la época. Baste citar el Palacio de Goitizolo (1858), Casa de los Leones (1870), Palacio de Blanco (1871), Casa de García de la Noceda (1881) y el Palacio de Valle que se terminó de construir en 1917. Nos dirigimos por una calle peatonal muy comercial hacia la Plaza José Martí, político republicano democrático, pensador, periodista filósofo y poeta cubano, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra del 95 o Guerra Necesaria, llamada así a la guerra de Independencia de Cuba. La guerra dio inicio el 24 de febrero de 1895 en un levantamiento simultáneo de 35 localidades cubanas y terminó en 1898. Perteneció al movimiento literario del modernismo y su figura es respetada por todos los cubanos y reproducida en todas las plazas de las ciudades cubanas.
La gente entraba y salía de las tiendas que eran como colmados en los que había muy poca cantidad de muchos productos un tanto anticuados para nosotros; también había muchas tiendas de artesanos pensadas para los turistas que vendían objetos de madera; en uno de ellos compramos maracas pintadas de muy vivos colores que personalizan con los nombres de los destinatarios; bojeamos (echar una mirada, explorar, en cubano) en una tienda de alimentación y comprobamos que en la carnicería sólo había dos pollos; la escasez se palpaba en todos los comercios pero eso sí, en ningún negocio faltaban frases alusivas a las bondades de Fidel y de la Revolución. Alrededor de la plaza están los edificios más importantes y bellos de la ciudad; entre ellos destacaremos el Teatro Tomás Terry construido en 1889, cuyo nombre recuerda a este comerciante venezolano que se trasladó a Cuba para desarrollar sus negocios; entramos en su interior y tuvimos la sensación de volver a los años 60 al contemplar el mobiliario anticuado del patio de butacas y de las plateas. Donde no pudimos entrar pero sí admirar es el coqueto Palacio Ferrer pintado de azul cielo, llamado así porque Ferrer era el apellido de la familia catalana que lo mandó construir, imprimiendo en él, rasgos de la estética modernista; en un lateral de la Plaza se alza el Arco del Triunfo, dedicado a la Independencia cubana y construido de forma voluntaria por obreros de la ciudad; el Palacio de Gobierno es otro bonito edificio que destaca por su gran cúpula y por las columnas que adornan su fachada gris y blanca.
Palacio del Gobierno Palacio Ferrer
La Catedral de la Purísima es otro de los interesantes edificios del Parque José Martí y se reconoce fácilmente por sus cúpulas rojas y su fachada amarilla. Estaba abierta y entramos en su interior con nuestro guía, el cual nos dijo que estaba en reconstrucción, y que cuando la acabaran iba a quedar preciosa; nos chocó un poco pues sólo había un albañil con un martillo, dando golpes con muy poca convicción. Como hacía muchísimo calor nos sentamos a tomar una limonada en un bar muy típico que conserva todo el sabor de lo demodé, el Palatino; como en la mayoría de los locales cubanos, había música en directo que añadía encanto al momento.
Terminadas las visitas, salimos de la Plaza por una calle llena de puestos de artesanía, desde los que nos llamaban para comprar recuerdos, iguales a los que vimos en las tiendas del paseo principal; por lo que nos contaron, las hacen artesanos que trabajan para el gobierno y lo comercian, vendedores pagados también por el gobierno. En conclusión, todo el mundo es funcionario del gobierno. Llegamos a la bahía desde donde vimos la Aduana y allí nos hicimos la foto de rigor. Una vez hecha y tras contemplar el mar, nos dirigimos al bus para volver al hotel y recoger las maletas pero antes entramos en un paladar llamado Paladar la Bahía, muy recomendable, donde comimos sopa, tostada, jugo de papaya y combinado de mar y montaña; acabamos con un postre muy dulce.
Salimos de Cienfuegos camino de Trinidad y al llegar al complejo hotelero Las Cuevas, comprobamos que las habitaciones eran bungalows bastantes cutres; desde alguno se veía el mar pero todos estaban poco cuidados y la decoración era de los años sesenta, eso sí, las chicas que hacían las habitaciones, adornaban las camas con figuras formadas con las toalla que imitaban flores y cisnes.
Más tarde decidimos bajar a la ciudad andando a pesar de que las nubes negras presagiaban lluvia. La Villa de la Santísima Trinidad fue la tercera villa fundada por la Corona española en Cuba, a principios de 1514 y llegó a ser una de las más prósperas de la mayor de las Antillas. Es una de las ciudades coloniales mejor conservadas de Cuba, y está inscrita en la lista de ciudades Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, junto al valle de los ingenios en 1988, una zona donde prosperó la industria azucarera en el s.XIX. Esta producción azucarera enriqueció a los dueños de los ingenios e hizo que surgieran tanto en Trinidad como en el Valle, casonas y palacetes que dan una personalidad especial a la ciudad. Sus casas tienen grandes ventanales y y preciosas balconadas de madera pintada de azul. En una de ellas, había una señora y su hija con las que entablamos conversación; cuando les decíamos que éramos de España, la reacción inmediata era de alegría y aceptación. Comenzó a llover y finalmente arreció así que, cogimos un taxi viejo, viejo, que olía a gasolina muchísimo y que apenas podía subir la cuesta que llevaba al hotel. Nos costó 5 CUC precio de turista, que equivale a 5 €, carísimo en relación a los CUP, pero barato para nosotros. No olvidemos que el sueldo medio de un cubano es de 20€ y el un médico o ingeniero 40€.
Las calles con la lluvia adquieren un singular encanto; el empedrado relumbra y refleja el brillo de las luces con múltiples formas. Este manera de empedrado nuestro guía lo llamaba “piedras a lo como quieran“ pues estaban como tiradas sin orden ni concierto; pero quizá esa era su belleza. El día amaneció sin lluvia y después de un desayuno horroroso, bajamos de nuevo a Trinidad pero esta vez en el bus. .El sol nos acompañó en el paseo y dio más color a sus preciosas casas verdes, azules, rosas, magenta; llegamos a la Plaza Mayor, lugar emblemático de la ciudad donde, en lo alto, destaca la fachada neoclásica de la Iglesia Mayor de la Santísima Trinidad (s.XIX) y las preciosas casas coloniales que rodean el jardín central, lleno de palmeras.
En la misma plaza vimos el Museo de arquitectura al que nos asomamos por su amplio portón y comprobamos que había sobre todo mobiliario; posteriormente llegamos a la Casa de la Música, un rincón muy acogedor donde la gente ocupa las empinadas escaleras, llenas de terrazas, para escuchar música en vivo y disfrutar del airecito de la tarde, de los colores y del encanto de la ciudad. Visitamos el magnífico Palacio Cantero mandado construir en 1828 por un colono enriquecido. Se trata de un ejemplo de arquitectura aristocrática, decorado con algunos frescos de inspiración italiana. Este palacio de amplios espacios alberga el Museo Municipal de Historia; en él encontramos mobiliario cubano, piezas de porcelana francesa y lámparas de origen americano. Desde lo alto de su torre se disfruta de una vista espectacular de la ciudad y de las cumbres de la Sierra del Escambray.
Hicimos una parada en el paseo para conocer dos de las tabernas más conocidas de Trinidad, una filial de La bodeguita del medio y la más famosa, la Canchánchara donde degustamos la bebida del mismo nombre, compuesta por miel, limón, aguardiente, hielo y agua. Como había música en directo, aprovechamos para bailar una salsa. A pocos metros de la Plaza Mayor, entre Desengaño y Boca, nos encontramos con una preciosa casa pintada de azul con un portalón blanco y dos enormes ventanas con rejas hasta el suelo; al asomarnos para curiosear nos encontramos con una sala pintada de blanco y azul y un gran cartel que decía: Templo Yemalla. En su centro y sobre una pequeña silla había una muñeca de trapo negra o anaquillé, que se utiliza como símbolo de protección o amuleto. Hoy en día es templo religioso y casa vivienda a la vez y refleja los valores más genuinos y auténticos de la cultura afrocubana y la identidad local.
Torre del Campanario del Convento de San Francisco Templo Yemalla
Después del paseo fuimos a comer a otra de las preciosas casas de la ciudad convertida en restaurante, llamado “Colonial”; este paladar estaba lleno de gente, había música en directo y comimos unos estupendos camarones y ensalada. Después de comer nos subimos al mini bus pues teníamos tarde libre y decidimos acercarnos a la playa más próxima a Trinidad, Playa Ancón, a tan sólo a 11 kilómetros. Pensamos buscar un medio de transporte, taxi o bus pero al final decidimos hablar con el conductor y pedirle que nos llevara y trajera por una suma con la que estuvo de acuerdo; así pudimos conocer esta playa de aguas calientes que invitaban a cada paso a darse un chapuzón; las palmeras y las sombrillas del Resort Playa Ancón, nos cobijaron del calor de la tarde.
Ya de vuelta en el hotel, bajamos a cenar a Trinidad, huyendo del buffet de nuestro restaurante y encontramos uno con terrazas en su interior, llamado Plaza Mayor; no era un paladar privado sino que era propiedad del gobierno y lo cierto es que cenamos muy bien los consabidos camarones pelados; la nota cubana la dio la red eléctrica; hubo un apagón que nos obligó a terminar de cenar a la luz de las velas y ….de los móviles, que para eso estamos en el s. XXI; según nos dijeron, sucede con bastante frecuencia en la ciudad. Como hacía una temperatura buenísima decidimos subir hasta nuestro hotel andando.
A la mañana siguiente salimos de Trinidad hacia el Valle de los ingenios para visitar un ingenio azucarero. La Hacienda Manaca-Iznaga, es un complejo de gran valor histórico y arquitectónico; es una de las mejor conservadas del valle y está compuesta por la casa hacienda, guarecida con un pórtico al que van a dar las inmensas ventanales y el gran portón de entrada, la torre vigía, la nave herrería y el cementerio de esclavos; a su izquierda están las casas de los esclavos. La familia Iznaga era una de las familias más poderosas y adineradas de Trinidad y contaban con grandes caballerías, tierras dedicadas a la producción azucarera y miles de esclavos. Detrás de la casa, se conserva el ingenio azucarero. Uno de los mayores atractivos de la visita a la Hacienda Manaca-Iznaga es su Torre Vigía.
Con una altura de casi 45 metros fue concebida como una estructura sólida, hecha de ladrillos de barro cocido y la mezcla de cal y arena. Tiene siete niveles con formas geométricas diferentes que terminan en un octágono; todo esto, para darle variedad e independencia a cada piso. Cuenta con una escalera interna, restaurada hace pocos años, con 184 escalones que conectan cada espacio hasta el campanario. Desde su altura se puede divisar todo el Valle de los Ingenios y las antiguas plantaciones. Fue declarada Monumento Nacional en 1978 y según cuentan fue construida para vigilar a los esclavos en sus labores, era el “ojo que todo lo ve”; con su campana se indicaba la hora del comienzo y del fin de la jornada laboral y también se utilizaba como alarma en casos de incendios. Hay muchas leyendas con respecto a la torre; una de ellas cuenta que el levantamiento de la torre se debió a una disputa amorosa entre los hermanos Pedro y Alejo Iznaga que estaban enamorados de la misma mujer; se jugaron el amor a quien construyera la mayor obra. Alejo se propuso construir una torre majestuosa y Pedro un pozo de gran profundidad. Un año tardó Alejo en levantar la torre, en el que los esclavos trabajaron sin descanso día y noche, bajo el azote del mayoral, para que ganara la apuesta. Su hermano Pedro, construyó un pozo que todavía hoy es utilizado por los pobladores de la zona; cuenta la leyenda que tiempo después Alejo se casó con una jovencita muy bella de la alta aristocracia trinitaria llamada Juana, la cual daba alegría y vida a la hacienda, hasta que Alejo ciego de celos por un joven, le retó a duelo. La historia terminó en tragedia, Alejo hirió mortalmente al joven y encerró a la bella Juana en el penúltimo piso de la torre. Alejada de su casa, doña Juana pierde la razón y muere. Cuentan los pobladores del lugar que todavía hoy en las noches se ilumina el penúltimo piso de la torre y aparece la silueta de la joven Juana y que sus lamentos y quejidos pueden ser escuchados en las noches trinitarias… …como cada día se escuchan los tañidos de la campana que todos los visitantes inexorablemente tocamos.
Al ser uno de los lugares más turísticos hay muchas mujeres en la puerta de la Hacienda vendiendo collares; hablamos con ellas y con un gran sentido del humor nos comentaron que acababan un poco locas de tanto repique de campana; una de más jovencitas nos dijo que….. dejáramos de tocar que iba a salir de la tumba la pobre Juana. Nos reímos y les compramos collares para toda la familia: tres collares 1 CUC. A la salida y cerca del parqueo había un mercadillo con muchos tenderetes que vendían ropa, manteles, blusas bordadas y paños con motivos florales; también había puestos vendiendo guarapo, que es zumo de caña. Probamos uno y estaba dulcíiiiiiisimo. No pudimos acabarlo.
De nuevo en el bus, nos encaminamos hacia Camagüey, deteniéndonos en algunas poblaciones importantes. La primera parada la hicimos en Santi Spiritu, donde descubrimos su precioso puente considerado la joya colonial del centro de la isla y el principal símbolo patrimonial de la ciudad. En el año 1771 se realiza el primer proyecto pero no se edificaría hasta el año 1817. Une el área histórica con el barrio de Colón. Es el único puente de arcos abovedados que existe en Cuba, que disminuyen en altura, del centro del río hacia las barrancas. Está construido con ladrillos asentados con el mortero tradicional de cal y arena, y según la tradición oral su buen estado de conservación se debe a estar mezclado con leche de burra. No sé si será verdad pero las leyendas son parte importante del imaginario colectivo. Justo al lado del puente, se encuentra la Taberna Yayabo donde nos tomamos un cuba libre por recomendación del guía; bajamos a su terraza que miraba al río y allí degustamos la famosa bebida, que, por cierto, estaba un poco aguada; las vistas de la otra orilla, eran bastante deprimentes pues ponían de manifiesto la pobreza, sin reservas ni fingimientos.
Es importante destacar, que en esta región nació la guayabera, camisola blanca de tejidos como el algodón, el lino o la seda, que es utilizada por todos los mandatarios en los actos oficiales y que utilizan sobre todo como regalo para los presidentes o representantes de otros países. Vimos varias modelos en el escaparate de una tienda, confeccionadas con plisados y bordados de gran delicadeza. La siguiente visita fue la Iglesia Parroquial Mayor, preciosa iglesia reconocible por su fachada pintada de azul claro de evidente ascendencia mudéjar; su planta es de una sola nave con una torre–campanario, cubierta de tejas criollas y madera artísticamente trabajada. Lo que más nos llamó la atención de su interior es el arco de madera azul que separa la nave del presbiterio, único de su tipo existente en el país. El artesonado de toda la iglesia es de madera y las vigas están artísticamente trabajadas. También nos sorprendió la talla del Cristo y su actitud, sentado, pensativo o abatido. Como suele ocurrir esta iglesia se asienta sobre otras preexistentes dándose la curiosidad de que en el primer templo, Fray Bartolomé de las Casas pronunció el famoso sermón con que inició sus cincuenta años de lucha a favor de los indios. Ha estado dedicada al culto católico ininterrumpidamente desde su terminación en 1680 hasta nuestros días.
La iglesia está en un lateral de la Plaza Mayor y en el resto de los lados se alzan preciosas casas de estilo colonial, muy bien cuidadas y pintadas de colores. Visitamos la plaza de San Francisco o Parque Serafín Sánchez muy amplia, con palmeras y edificaciones de diferentes siglos entre las que predominan las manifestaciones eclécticas. Es el área principal de la ciudad de Sancti Spiritus, el centro recreativo, cultural y comercial por excelencia de la ciudad. El trazado de la ciudad es muy interesante pues sus calles son ciegas, que quiere decir que nunca se ve el final pues se interpone otra casa que conforma un callejón del que tampoco se ve el final. Es un trazado muy intrincado.
Acabada la visita, subimos de nuevo al bus, para dirigirnos a Ciego de Ávila, donde únicamente nos detuvimos para comer. La comida estaba bien cocinada y se componía de tostadas con tomate, ajo y pimiento, sopa, ensalada de pepino, col y tomate y pincho moruno de res, pollo y cerdo que estaba bastante duro; de postre melocotón en almíbar.
Continuamos viaje hacia Camagüey la antigua Puerto Príncipe donde llegamos a media tarde. Es una de las primeras siete ciudades de Cuba. Nos alojamos en el hotel Avellaneda, una preciosa y bien conservada casa colonial con patio interior lleno de vegetación, rodeado de habitaciones que van a dar a él y que muestran unas puertas de grandes proporciones. Los techos de madera de las habitaciones tenían 4 m de altura; la decoración y los muebles eran de estilo colonial. Una de las habitaciones, la suite del hotel, tenía una reja que separaba la zona del baño de la propia habitación; los cortinajes y el dosel daban un aire aristocrático un tanto presuntuoso. Nos explicaron que había sido la caballeriza, donde guardaban el coche de caballos, por lo que tenía un gran portón que daba directamente a la calle.
Salimos a conocer la ciudad y nos ofrecieron hacerlo en bici-taxi pero el cielo no se alió con los conductores de los vehículos que ya se frotaban las manos, ya que cayó una tromba de agua que nos hizo desistir del empeño; a pesar de la lluvia fuimos caminando a ver cuatro de las plazas más importantes y las iglesias que ellas albergan, la Plaza de los trabajadores, donde resalta el convento y la iglesia de la orden de los Mercedarios establecida en la villa desde 1601, el Parque Agrimonte donde se ubica la Santa Iglesia Catedral y la estatua ecuestre de Agrimonte, la Plaza de San Juan de Dios y la iglesia del mismo nombre y la Plaza del Carmen con la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. La ciudad es patrimonio y en ella destacan edificios señoriales, un gran número de Museos y Galerías de arte, muchas iglesias y desde luego se aprecia una mayor calidad de vida.
Las tiendas están mejor abastecidas y los edificios muy restaurados. Después de ver a unos chicos que estaban disfrutando a tope, deslizándose bajo una lluvia persistente por el suelo húmedo de la plaza de los trabajadores, volvimos empapados al hotel para cambiarnos y disponernos a cenar en un precioso edificio cercano al hotel, en una sala llamada Desayunador.
El paisaje que contemplamos durante el viaje era de un verde intenso con hileras de árboles de copa ancha y de palmeras reales de tronco liso que mostraban su elegancia y esbeltez. También eran numerosos los carteles de carretera en los que informaba del número de muertos, accidentados y lesionados. Pero el largo trayecto nos sirvió sobre todo para tomar contacto con la realidad de las vías de comunicación cubanas y conocer a fondo su estado; grandes trechos estaban en obras y se veían pocas máquinas y muy pocos obreros por lo que esta situación se viene prolongando desde hace bastante tiempo, según nos dijo el chófer; los numerosos carros tirados por animales, transporte más empleado en Cuba, el polvo y la lentitud fueron las constantes del viaje; los peatones, bicis, motocarros, camionetas y buses modernos, conviven en la carretera envueltos en nubes de polvo, ralentizando la marcha; también nos llamó la atención ver furgones, con pequeñas ventanas que resultaron ser medios de transporte público aunque más bien parecían vehículos para llevar ganado pues iban sobrecargados con gente que viajaba de pie y muy apretados a pesar del calor; apenas se veían turismos, sólo autobuses de las agencias de viajes.
Al día siguiente volvimos al edificio colindante para desayunar. Los camareros muy amablemente nos sirvieron café, tostadas y zumo y ya con las maletas en el bus, pusimos rumbo a Bayamo, ciudad que dista de Camagüey 200 Km.
También en el recorrido, pudimos comprobar la gran cantidad de gente que hace auto-stop pero con una singularidad y es que tienen en la mano billetes que agitan continuamente para hacer saber al vehículo que se acerca, que si les cogen pagarán el viaje. Por lo que nos comentó el chófer, que como se irá comprobando nos daba explicaciones más interesantes que el guía, esta práctica estaba prohibida pero se hacía la vista gorda pues los medios de comunicación eran escasos, poco frecuentes y casi siempre iban repletos. Llegamos por fin a Bayamo la ciudad donde nació Perucho Figueredo (1818-1870), revolucionario y poeta cubano, que el 20 de octubre de 1868 compuso la letra y música del himno de Bayamo, himno nacional de Cuba, conocido como La Bayamesa. Fue uno de los cabecillas independentistas en La Toma de Bayamo, primera acción militar de envergadura ocurrida a inicios de la Guerra de los diez Años (1868-1878) por la independencia de Cuba. El hecho tuvo lugar entre los días 18 y 20 de octubre de 1868, a poco más de una semana de haber estallado la guerra. En ella participaron la mayoría de los principales cabecillas independentistas: Carlos Manuel de Céspedes, el ya mencionado Perucho Figueredo y Francisco Vicente Aguilera, así como varios oficiales dominicanos al servicio de España que rápidamente se pasaron al bando cubano. Aprovechando la convulsa situación en España y Puerto Rico, Carlos Manuel de Céspedes y otros líderes cubanos se alzaron en armas el 10 de octubre de 1868. La toma de la importante ciudad de Bayamo, una de las primeras fundadas por los españoles en Cuba, significó una resonante victoria para los independentistas cubanos, a escasos días de iniciada la guerra que desmoralizó a las tropas españolas y envalentonó a otros muchos cubanos de ideas independentistas. Además la ciudad de Bayamo era una buena posición estratégica. Pocos meses después, en diciembre de ese año, las fuerzas cubanas no pudieron evitar el contraataque español sobre la ciudad liberada. Los intentos cubanos por frenar a las tropas españolas en la Batalla de El Salado fueron en vano y en enero de 1869 las tropas cubanas y los habitantes de la ciudad abandonaron la plaza, no sin antes incendiarla. Figueredo es fusilado el 17 de agosto de 1870. En el momento de su muerte sus últimas palabras fueron “Morir por la Patria es Vivir”, las mismas que escribiera para el himno nacional
Casa de Perucho Figueredo Plaza del Himno Nacional
Esta plaza, famosa por ser el lugar donde se cantó por primera vez el Himno Nacional de Cuba, la Bayamesa, en 1868, ha permanecido sin cambios desde hace siglos y en ella se encuentra la Iglesia Parroquial Mayor de San Salvador, heredera de un antiguo templo de 1514; el actual se construyó en 1740 y fue uno de los que sobrevivieron al gran incendio de 1869. Como el indio apretaba, es decir, hacía un calor de justicia, nos cobijamos a la sombra de la iglesia y allí escuchamos, de boca del guía, la historia del inicio de la independencia cubana, narrada más arriba. Un poco más adelante se extiende la Plaza de Himno Nacional. En 1868 este fue el lugar elegido por Céspedes para proclamar, delante del ayuntamiento, la independencia de Cuba y, por ello, la plaza es conocida oficialmente como Plaza de la Revolución. Esta zona, rodeada de una arboleda y preciosos monumentos, presenta una forma rectangular caracterizada por acoger en su espacio una estatua de bronce de Carlos Manuel de Céspedes, el héroe principal de la Primera Guerra de Independencia, y un busto de mármol de Perucho Figueredo con la letra grabada del himno nacional la cual habla bastante mal de los españoles; no tiene desperdicio, sobre todo dos de sus estrofas que posteriormente fueron retiradas porque ofendían al pueblo español. Son las siguientes:
Al combate corred, bayameses,/ que la patria os contempla orgullosa./No temáis una muerte gloriosa,/ que morir por la Patria es vivir. /En cadenas vivir, es vivir /en afrenta y oprobio sumido./Del clarín escuchad el sonido./¡A las armas valientes corred!/No temáis; los feroces iberos/ son cobardes cual todo tirano/ no resiste al brazo cubano/ para siempre su imperio cayó./ Cuba libre; ya España murió/ su poder y orgullo do es ido/ ¡Del clarín escuchad el sonido,/a las armas valientes corred!/
Ya era la hora de comer y lo hicimos en el restaurante del Hotel Royalto, decorado con muebles coloniales de madera maciza; no en vano la ciudad es conocida por los trabajos realizados con este material, bien sea roble, caoba o pino. El menú, invariable, consistió en ensalada y res, pollo o pescado. Postre y café. En el restaurante coincidimos con un grupo de catalanes, también de seis personas, que hacían un viaje similar al nuestro; volveríamos a verlos en Guardalavaca. Después de comer, salimos a comprar tarjetas wifi pero tuvimos problemas por lo que fue el guía a comprarlas; para vendérselas le pidieron la documentación a pesar de ser cubano. Hay un control férreo de todos los movimientos de los ciudadanos; nos comentaron que para ir de una ciudad a otra se necesitaba permiso de la policía. Parece ser que con la llegada al poder del hermano de Fidel, Raúl Castro y ahora con Miguel Díaz-Canel, ciertas cosas se han ido suavizando y hay mayor apertura. Ya en el autobús, nos dirigimos hacia el Monasterio de La Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba y advocación que une a los cubanos como ninguna otra cosa parece ser capaz de hacerlo. No sólo los católicos la veneran, sino los practicantes de religiones afrocubanas, que en tiempos de la colonia decidieron identificar sus dioses con las imágenes del cristianismo para poder seguir practicando su fe; es adorada con igual fervor en la isla como entre la comunidad exiliada en Miami donde se le ha erigido un templo; a diferencia de otras naciones, sólo a esta virgen se le rinde culto masivo en Cuba. El templo está en un alto y desde él se ve la mina de cobre, ya en desuso, que explotaron los españoles. Su interior se caracteriza por altares y confesionarios de madera maciza.
Desde Bayamo hasta el Monasterio, la carretera está salpicada de puestos que venden flores, sobre todo ramos de girasoles para ofrecérselos a la Virgen. También hay mucha gente pidiendo bolis, cremas y jabones, una costumbre extendidísima en toda Cuba.
Ya de camino a Santiago de Cuba contemplamos una imagen que parecía onírica pues vimos pasar un único vagón de tren, lleno de gente por una vía que parecía no llegar a ningún sitio. Lo que no faltaron en todos los desplazamientos por carretera fueron las consignas que vimos en las ciudades, del tipo La mujer cubana impulsora de la revolución, Patria o muerte, Un día sin combate es un día perdido, Revolución es igualdad y libertad plenas y otras muchas del mismo cariz.
Por fin llegamos a Santiago de Cuba, segunda ciudad más importante del país debido a su economía y población. Fue capital de la antigua provincia de Oriente y actualmente lo es de la provincia del mismo nombre. Fue fundada en 1515 por el conquistador español Diego Velázquez de Cuéllar, entre las primeras siete villas de Cuba. El conquistador Hernán Cortés fue el primer alcalde de la ciudad y de allí partió hacia la conquista de México. Por la bahía santiaguera entraron los primeros esclavos negros a Cuba y con ellos fuertes raíces africanas y españolas.
Nos alojamos en el hotel Meliá, que nada tenía que ver con el de La Habana pues era muy moderno y estaba en muy buen estado; las instalaciones eran estupendas sobre todo las piscinas, bien conservadas y con el agua a 29 grados; ofrece una oferta gastronómica amplísima de la que nosotros escogimos el restaurante de la propia piscina, un buffet libre, bastante variado y de una calidad aceptable.
Al día siguiente, 1 de Mayo, tuvimos la suerte de vivir la celebración de la fiesta de los trabajadores y el desfile de todos los gremios que conforman el entramado social santiaguero; en el desfile que empezaba a las 6 de la mañana, desfilaron todos los trabajadores, ya que están obligados a participar en la parada; nosotros nos acercamos a las 9,30 más o menos y comprobamos que había poca gente viéndolo en relación a los que estaban desfilando. La potente megafonía alentaba a los trabajadores y arengaba con las máximas de la revolución. Cada gremio se distinguía por un color y todos portaban banderitas. Realmente saben crear espectáculo y mover a las masas. Los escolares también desfilaron aunque lo hicieron a horas tempranas para evitarles un golpe de calor; todos iban vestidos con sus uniformes, que por cierto son muy bonitos; las niñas de primaria llevaban falda pantalón, amarilla calabaza y blusa blanca y las de secundaria blusa del mismo color y falda azul marino. Los niños igual pero con pantalón. A muchos de ellos ya los habíamos visto caminar así de guapos por las carreteras, camino de las escuelas distantes de sus casas; se ve que con las penalidades que pasan ésta no es de las peores.
Volvimos al hotel a desayunar y después iniciamos la visita de la ciudad; comenzamos el paseo por el Boulevar flanqueado por llamativas casas pintadas de colores y muy deterioradas, en las que afloraba el abandono de años, hasta llegar a la Plaza Marte muy amplia y con la estatua de José Martí; nos llamó la atención un grupo grande de jóvenes concentrados en sus móviles; era el indicio claro de que allí y sólo en ese rincón, había wifi. La siguiente visita fue a la plaza llamada Parque Céspedes, donde se alza La Catedral Basílica de Nuestra Señora de la Asunción construida en el lugar donde los españoles levantaron una ermita dedicada a Santa Catalina. En 1522, la Iglesia Parroquial de Santiago de Cuba llamada Ermita de Santa Catalina fue declarada catedral por el papa Adriano VI y su sede establecida en la ciudad. Su construcción terminó en 1526 pero sufrió importantes daños en los terremotos de 1678, 1766, 1852 y 1932. En 1882 recibe de la Santa Sede el título de Basílica Menor y desde 1958 es monumento nacional de Cuba.
Enfrente justo de la Catedral se encuentra el Ayuntamiento, blanco con soportales, puertas y ventanas azules al más puro estilo colonial, y en el centro de la plaza numerosos paneles con fotos de mujeres que tuvieron un papel importante en la revolución. En la misma plaza, haciendo esquina, se encuentra la Casa de Diego Velásquez construida en 1516 y de estilo mudéjar, con balcones, celosías, puertas, ventanas y techos originales en madera; sus paredes son de piedra y conserva un horno de fundición de oro y plata. Tiene además un patio central con un aljibe. Aunque no entramos en su interior que alberga el Museo de Ambiente Histórico, ya su fachada y balconada muestran que es una verdadera joya; según dicen es la casa más antigua de todo el país. Diego Velázquez de Cuéllar fue un conquistador español que acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje a América y se convirtió en el primer gobernador de Cuba en 1515; se dedicó a conquistar y poblar la isla y patrocinó las expediciones que terminaron en México años más tarde. Vivió en esta casona y murió en ella en 1524.
Como hacía muchísimo calor nos dirigimos a la magnífica terraza del Hotel Granda, situado también en la plaza, donde degustamos una limonada riquísima. Luego nos dijeron que en este mismo hotel, en la última planta había otro restaurante con terraza cuyas vistas de la ciudad eran espectaculares; tendremos que verlo en un futuro viaje.
Después del refrigerio nos encaminamos hacia la Escalinata Padre Pico uno de los lugares más fotografiados de Santiago. La ciudad tuvo que adaptarse a la topografía irregular del terreno desde los inicios del desarrollo urbanístico. Sus numerosas lomas, a veces de inclinaciones severas, hizo que fueran necesarias las escalinatas o calles escalonadas con el fin de conectar las calles.
Allí nos paramos a hablar con dos cubanitas monísimas y con su madre que presumió del inglés que sabían sus niñas. Seguimos paseando tranquilamente por las empinadas calles viendo el difícil acceso que tenían algunas de las casas; muchas mostraban la pintura de la fachada desvaída y otras, aunque derrumbadas, dejaban asomar, debajo de los escombros, preciosos azulejos hidráulicos; también vimos muchas moto-taxi que abarrotan las calles moviéndose a gran velocidad así como coches americanos y camionetas arregladas y vueltas a arreglar.
Acabado el paseo fuimos en bus, al Castillo del Morro o San Pedro de la Roca; esta fortificación militar renacentista fue construida en el año 1638 con el objetivo de proteger la ciudad de Santiago de Cuba contra un ataque naval. Fue declarada por la Unesco en 1998, Patrimonio de la Humanidad. El Morro de Santiago ha sido reconstruido en numerosas ocasiones, tras ser casi destruido por dos terremotos en 1758 y 1766, remodelación que le dio su aspecto actual. Alberga el Museo de la piratería.Tiene un gran valor histórico y estético pues desde lo alto se domina un precioso paisaje del mar que se extiende más allá de nuestros ojos. Muy cerca de la fortaleza hay un faro convertido en restaurante con una terraza maravillosa abierta al mar; y aunque el indio apretaba, comimos lo de siempre con unas vistas extraordinarias.
Después de comer fuimos al Cementerio Santa Ifigenia a ver la tumba de Fidel, de José Martí y de Céspedes. Nada más bajar del autobús, nuestro guía tuvo que dirigirse a un soldado que estaba debajo de un árbol, sentado en una silla, para enseñarle la documentación y aunque nos miró con desconfianza nos dejó pasar; otro soldado nos dijo que teníamos que seguir una línea pintada en el suelo y no salirnos de ella hasta llegar a un camino por el que le pareció bien dejarnos entrar, actitudes ambas un tanto incomprensibles; el cementerio estaba vacío, sólo estábamos nosotros y muchos soldados sin hacer nada por lo que algunos se juntaban en grupitos para soportar el aburrimiento. Terminamos la visita muy acalorados y volvimos al hotel donde, tras disfrutar de la piscina, cenamos en el restaurante criollo, caldo, camarones, calamares, pescado a la brasa y de postre piña y sandía además de un gran surtido de pasteles.
Al día siguiente salimos hacia Guardalavaca, pero antes intentamos sacar dinero con Visa en las oficinas ubicadas en el propio hotel ya que los dos días anteriores fue imposible hacerlo en los cajeros automáticos; cuál fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que seguían las mismas dificultades pero esta vez un empleado de la oficina de cambio nos explicó que no nos podía dar el dinero porque al parecer nuestra VISA tenía un vinculo con entidades americanas y esto en Cuba, no se perdona. Emprendimos el camino sin comprender muy bien estas extrañas relaciones político-bancarias y nos relajamos contemplando el paisaje y los pueblos por los que pasábamos, como el Pantano de Mella, los Haticos, la Flor, Santa Lucila, Bariay o la montaña Pezón de la doncella nombrada así por Cristóbal Colón en su libro de viajes. También en la carretera vimos kioscos en los que los cuentapropistas -agricultores que vende sus productos cerca de donde se produce-, exhibían sus mercancías muy bien ordenadas a los viajeros que se paraban a comprarlas; el gobierno permite a los campesinos crear cooperativas, sobre todo de cerdos, que una vez criados venden al gobierno, éste se los paga y les da el pienso. Otra posibilidad que se ofrece a los campesinos es comprar al estado molinos de viento e irlos pagando poco a poco con su trabajo.
El viaje se nos hizo muy corto pues la conversación con el chófer fue muy entretenida e interesante y así llegamos a Guardalavaca, al hotel Sol Rio de Luna y Mares, un resort de 4 Estrellas, de enormes proporciones, con extensos jardines, con carencias en el mantenimiento pero con una amplia oferta de ocio y gastronómica. Está situado junto al mar en Playa Esmeralda, en el litoral norte de Holguín, lugar en el que la unión del verde del bosque y el azul marino crean un paisaje deslumbrante. Aunque es un todo incluido, hay excepciones culinarias como la langosta y los vinos de calidad y de ocio como, sauna y masaje y otras actividades. La habitación, de decoración austera y un tanto pasada de moda, tenía una terraza desde la que se veía el mar y la abundante vegetación que rodeaba al complejo. Las palmeras crecen en cada rincón y los árboles de copa ancha con flores rojas salpican los jardines.
Llegamos justo a la hora de la comida por lo que nos acercamos a uno de los restaurantes con buffet libre que ofrecía una variedad amplísima de productos; nos quedamos un poco asombrados al ver tal cantidad de gente pero nos atendieron bien y la comida estaba rica pero eso sí, decidimos que cenaríamos en otro más recoleto y tranquilo. Después bajamos a la playa a pesar de que nubes negras presagiaban tormenta; contemplamos la preciosa playa y sus aguas de color esmeralda, tonalidad que le da el nombre y pisamos su fina arena que resbala por la piel sin quedarse pegada a ella. Nos tomamos unas piñas coladas a pesar del fuerte viento que se levantó y nos tuvimos que ir porque comenzaba a llover; cayó la lluvia y lloviendo fuimos a cenar pues habíamos reservado en el restaurante internacional, en el que como novedad nos ofrecieron croquetas, además de salmón, y los ineludibles camarones pelados. Al día siguiente decidimos, hacer snorkel para ver las barreras coralinas pero no tuvimos suerte y no vimos ningún coral. Pasamos el día en la playa, bebiendo mojitos, paseando y comiendo en otro de los restaurantes tipo bohío que está en la misma playa, el restaurante mediterráneo; comer al aperto, bajo la cabaña de paja y madera, sintiendo la brisa marina, viendo el color verde del agua y el verde del bosque tropical que enmarca la franja de arena, fue un lujo y un deleite. Por la tarde, nos dimos un paseo por los precioso jardines del hotel hasta llegar a otro hotel contiguo al nuestro pero más exclusivo; sus entradas estaban custodiadas por soldados que impedían el paso a los curiosos que allí nos acercábamos; como resultó un poco corto, decidimos hacer un recorrido verde por un bosque tropical, cercano al hotel, llamado Las Guanas de 1 km de recorrido que mostraba el ecosistema arqueológico al precio de 3 €; la persona que lo cuidaba, Antonio, nos dijo que no nos lo podía enseñar porque era ya la hora del cierre pero ante nuestra insistencia nos acompañó un trecho y luego nos dejó solos entre la maleza, por un caminito de piedra que mostraba el hábitat de los indios, -con alguno nos encontramos- y unas vistas espectaculares. En el recorrido se podían ver piedras de mar, árboles tóxicos, árboles sin raíces y un mirador desde el que se contemplaba la maravillosa playa Esmeralda con su arena blanca, su mar verdoso y el cielo azul con nubes; nos dimos la vuelta porque estaba anocheciendo y apenas se veía.
Ya fuera, aún tuvimos tiempo de charlar un rato con Antonio que nos contó algo de su vida, como que pasaba toda la noche de guardia en la caseta de vigilancia y que cuando no tenía turno de noche, trabajaba en un hotel. Su historia era bastante triste pues trabajaba mucho y el salario era tan bajo que no le alcanzaba para lo esencial.
A la hora de la cena, escogimos de nuevo el restaurante de la playa, Mediterráneo, donde cenamos a la luz de las velas, y donde fuimos atendidos por una camarera que, además de servirnos muy bien, también nos contó su historia. Vivía con su hija y su nieta y ella era la que las alimentaba y cuidaba; la verdad es que se mostró muy cercana y nos atendió con esmero.
Al día siguiente, los componentes del grupo, madrugamos y nos embarcarnos en un catamarán para hacer una actividad muy poética, bailar con delfines; una delfina joven se puso un poco nerviosa, y molesta por algo, dio un coletazo en la espalda a uno del grupo. ¡Y eso que es buen bailarín!. Las hay muy exigentes. La actividad en el mar tenía como objetivo hacer snorkel para ver la barrera coralina que no vimos en playa Esmeralda y que aquí pudimos contemplar y se completaba con una comida a bordo a base de langosta pero resultó un fiasco, pues estaba dura y seca, como recién descongelada; a pesar de que el precio fue elevado, 100€ por persona, la actividad fue decepcionante pues nos dieron vueltas por el mismo recorrido para hacer tiempo; de hecho alguno volvió bastante mareado.
Ese día el hotel celebraba el día de Cuba así que cuando llegamos de la actividad nos dio tiempo a pasearnos por el mercadillo de arte cubano que instalaron en la gran terraza central, a beber agua de coco y a ver la cola que se había formado para probar una de las comidas más típicas de la isla, el cochinillo; durante 6 horas, un cocinero sentado a la sombra, estuvo asando un cerdo enorme a la antigua usanza, al palo, sobre una hoguera con un palo atravesado en el puerco. Lo malo es que esta primitiva forma de cocinar, requiere el esfuerzo de girar durante muchas horas y continuamente, al animal para que quede en su punto. Pero eso, para un cubano, es lo de menos; el tempo cubano es dilatado y calmoso; y como una imagen vale más que mil palabras, ahí tenéis al cocinero sufriendo con el duro trabajo……
Como el cochino era muy grande hubo para todos y la espera se amenizó con música y salsa. Por la tarde, nos acercamos por una vereda a una pequeña playa, llena de palmeras retorcidas y de piedras del fondo marino, algunas de gran tamaño, impresas con preciosos dibujos y formas caprichosas. Y como era nuestro último día en Guardalavaca aprovechamos el precioso atardece para hacer la última foto y retener el bello paisaje en la retina para siempre.
Al día siguiente, duodécimo del viaje, nos fue a buscar un mini bus al hotel para trasladarnos al aeropuerto internacional Fran País de Holguín desde donde salía nuestro vuelo con destino La Habana. La aerolínea era Cubana de Aviación y aunque no nos habían hablado bien de ella, nunca pensamos que viviríamos lo que ese día sucedió; al llegar al aeropuerto y tras recoger las maletas del bus, nos dirigimos al hall del edificio; al interesarnos por nuestro vuelo nos contestaron que no había avión; nosotros, ignorantes de la realidad cubana, preguntamos cuánto tiempo tenía de demora y con la misma parsimonia nos contestaron, que el problema no era que hubiera retraso sino que no había avión; nos quedamos petrificados; a mí se me vino a la cabeza el realismo mágico de la novela sudamericana y pensé que estábamos viviendo un relato de García Márquez o de Cortázar. Entendí entonces la frase del chófer que nos fue a recoger a Guardalavaca, quien con una media sonrisa dijo: a ver si cuando lleguen no hay avión; de sobra lo sabía, seguro que lo había vivido muchas veces. Pero era la cruel realidad, la realidad de la aviación cubana, que tiene que alquilar los aviones y si no paga previamente, no hay avión de alquiler aunque tenga todos los pasajes vendidos; una pareja cubana que vivían en Holguín y viajaban muy a menudo a la Habana para ver a su hija, médico en un hospital, nos contó, que antes, Ucrania era la que proveía de recambios a los aviones soviéticos que utiliza Cubana de Aviación, pero que desde que las relaciones entre Ucrania y Rusia se habían enfriado, no recibían piezas y todos los aviones estaban varados en los hangares, viéndose obligados a alquilarlos a una compañía mejicana previo pago del alquiler; si no había dinero, no había avión, así de simple. Después del asombro, vino la estupefacción y después el cabreo y después…, hablar con un empleado del aeropuerto para que nos dejara usar su teléfono para llamar a nuestro enlace en la Habana que se desentendió del asunto y después dejar una buena propina y después…… admitir que tendríamos que viajar 12 horas, por una carreteras en muy mal estado, en autobuses puestos a tal efecto por Cubana de Aviación. Y ahí es donde comenzamos a conocer la Cuba profunda, la de puertas adentro, la que no baila ni canta sino que sobrevive con lo que el gobierno y el campo puede ofrecerles. Fletaron tres autobuses bastante modernos y sobre las 13 horas salimos del aeropuerto; nos esperaba un largo camino por lo que tuvimos que realizar dos paradas ya que la gente no llevaba nada de comida y además tenía necesidades fisiológicas imperiosas. En la primera parada preguntamos a unos lugareños donde podríamos comprar comida, pensando en bocadillos o algo similar; nos indicaron una tienda y nuestra sorpresa fue mayúscula cuando vimos que sólo tenían galletas, ganchitos y pocas cosas más; subimos al autobús desconsolados, tanto que el chófer decidió parar, unos kilómetros más adelante en un paladar. Ver el lugar donde íbamos a comer fue otra de las sorpresas que nos reservaba el viaje; el patio o corral o no sé cómo llamarlo, estaba lleno de moscas, las sillas hechas con hierros propios de los forjados y los cojines de mil telas eran de difícil calificación y el excusado, -porque teníamos que haber excusado la entrada-, por llamarle de algún modo, indescriptible; sólo tenía una taza, un bidón oxidado lleno de agua y un bote más roñoso todavía para coger el agua y limpiar la taza; esto en un habitáculo de proporciones mínimas, en el que apenas podías moverte. Con respecto a la comida, diré que se componía de frijoles con arroz y pollo asado. Tuvimos que defender la comida de las moscas, tapando el plato con nuestros clínex y comiendo a hurtadillas para evitar el asedio de las inevitables golosas en palabras de Machado. Ni que decir tiene que algunos no probaron bocado y el resto hicimos una selección implacable; yo tenía hambre y la verdad, diré que no hice muchas averiguaciones, comí los frijoles y me gustaron.
La tercera parada, pensada únicamente para ir al baño, fue absolutamente surrealista. Los servicios tenían el suelo lleno de mosquitos muertos, amén de otros muchos mosquitos voladores de toda clase y condición que inundaban y no es exageración, los servicios y no dejaban de molestar. Aquello era repulsivo; salimos, sacudiéndonos por si alguno se nos había quedado entre la ropa; nunca había vivido una situación semejante. Con la repugnancia aún en el cuerpo subimos de nuevo al autobús y entre sueños y vigilias, llegamos a La Habana a la 1 de la madrugada. Nadie de la agencia vino a recogernos a pesar de que el traslado al hotel estaba contemplado por lo que negociamos con el chófer del autobús el traslado al hotel, que estaba bastante cerca, por la módica cantidad de 25 CUC. Esto lo decidimos al ver desconcertados, la lucha entre los taxistas que rodeaban el autobús buscando viajeros y la oscuridad de la estación. Por fin en la Habana y tras una noche realmente reparadora en el hotel Habana Libre, nos dispusimos a reconocer lo que vimos el primer día y a descubrir nuevos lugares interesantes.
Lo primero que hicimos fue coger un carro americano, en la Avenida 23 con L, para dar un paseo por los lugares más emblemáticos de la ciudad.
Nuestra primera parada fue La Plaza de la Revolución, enclavada en la intersección de dos importantes arterias de la ciudad, Las avenidas Paseo y Rancho Boyeros; es una de las plazas públicas más grandes del mundo con 72. 000 metros cuadrados. Fue creada en tiempos del presidente Fulgencio Batista y originalmente se la llamó plaza Cívica, aunque su fama internacional comienza con la Revolución cubana. En ella destaca el Monumento a José Martí y frente por frente el Ministerio del Interior con la conocida imagen del Che Guevara tomada por el fotógrafo Alberto Korda y hecha relieve escultórico por Enrique Ávila que dice «Hasta la victoria siempre». En 2009 se inauguró una obra del mismo artista, en la sede del Ministerio de Comunicaciones con idéntico estilo y técnica, dedicada a Camilo Cienfuegos, otro gran héroe de la revolución cubana.
Pasamos por delante de La Necrópolis de Cristóbal Colón, una de los veintiún cementerios existentes en la ciudad declarado monumento nacional de Cuba y seguimos hasta el Callejón de Hamel, donde hicimos otra parada. Se trata de uno de los principales focos de cultura afrocubana que hay en La Habana. Fue Salvador González Escalona, el escultor y muralista cubano que transformó esta pequeña callejuela para plasmar y difundir los orígenes africanos de la identidad cubana. Su historia se remonta a los años 1989-90, cuando empezó a gestarse este proyecto cultural comunitario Todo comenzó cuando uno de los vecinos del callejón pidió a Salvador que le pintara la fachada de su casa y así lo hizo, pero al ver el mal estado en que se encontraban las de los demás, decidió arreglarlo todo. Salvador González comienza entonces a elaborar una serie de murales donde aúna elementos religiosos y culturales. En estos murales, el artista muestra desde un punto de vista surrealista y abstracto la esencia mítica y mágica de la cultura afrocubana, así como las carencias, los deseos y las ambiciones de las personas que viven en el callejón.
Nuevamente en nuestros flamantes coches, nos dirigimos a visitar El Cristo de La Habana, donde aparcar fue una verdadera complicación pues había muy poco espacio de parqueo y según nos dijeron los taxistas, ponían cuantiosas multas. La imagen es una colosal escultura que representa El Sagrado Corazón de Jesús, obra de la escultora cubana Jilma Madera. La estatua fue hecha de mármol de Carrara, el mismo que se utilizó en los monumentos del Cementerio de Colón. Tiene unos 20 metros de altura y reposa sobre una base de 3 metros en la que su creadora enterró diversos objetos de la época. Su peso aproximado es de unas 320 toneladas. La estatua está compuesta por 67 piezas que fueron traídas desde Italia, ya que fue esculpido en Roma y allí bendecido por el Papa Pío XII. Se emplazó en la colina de La Cabaña el 24 de diciembre de 1958 y tan solo quince días después de su inauguración, el 8 de enero de 1959, Fidel Castro entró en La Habana después de derrocar al gobierno de Fulgencio Batista y comenzó la Revolución cubana.
La escultura se encuentra a 51 metros sobre el nivel del mar, lo que permite a los habaneros verla desde muchos puntos de la Habana. De la misma manera el emplazamiento del Cristo de la Habana es otro de los puntos desde los que se pueden contemplar unas magníficas vistas de la ciudad.
Desde allí y a través del túnel que atraviesa la bahía llegamos al Castillo de los Tres Reyes Magos también conocido como castillo del Morro, trazado por el ingeniero Juan Bautista Antonelli en 1585 durante el periodo imperial español; es un lugar excepcional para divisar el horizonte de La Habana al caer el sol.
Situada a la entrada del puerto de La Habana, esta fortaleza con su emblemático faro, desarrolló durante siglos una función defensiva contra el acecho constante de piratas, corsarios y ejércitos extranjeros que trataban de invadir la bahía. Tras el saqueo de La Habana por parte del corsario francés Jacques de Sores en 1555 y el fracasado ataque de Francis Drake en 1586, el rey de España, Felipe II, ordenó la construcción del castillo de los Tres Reyes del Morro. Para ello envió en 1587 al ingeniero militar Battista Antonelli que lo construyó entre 1589 y 1630, en lo alto de un acantilado rocoso sobre el Atlántico, en la entrada de La Habana. Es un ejemplo clásico de arquitectura militar renacentista, fue concebido con una ciudadela rodeada de un profundo foso de protección, paredes de 3 metros de espesor y una forma poligonal irregular que se proyecta en el mar en ángulo agudo, teniendo allí un medio baluarte sobre el cual se eleva una torre con faro; está protegido por dos poderosos baluartes y un profundo foso.
La torre original de 10 metros de altura fue sustituida en 1844-1845 por otra de 30 de altura y 5 metros de diámetro. Hoy en día acoge el Museo Marítimo, en el que se relata, a través de pinturas, objetos y documentos, el asedio del fuerte y su eventual rendición a los británicos en 1762 y sus salones funcionan como galería de arte manteniendo una activa vida social y cultural; además alberga en sus antiguas baterías dos restaurantes y un bar con extraordinarias vistas del litoral habanero.
Una vez terminado el paseo nos dirigimos andando hacia la calle Obispo donde encontramos un precioso hotel llamado Ambos mundos, famoso por ser el escogido por Hemingway para hospedarse durante sus múltiples visitas a la legendaria ciudad. La magnífica ubicación del edificio le permitía recorrer las antiguas calles, respirar el aire del mar que tanto le gustaba, conocer a los alegres cubanos y adentrarse en un mundo diferente que le ayudó a enriquecer sus historias posteriores. Su relación con el lugar fue célebre, así como su preferencia por la comida en La Bodeguita del Medio y su indispensable daiquirí de sobremesa en El Floridita.
En el quinto piso del hotel, en la habitación 511 está el espacio que fue testigo de la vida interior del norteamericano. Dicen que allí nacieron los primeros capítulos de Por quién doblan las campanas y algunas de sus más reconocidas crónicas. La habitación se puede visitar acompañado de un guía que cuenta detalles, momentos e interioridades relacionadas con la estancia del escritor en esos años. Se han mantenido objetos y muebles y respetado la decoración original, incluso reproduciendo el color del cuarto de aquellos tiempos.
Allí están muchos de sus textos, fotografías, cartas recibidas y documentos oficiales que hablan de sus preocupaciones de entonces. Muy cerca la máquina de escribir, la misma que lo acompañó en sus horas de creación; sorprenden varios objetos personales del autor, piezas de ropa diversas y unas maletas colocadas en igual disposición a las de entonces; todo ello hace de la estancia un espacio íntimo, acogedor y cercano. Ernest Hemingway vivió alrededor de 20 años en La Habana. Por eso la ciudad preserva su casa, los espacios que visitaba, sus recorridos, sus costumbres porque terminó siendo uno más de sus hijos. Desde su balcón del Ambos Mundos descubría la riqueza arquitectónica, cultural y humana de una ciudad que bulle y que alienta la mirada de un escritor.
La terraza ubicada en la azotea tiene unas vistas espectaculares y un restaurante con una carta muy atractiva. Subimos hasta allí en ascensor y con ascensorista, hecho insólito en nuestros lares, que nos provocó gran asombro; le dijimos al ascensorista, que era una reliquia y con muy buen humor nos preguntó si él o el ascensor; las risas aclararon su duda. En la terraza corría un aire muy fresquito y se estaba de maravilla por lo que nos tomamos unos mojitos antes de comer; después degustamos unos platos estupendos de los que destacaremos la ropa vieja, muy típica en Cuba y las ricas gambas, peladas, como es costumbre y muy bien presentadas; vamos, de diseño.
Después de comer paseamos por el centro y nos detuvo una joven de color, alta y fuerte, que nos convenció para hacernos una trenza; sabía muy bien su oficio, que no era el de peluquera sino el de explota-turistas porque al finalizar pidió 30 € por su trabajo. Nos negamos en redondo y le dimos 10€ que no dejaron contenta a la cubana.
Seguimos paseando por la calle Obispo y adyacentes, contemplando precioso edificios muy bien conservados contiguos a otros abandonados o medio derruido.
Continuamos hasta llegar a la amplia avenida del Paseo del Prado donde se encuentra el precioso edificio del Museo Nacional de Bellas Artes y el Capitolio Nacional de La Habana, edificio de estilo ecléctico, construido en 1929 bajo la dirección del arquitecto Eugenio Raynieri Piedra, por encargo del entonces presidente cubano Gerardo Machado.
Está inspirado en el Panteón de París, San Pedro de Roma y en el Capitolio de los Estados Unidos del que es una réplica exacta de la mitad del tamaño del edificio del Capitolio en Washington DC. La cúpula de 62 metros fue en su momento el punto más alto de la ciudad y un ejemplo de la influencia y la riqueza derivada de los EE.UU; presenta una fachada con columnas de estilo neoclásico y una cúpula que alcanza los 91,73 m de altura. Está situado en el centro de la capital del país, entre las calles Prado, Dragones, Industria y San José y es el origen kilométrico de la red de carreteras cubanas; después del triunfo de la Revolución, fue transformado en la sede del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente y de la Academia de Ciencias de Cuba aunque se está trabajando para devolverle sus funciones primigenias y que vuelva a ser la sede del parlamento cubano.
A lo largo del Paseo del Prado y de las calles aledañas, encontramos mujeres ataviadas co n trajes multicolores de la época colonial, con turbantes en la cabeza, fumando puros y hablando con quien les diera un poco de conversación; han encontrado una manera de sobrevivir, dejándose fotografiar y convirtiéndose en parte del paisaje habanero. Realmente Cuba es un país de contrastes.
Seguimos paseando por el Paseo del Prado y pasamos por delante del Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso, que visitaríamos al día siguiente, y por una cafetería en la que la música sonaba con ritmo cubano. Nos lanzamos a bailar y ya, muy acalorados, decidimos subir a la terraza del Hotel Parque Central, de la cadena Iberostar, situada en el último piso del edificio, en la que además de una piscina y el solárium hay una cafetería desde la que contemplamos unas vistas preciosas y donde tomamos unos mojitos para refrescarnos y poder soportar el fuerte calor de la tarde.
El largo día daba a su fin y debíamos volver al hotel pues parte del grupo querían ir a ver el espectáculo de Copacavana; algunos cogieron un taxi y otros preferimos volver andando por el Malecón para disfrutar de su ambiente, de sus gentes variopintas, de los pescadores, del ruido de los carros americanos, de los edificios clásicos medio derruidos, de los grupos de jóvenes y sobre todo de la puesta de sol.
En nuestro penúltimo día, decidimos ir a visitar la Universidad de la Habana, creada en 1721 por el Papa Inocencio XIII y fundada el 5 de Enero de 1728 por los frailes Dominicos pertenecientes a la Orden de Predicadores; tuvo como primitiva sede el convento dominico de Santo Domingo, en lo que hoy se conoce como la Habana vieja; es la institución educativa superior más antigua de Cuba y una de las primeras de América. Es en 1902 cuando se traslada de su lugar original a la loma de Aróstegui, en el barrio de Vedado. Este sería su emplazamiento definitivo, y en él se construirían entre 1906 y 1940 los edificios principales que conforman el campus, que resulta de lo más agradable y armónico, tanto por sus edificios de estilo clásico como por su vegetación tropical que conforma rincones muy acogedores.
Su ubicación en alto, impone a cualquier observador y sobre todo la empinada escalinata que da elegancia y suntuosidad al conjunto. Al final de la misma se encuentra una escultura del Alma Mater, emplazada delante del Rectorado en 1920 y trasladada a su posición actual en 1927.Ya en el interior visitamos la biblioteca de la facultad de economía y un aula en la que había unos cuantos alumnos trabajando con el ordenador; hablamos con ellos y nos contaron sus ideas de futuro, que, como jóvenes, aún mantienen.
Entre los edificios más importantes de la Universidad destacaremos el Rectorado, con su pórtico afrontado, la Escuela de Ciencias, con su magnífico patio interior enmarcado por un alto portal corintio y la Biblioteca General, con su fachada Art Decó.
A principios del siglo 20, La Habana era la ciudad más grande y más importante de América Latina, junto con Buenos Aires,. Este período de auge se percibe en los grandes edificios que reflejan las influencias internacionales de art nouveau, art deco y del arte ecléctico. La terminal de trenes (1912), la Universidad de la Habana (1906-1940), y el Capitolio (1926-1929) son un buen ejemplo del estilo ecléctico.
El eclecticismo en Cuba se basó en el uso bastante liberal de los códigos clásicos; por ello, este estilo será reiteración del lenguaje neoclásico por el uso continuado de frontones, columnas de órdenes griegos y elementos decorativos neobarrocos, relacionado también con el neogótico, neo-renacentismo y con la arquitectura tradicional colonial. Amplia representación de este estilo se encuentra en el aristocrático barrio del Vedado, lleno de residencias y palacetes donde se alza su mejor representación, el Hotel Nacional. Este imponente y lujoso hotel, es una de las joyas más preciadas de La Habana y de toda esa isla caribeña. Es monumento nacional, Hotel Museo y Patrimonio de la Humanidad desde 1982 junto con el casco histórico de La Habana Vieja. Está situado sobre la Loma de Taganana, nombre con el cual se denomina hasta el presente uno de sus salones más importantes, frente al mar, con envidiables vistas, y una arquitectura singular con un marcado estilo ecléctico donde se conjuga lo hispano-árabe colonial, con elementos neoclásicos y sobre todo el art decó; ya en la misma entrada nos deslumbra su amplio y lujoso hall, con reminiscencias moriscas, con puertas que conservan los diseños originales, techo de viga, lozas de estilo mudéjar y lámparas que recuerdan un viejo monasterio, a la vez que realzan su aire colonial; y el jardín, es una verdadera joya, pues es una puerta al mar; en él hay varios restaurantes y chiringuitos con terrazas mirando al horizonte, que ofrecen al visitante los cócteles que han exportado a todo el mundo. Cada uno de nosotros probó un tipo de bebida, desde el los mojito, a la cerveza o la sangría; ésta última no se puede comparar con la española, la nuestra es infinitamente mejor.
Y ahora una anécdota …el hotel posee una piscina semiolímpica que con sus 12 metros fue la más profunda de su tiempo en el país; en ella Johnny Weissmüller, el actor que protagonizó el «Tarzán» más popular, hizo una exhibición lanzándose nada más y nada menos que con un gran clavado desde un balcón del segundo piso.
En el jardín hay un cartel que recuerda el Huracán Irma que azotó la isla el 9 de septiembre de 2017 y que muestra un árbol destrozado por el aire huracanado.
Cuando salimos del hotel después de disfrutar de su preciosa terraza y jardines abiertos al mar, decidimos coger un taxi para volver al centro y escogimos dos preciosos modelos que nos acercaron al centro.
De nuevo en el la Plaza de la Catedral, nos encaminamos al Callejón del Chorro, lleno de terrazas, de sombrillas y de gente que comía o tomaba un refresco; nosotros optamos por lo primero y nos sentamos en una terraza muy chiquita, en la que malamente entrábamos todos bajo el parasol; allí nos pedimos unas cervezas para mitigar el calor y un rico aperitivo, batatas fritas, muy finitas y muy crujientes que a todos nos encantaron. En este mismo callejón se encuentra uno de los restaurantes de más renombre de la ciudad, el Paladar Doña Eutimia, al que nos dirigimos para probar su recomendada comida; tuvimos que esperar pues estaba totalmente lleno y mientras, entramos en una imprenta que cierra el callejón y que mostraba máquinas muy antiguas y las distintas formas de impresión; por fin nos dieron mesa, pero en el minúsculo piso superior que ocupamos en su totalidad; la comida no estuvo mal, la ropa vieja, buena, pero como ya la habíamos probado en otros restaurantes, no nos sorprendió tanto; lo más exótico, el helado de Mamey en su propia piel y el chocolate de coco; todo muy rico y a buen precio.
Después repetimos paseo por calle Obispo, Desengaño y Plaza de armas donde compramos cocos para beber su agua, hasta llegar a la Bahía, donde nos hicimos esta fotos, igual a un poster que vimos en una tienda.
Llegamos a la calle San Rafael donde descubrimos los bajos del hotel Manzana de Kempiski, originalmente erigido entre 1894 y 1917 como la primera galería de tiendas de estilo europeo en Cuba, para posteriormente convertirse en el primer hotel de lujo de la ciudad; hoy en día es un reducto donde el capitalismo campea por sus fueros como una muestra de la apertura cubana al comercio exterior; están representadas muchas de las tiendas de marcas internacionales, como Carolina Herrera, Woman Secret, Mango, Montblanc, Gucci y otras nacionales como D´Cuba cuyos productos de diseño ofrecen otro tipo de productos cubanos, exclusivos y de gran calidad.
Desde allí, cogimos un taxi que nos cobró 10 CUC para volver al hotel, y prepararnos para asistir a otro de los espectáculos más típicos de la Habana, Los legendarios del guajirito. La palabra guajiro, dicen, viene de la pronunciación inglesa de war heroe (héroe de guerra), como los estadounidenses llamaron a los mambises o guerrilleros independentistas, en la Guerra Hispano Cubano Norteamericana. El guajiro, hombre de la tierra, resulta de una mezcla de las raíces españolas y africanas que devino en el típico campesino cubano. En 1996, el compositor, productor y guitarrista Ry Cooder conoció a un grupo de legendarios músicos cubanos, que habían pasado prácticamente al olvido, cuyas edades fluctuaban entre los 60 y 80 años. En 1998, se filmó un documental en el que se registra el regreso de Cooder a Cuba, y su reunión con el vocalista Ibrahim Ferrer y el resto de los músicos para grabar el CD «Buena Vista Social Club«, álbum ganador de un Grammy cuyo éxito fue aclamado internacionalmente. El director de cine Win Wenders, junto a un reducido grupo de filmación, observó a los músicos en el estudio y rastreó sus vidas en La Habana. Así se dio inicio a este documental, que registra el viaje de los ancianos desde su país natal hasta la ciudad de Amsterdam -donde ofrecieron dos conciertos-, y que finaliza en Nueva York, con una presentación en el Carnegie Hall. Nadie imagina que el edificio de Zulueta nº 658 entre Gloria y Apodaca, incluya en su interior un bohío gigante tradicional y moderno que a la vez reúne música y gastronomía. Realmente es un espectáculo pensado para el turista y la prueba más visible es el atuendo de las camareras.
Volvimos al hotel en taxi y el conductor nos contó que su madre era aeromoza (azafata) y que vivía parte del año en España y que por ello, él era un gran amante y conocedor de nuestro país; realmente es difícil encontrar un cubano que no tenga o afirme tener un familiar o antepasado español. Cuando ocurrió el accidente del avión que realizaba el recorrido La Habana – Holguín, unos días después de nuestro fallido vuelo, nos acordamos de la madre aeromoza y de la suerte que habría corrido. ¡Ojalá, ese día no estuviera de servicio!
Y amaneció el martes 8 de Mayo, día de nuestra partida. Como el avión salía tarde aprovechamos la jornada, sin prisa pero sin pausa. Después de desayunar en el estupendo buffet del Hotel Habana Libre nuestra tortillita – en la vida hemos comido tantos huevos-, salimos del hotel y allí, en la puerta, cogimos un taxi, 10 CUC, para ir al famosísimo Mercado de San José, grandísima nave repleta de puestos en los que se vendían productos de cuero, de madera, de plata, de ropa, de cristal, cuadros, es decir, una muestra de toda la artesanía cubana; allí compramos, cajas mágicas imposibles de abrir, imanes de todo tipo, mochilas, bolsos y estilizadas figuras cubanas.
Luego nos fuimos andando hasta La plaza de la catedral para visitar El Museo de Arte Colonial, ubicado en la edificación más antigua de La Habana Vieja, el Palacio de los Condes de Casa Bayona, título nobiliario español creado por Real Decreto en 1721 por el rey Felipe V; la casona es una mansión reconstruida en 1720 por el gobernador de Cuba don Luis Chacón, de la que destaca su hermoso patio de estilo clásico, sus puertas y contraventanas de madera azul y blanca y el precioso artesonado de madera pintado de color azul.
Este pequeño museo en su interior exhibe una exposición de mobiliario colonial, dormitorios, comedores, salones, hasta un retrete de madera o comodín como aquí se denomina y de arte de carácter decorativo, vidrieras, rejas delimitadoras de balcones –guarda vecino-, pomos y tiradores, puertas y piezas de porcelana con escenas de la Cuba colonial, así como una fantástica colección de flores ornamentales. En el exterior, su fachada es una de las más sencillas y proporcionadas de la arquitectura colonial cubana por su simétrica distribución de vanos en dos plantas, sin entresuelo y el remate de tejas criollas. Después de disfrutar de la casa y sus elementos decorativos paseamos nuevamente por calle Obispo y Mercaderes hasta llegar a la Plaza Vieja en una de cuyas esquinas se encuentra un edificio ecléctico, el Gómez Vila, antigua Casa de los Condes de Lombillo, construido en 1909 para albergar el Ministerio de Comercio Exterior, en el que se encuentra la Cámara Oscura de La Habana. Esta cámara oscura fue un regalo de la Diputación de Cádiz a la ciudad.
La Cámara Oscura es un dispositivo que juega con las ilusiones ópticas: se trata de una habitación a oscuras donde se abre una pequeña lente por la que pasa la luz, que proyecta imágenes invertidas del exterior sobre una superficie plana. A través de un fenómeno óptico descubierto por Aristóteles hace 2.300 años y construido por primera vez por Leonardo Da Vinci en el siglo XV, la Cámara Oscura capta en una pantalla todo lo que ocurre en el entorno del edificio. El equipo está dotado de un juego de lentes y espejos que muestra en una pantalla blanca cóncava de 1,80 metros de diámetro, con nitidez y colorido, todo lo que sucede alrededor de la torre en tiempo real; esta versión moderna de la Cámara Oscura logra que la luz se refleje en un periscopio ubicado a 35 metros de altura. En la parte alta del edificio hay una terraza desde la se contemplan unas estupendas vistas de la Plaza vieja y centro histórico.
Después de comer nos dirigimos a visitar el Gran Teatro Nacional Alicia Alonso, donde un guía muy simpático nos habló de los avatares del edificio y de la personalidad de la gran bailarina y coreógrafa. Es la sede del Ballet Nacional de Cuba y una de las principales instituciones culturales de la capital y arquitectónicamente uno de los íconos de la ciudad. El actual edificio fue levantado para acoger la sede del Centro Gallego de La Habana. En 1834, Miguel Tacón y Rosique gobernador de Cuba entre los años 1834 y 1838 encargó la construcción de un teatro que tuviera una mayor capacidad que el existente. Este espacio público estaba ubicado en la manzana formada por las intercepciones de las actuales calles San Rafael, San José, Consulado y el Paseo del Prado, en La Habana. En sus inicios, se le llamó Teatro Tacón en honor al capitán general. Se inauguró el 28 de febrero de 1838 y para la ocasión se dio un baile de carnaval en el aún inconcluso recinto; pero fue el 15 de abril de ese mismo año cuando quedó oficialmente inaugurado con la puesta en escena de la obra Don Juan de Austria, protagonizada por el famoso actor cubano Francisco Covarrubias, creador del teatro vernáculo nacional e iniciador del costumbrismo en la literatura cubana. El Teatro de Tacón fue obra del arquitecto Antonio Mayo, quien lo concibió con un estilo ecléctico predominante y tenía capacidad para recibir a unos dos mil espectadores por lo que se convirtió en el escenario por excelencia de la aristocracia criolla. En su época, el Tacón fue el teatro más grande y lujoso del continente americano; y por sus cualidades técnicas el tercero, después de la Scala de Milán y el de la Ópera de Viena.
En 1906, la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Galicia compró el teatro primigenio y la manzana entera; el teatro sería totalmente demolido. Entre 1907 y 1915 se construyó el edificio actual para albergar la sede del Centro Gallego de La Habana. El interior del nuevo complejo comprendió no solo el teatro sino también dos salones de baile, un casino, salones de juegos, oficinas, caja de ahorros, tesorería, restaurantes, y cafés. La sala principal, llamada Federico García Lorca, tiene capacidad para 1500 personas, y es sede del Ballet Nacional de Cuba, además de albergar las temporadas de ópera ofrecidas por el Teatro Lírico Nacional. En cuanto al exterior, su fachada principal tiene cuatro grupos escultóricos en mármol blanco que representan alegorías de la Beneficencia, la Educación, la Música y el Teatro, obras de Giuseppe Moretti. Los elementos se colocaron de forma equilibrada, y los balcones, ventanas, cornisas, la proporción de sus torres y la unidad de las molduras logran un ritmo elegante. En septiembre de 2015, el Consejo de Estado de la República de Cuba acordó, con carácter excepcional y en reconocimiento a los aportes de la bailarina Alicia Alonso a la cultura cubana y universal, su amor a la Patria y fidelidad a la Revolución cubana, denominar el actual Gran Teatro de La Habana como Gran Teatro de La Habana «Alicia Alonso. Entre 2013 y 2015 fue sometido a una reparación capital y reabrió sus puertas el 1 de enero de 2016.
Una vez fuera del recinto nos encaminamos hacia el Malecón por el Paseo del Prado el cual exhibe la historia de Cuba mostrando sus momentos más prósperos frente a los del declive económico, la revolución y el embargo. Fue construido en 1772 bajo el gobierno colonial del Marqués de la Torre, Capitán General de la isla, que en aquellos momentos era una de las colonias españolas más florecientes de América. En 1928 se rediseñó la avenida para convertirla en uno de los paseos más importantes de La Habana. Fue sembrado con árboles y se colocaron bancos de mármol así como ocho estatuas con figuras de leones, hechas de bronce que parecen custodiar el paseo. Está dividido en cuatro secciones fundamentales bien delimitadas: el Paseo, el Parque Central, la Explanada del Capitolio y la Plaza o Parque de la Fraternidad.
Y como se acercaba la hora de nuestro vuelo, nos despedimos de esta ciudad, no sin nostalgia, pues tiene ese algo de necesidad, de opresión disimulada, de pobreza compartida, de fingida alegría que deja impreso en el ánimo un cierto desasosiego.
Cogimos el último taxi, -ya siempre 10 CUC-, que nos llevó al hotel para recoger las maletas. Pero antes de subir al mini bus que nos llevaría al aeropuerto, nos acercamos a probar los helados de la heladería más emblemática de Cuba, Coppelia, situada enfrente del hotel, en el lugar conocido como La Rampa, en la calle 23, barrio de El Vedado; la heladería abarca toda la manzana, entre las calles 23 y 21, K y puede servir a más de 1000 clientes a la vez. Esta cadena estatal de heladerías cubanas abrió sus puertas el 4 de junio de 1966 gracias a un proyecto dirigido personalmente por Fidel Castro, cuyo objetivo era producir más sabores de helado que las grandes marcas estadounidenses, para lo que se adquirieron las mejores máquinas de los Países Bajos y Suecia. Celia Sánchez, secretaria de la Presidencia, fue quien escogió el nombre en alusión a su ballet favorito, Coppelia; en sus primeros años la heladería ofrecía 56 sabores y 25 combinaciones, sin embargo, actualmente la cola para entrar al local suele ser larga y la oferta es bastante limitada, con sólo uno o dos sabores disponibles. Cuando nosotros fuimos estaban los salones medio vacíos y servían en el exterior en un pequeño puesto en el que compramos los famosísimos helados; no tuvimos ninguna dificultad pues apenas había gente y lo cierto es que estaba bastante desangelado. Adquirió mucha más fama cuando se filmó en ella la conocida película cubana Fresa y Chocolate.
Todos de vuelta en el hotel, subimos al bus que nos llevó al aeropuerto, donde nos esperaba otra aventura. Llegada la hora de nuestro vuelo, embarcamos y ocupamos nuestros asientos, -elegidos en la décima fila por el módico precio de 30 € más, pues el sistema nos los asignaba en las últimas filas del avión-, y esperamos el momento del despegue; y esperamos…y esperamos …y el avión no despegaba; el comandante intentó serenarnos, nos pidió un pelín, con estas palabras, un pelín de paciencia, porque volaríamos en breve pero no dio más explicaciones; veíamos a la tripulación ir de un lugar a otro sin informar de nada hasta que los viajeros, sobre todo los ubicados en la cola, empezaron a quejarse por el intenso calor que hacía dentro del aparato. No funcionaba el aire acondicionado por lo que se vieron obligados a abrir las puertas del avión, para que entrara algo de aire; pero eran las 12,15 y el avión no se movía. Finalmente se escuchó la voz del comandante que explicó la causa del retraso diciendo que el problema eran unas baterías que había que cambiar; el avión llevaba tres y había que cambiar una. No nos dejó nada tranquilos; se nos helaba la sangre sólo de pensar que tuvieran que buscar el repuesto en el país; allí, que no hay de nada. En esos momentos recordé lo que nos contaron un grupo de jóvenes psicólogos catalanes con los que tuvimos tiempo de hablar en el aeropuerto de Holguín y que habían venido a la Habana a seguir unos cursos en un hospital de la ciudad; lo que describían sobre la higiene y la falta de medios era deprimente y una chica cubana que les acompañaba, nos contó que en las farmacias no hay apenas medicamentos, que venden el ácido acetil salicílico sin excipiente porque no tienen y en el caso de los inyectables el problema de la falta de excipiente es más grave. En fin, después de una larguísima hora en la que se te pasan por la cabeza mil nefastas ideas, el avión despegó, la diosa Fortuna nos acompañó y llegamos sanos y salvos a Madrid; como siempre se produjo la desbandada de final de viaje y cada uno partió hacia su casa, menos nosotros, que tuvimos que esperar tres cuartos de hora más, pues una de nuestras maletas, no apareció por la cinta.
Solucionado el problema, salimos del aeropuerto para encontrarnos con una realidad bien distinta a la que habíamos dejado, una sociedad libre, que a pesar de todos sus fallos, permite al individuo escoger su camino.
Qué ganas dan de ir a Cuba después de haberte leído!
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