Este mes de Julio estreno un nuevo tema, el GOLF, un juego muy completo y de gran complejidad, que cada vez tiene más adeptos entre la gente joven ya que permite al jugador, dado su enclave en plena naturaleza, gozar de cuatro horas o más al aire libre, disfrutando de unos parajes maravillosos y de buena compañía y sobre todo porque consolida virtudes como la paciencia, la humildad, el compañerismo y el afán de superación. El dicho tan popular de «ir cada uno a su bola», encuentra en este juego su verdadero sentido. Es un juego individual en el que cada uno se ocupa de su bola, a la que hay que golpear, dirigir y ubicar, fijando las referencias espaciales para localizarla; pero también es colectivo, ya que se atienden las bolas de los compañeros, ayudándoles a recordar la zona aproximada donde han caído, y evitar así que se pierdan, situación demasiado frecuente. Evidentemente no hablo del golf profesional sino del golf como ocio, un pasatiempo que permite aúnar deporte, gastronomía y cultura, viajando por los numerosos campos esparcidos por la península, situados la mayoría, en lugares de gran belleza; suponen un aliciente más para hacer turismo y conocer la tierra que los circundan descubriendo parajes insólitos, alejados de los circuitos turísticos más visitados.
Este es el caso del Campo de golf de Abra del Pas, un campo situado en Mogro, Cantabria, a 350 km de Segovia, -nuestro punto de partida-, y a tan sólo 15 kms de Santander, que permite al viajero una escapada, la nuestra fue de tres días, en la que combinar el juego con el turismo cultural y el gastronómico. Mogro es un lugar del municipio costero de Miengo, en el borde litoral de la región de Cantabria, delimitado por dos ríos: el Pas, que desemboca en Mogro, y el Saja-Besaya, que lo hace entre Cuchía y Suances, formando la ría de San Martín de la Arena.
El Campo de golf Abra del Pas, es uno de los atractivos turísticos de la zona y está situado precisamente en la desembocadura del río Pas, de ahí su nombre, río que aparece y desaparece a lo largo del circuito, acompañando al jugador en los últimos nueve hoyos.
Su enclave y el entorno es de una gran belleza y el diseño del campo ocupa dos zonas claramente diferenciadas, una de bosque, donde el pino señorea con los aires marinos y otra de valle, un verdadero prado en el que han proyectado hasta nueve alineadas calles que corren paralelas al río, delimitadas por árboles, lagos, caceras y vegetación; por ellas los golfistas van y vienen como si de un paseo se tratara, contemplando el monte salpicado de casucas y pastos.
El campo tiene 18 hoyos y sus desniveles y los seis lagos, obligan al jugador a mantenerse ágil y concentrado para poder disfrutar del paisaje y mantener la disciplina del juego. El par del campo es de 70 golpes, de una dificultad media, que se manifiesta especialmente en la parte del monte que concentra los hoyos 4 al 10; aunque para acceder a la salida de los hoyos 2 y 3 hay que subir unas empinadas escaleras, no es hasta el hoyo 4 donde una pesada cuesta nos pone en el tee de salida, desde el que se ve un par 3 con green en alto; continúa el ascenso en el hoyo 5, en cuya parte derecha se pueden contemplar, preciosas vistas de la ría, hasta llegar al hoyo 6 donde la mayor altura permite disfrutar de un paisaje espectacular de la ría y del mar. Si los hoyos anteriores mostraban un paisaje marino, el 7 es un mirador que muestra toda la belleza de Cantabria, el monte, el río Pas con su puente de hierro por el que pasa el FEVE, la ría, el mar y la playa de dunas de finísima arena; desde el 8 y el 9, aún contemplamos el mar y los bosque de eucaliptos, hasta llegar al tee de salida del hoyo 10, desde el que se avista la pronunciada bajada, advertida como peligrosa, cuyo green ocupa la parte baja del campo.
Actualmente, es un campo abierto al público propiedad de CANTUR (Sociedad Regional Cántabra de Promoción Turística) y fue diseñado por la Federación Cántabra de Golf, por lo que su precio es muy asequible, 18 €, 18 hoyos, entre semana, desmintiendo la popular creencia de que el golf es elitista.
Llegamos a Mogro a las 1,30 del martes, por lo que, después de dejar las maletas en el hotel Milagros Golf, situado en la playa de Usil, a 1 km del campo de golf, pudimos planear actividades para el resto del día; el hotel es un establecimiento al que le haría falta una pequeña remodelación -aún tiene moquetas en el suelo-, pero las habitaciones están muy bien y tienen preciosas vistas a la ría y al mar; además la atención es estupenda y el trato muy cordial. Preguntamos a una lugareña dónde se comía bien y nos habló del restaurante El Cazurro, pero fue imposible porque estaba todo lleno y no atendían sin reserva, así que nos fuimos a otro, El Labrador, en Liencres, donde comimos bastante bien aunque las raciones eran algo escasas; eso sí, el camarero nos lo vendió tan bien, que nuestras expectativas fueron superiores a la calidad de los productos presentados. Por la tarde nos acercamos al Parque natural de las dunas de Liencres, declarado espacio protegido en el año 1986, una zona de notable valor geomorfológico y paisajístico formado por calas, por dos playas de gran belleza, Valdearenas y Canallave, por una gran extensión de bosque de pino marítimo y por el sistema dunar; este ha sido creado por la acción del viento, que reúne las arenas de las corrientes litorales y las del río Pas.
Las dunas móviles, situadas junto a la playa han ido avanzando hacia el interior por la acción del viento, y en el año 1.949 fueron fijadas plantando una masa forestal de pino marítimo que favoreció un nuevo paisaje, y consiguió frenar su expansión; el pinar es un espacio preparado para el público donde la gente va a comer y a pasar el día y al final del mismo se encuentra, rodeada de rocas, la extensa playa de Valdearenas, donde los playistas disfrutan de tranquilidad, del rumor del mar y de la belleza del entorno y en donde los amantes del surf se divierten con las olas.
Después de disfrutar de la playa, aún nos dio tiempo a acercarnos a Santander y pasear por su largo paseo marítimo, y contemplar sus dos playas, separadas por los Jardines de Piquío, verdadero mirador del mar Cantábrico, donde los eucaliptos, los tamarindos y las palmeras lo convierten en un vergel. La noche fue cayendo y decidimos volver a Mogro donde cenamos un estupendo sanwich en la cafetería del hotel, ya que la comida había sido muy abundante y al día siguiente había que madrugar para empezar nuestra primera jornada de golf.
El miércoles, primer día de golf, conocimos el precioso campo ya descrito anteriormente y experimentamos los cambios atmosféricos tan normales en el Norte y es que la lluvia hizo su aparición, primero tímidamente en el hoyo 2 y 3, y con fuerza en el 4 y 5, que fue amainando según ascendíamos por las calles; el chubasquero y el paraguas con los que íbamos pertrechados, ayudaron a que no acabásemos empapados.
Al cesar la lluvia salió el sol y con una temperatura deliciosa, pudimos terminar el recorrido.
Una vez acabado el juego y disfrutado de este idílico campo, nos dirigimos a Liencres, al barrio de Arnía, donde se ubica el restaurante El Cazurro, una casa antigua de comidas en la que los pescados y mariscos destacan en su oferta gastronómica; su cocina en general, -zamburiñas, mejillones, anchoas, atún, lentejas con calamares-, es de gran calidad y el rodaballo salvaje que pedimos, de un kilo y cuarto, estaba exquisito. Desde su comedor se divisa un mar plagado de farallones y placas tectónicas levantadas a lo largo de millones de años; la costa quebrada que así es conocida, presenta un paisaje paradisíaco de pequeñas playas de fina arena, aguas cristalinas y enormes rocas que las circundan.
La recoleta playa de Arnía, justo debajo del restaurante, recoge el agua del mar entre las piedras formando pozas en las que niños y mayores disfrutan de sus tibias aguas.
Después de las obligadas fotos, nos dirigimos a Cuchía, localidad del municipio de Miengo en la que destacan cinco islas de diferente tamaño, habitadas por una gran diversidad de aves, islas que son los restos de la antigua línea de costa, erosionada por el mar a lo largo de miles de años. Sus playas, están separadas por la Barra, -acceso marítimo de la ría de Suances-, quedando a un lado la de Marzán y la llamada del Huevo Frito, y al otro, las playa de Los Caballos y la playa del Cuerno, dos arenales más abiertos al mar, de difícil acceso y parcial o totalmente cubiertas cuando hay marea alta.
Llegamos a su playa e hicimos una ruta por la parte alta del acantilado desde donde se divisaba la maravillosa costa escarpada, las dos playas, la Barra y todo Suances, localidad que bajamos a visitar; se encuentra en la desembocadura del río Saja y es la ría de San Martín de la Arena o ría de Suances, la divisoria entre los municipios de Suances y Miengo. El pueblo se divide entre la parte alta y la parte de la playa, donde está el puerto pesquero y también las playas de la Concha, la Ribera y la Riberuca.
Al otro lado de una pequeña península (punta del Dichoso) quedan la playa de los Locos y la ensenada de la Tablía. Para salvar la ría de San Martín de la Arena tuvimos que rodear 17 km, por carretera ya que no hay otro medio para pasar de Cuchía a Suances, exceptuando las barcazas que pasan de un lugar a otro; existe también la posibilidad de atravesar a nado, pero no es aconsejable por la corriente de la ría. Llegamos a la playa de Suances, gracias a una pareja que nos guió amablemente con su coche a pesar de no ser su destino, y allí después de un paseo, cenamos unas raciones en la terraza de un restaurante del que es mejor olvidarse. Repetimos el camino andado para volver a Mogro y descansar para enfrentar nuestro segundo día de golf.
El tercer día de estancia en Cantabría, jueves, amaneció con nubes y muy buena temperatura, lo que nos alegró pues jugar con sol y un alto grado de humedad, resulta sofocante; las nubes nos ayudaron a disfrutar de nuevo de los 18 hoyos, de sus variados paisajes, de su vegetación, de sus amplias calles y de sus pequeños e irregulares greenes, que favorecieron la pérdida de alguna que otra bola. Es usual que en cada uno de los hoyos exista un cartel informativo sobre las distancias y el diseño de la calle hasta el green, pero en este campo han ido más allá y el cartel anunciador, describe en tres o cuatro líneas monumentos del patrimonio cántabro, documenta acontecimientos de la historia de Cantabria y enaltece los pensamientos más poéticos de sus poetas.
En el hoyo 9, desde el que se divisan todos los paisajes, estaba escrito este precioso poema dedicado al Río Pas, que no pude por menos que fotografiar y que recojo aquí :
Llevas el agua de las montañas, el embrujo de los montes
y guardado en tu cauce insonoro y avergonzado,
el murmullo de los regatos que dejaste al pasar
pero, antes de entregarte a la convulsa mar…remansas, paras y piensas:
No, no me quiero marchar.
Nos despedimos del campo con cierta pena y con esperanza de volver a jugar en él y de seguir visitando tantos lugares mágicos de la costa que nos quedan por descubrir; decidimos comer en el propio hotel Milagros golf y fue una buena decisión tanto por su situación privilegiada frente a la ría, en la que se respira el aire del mar como por su cocina, que es excelente; de aperitivo, volvimos a pedir zamburiñas que estaban buenísimas y de plato principal un rape que estaba delicioso; más tarde y aprovechando la bajamar, caminamos por la ría casi hasta la otra orilla, limítrofe con el mar y al volver a la playa nos sentamos en la arena a contemplar la belleza del paisaje y a disfrutar de una playa tranquila de aguas cristalinas. Ya bien entrada la tarde cogimos los coches para dirigirnos a Comillas, precioso pueblo en cuyo casco antiguo destacan La plaza vieja, la iglesia parroquial y las magníficas casas de arquitectura popular del siglo XVIII. La presencia de Antonio López y López, indiano emigrante a Cuba y fundador de la gran compañía naviera «La Trasatlántica», impregna todo el pueblo. Su poder financiero y su amistad con la Corona le valieron el título de primer marqués de Comillas, y el impulso que dio a su villa natal llegó a su punto álgido a finales del siglo XIX y principios del XX, época en la que Comillas gozó de su máximo esplendor económico y social favorecido por la presencia de los reyes, la Corte y el Gobierno. El Marqués de Comillas, controvertido personaje, ha vuelto a la candente actualidad, desde que el Ayuntamiento de Barcelona, retirara su estatua de la plaza homónima, de la Via Laietana, por considerar que su fortuna en las Américas, allá en el siglo XIX, tuvo su origen en el tráfico de esclavos que traía desde las costas africanas hasta Cuba.
En Comillas encargó la construcción del Palacio de Sobrellano, -estilo neogótico-, que fue diseñado por Martorell y Domenech i Muntaner; junto a éste se encuentra la capilla panteón del mismo estilo.
Frente a este conjunto arquitectónico y en el alto de la Cardosa se erige la Universidad Pontificia, de estilo neogótico con influencia mudéjar. Su construcción fue también a expensas de Antonio López y López y se distingue por su monumentalidad, su característico color rojizo y por sus artísticos artesonados de madera.
Y a menos de 500 metros, se encuentra el palacio modernista del genial arquitecto catalán Antonio Gaudí, denominado «El Capricho», que no pudimos visitar por estar cerrado. Después de tomar unas raciones en la plaza del Ayuntamiento regresamos a Mogro por la autovía . Al día siguiente volveríamos a casa.
Y llegó el viernes, último día de escapada que aprovechamos visitando un pueblo precioso llamado Liérganes, municipio y localidad cántabra situado en la comarca de Trasmiera; su conjunto urbano, declarado de interés histórico-artístico nacional en 1978, concentra una valiosa arquitectura clasicista de los siglos XVII y XVIII, fruto del auge económico que la fábrica de artillería propició en ese período en la comarca. El núcleo urbano está asentado a los pies de dos pequeñas elevaciones: Marimón y Cotillamón (conocidas popularmente como «Las Tetas de Liérganes» por su parecido antropomorfo). Paseamos por sus calles, contemplando sus casa de piedra con galerías de madera, embellecidas con flores, y sus casa solariegas del s. XVIII, con escudo nobiliario, construidas al abrigo de la fábrica de cañones y munición. Pero las mejores vistas son las del mal llamado, Puente romano, pues no es romano, ya que fue diseñado por Bartolomé de Hermosa en 1587 e inaugurado en 1606. Allí, a un lado del puente, está el antiguo molino restaurado en 2009 para albergar el centro de interpretación del «Hombre pez», personaje de leyenda que tiene una estatua a un lado del puente y que incita a los viajeros a fotografiarse junto a él. El puente está ubicado en un lugar privilegiado, debajo de las dos pequeñas elevaciones ya citadas y con un fondo verde, donde destacan casas sumamente cuidadas que sirven de decorado a todas las fotos.
Después de caminar sus rincones, hicimos una pequeña ruta, una ascensión que completaba un viacrucis a través de empinadas escaleras y que culminaba en la iglesia de San Pantaleón, ubicada en una colina desde donde se contemplan unas preciosas vistas del pueblo y de las famosas protuberancias.
De esta sencilla iglesia destaca la torre adosada al muro oeste con pasadizo, en cuyo interior se encuentra una de las tres puertas de entrada a la iglesia; la puerta más interesante es la del muro orientado al norte, con arco apuntado y arquivoltas de baquetones, medias cañas sin decoración y cimacios lisos.
Otra puerta de cierto mérito se localiza en el pasadizo de la torre, apuntada, sin arquivoltas y con anchos cimacios levemente moldurados y en el muro meridional, la tercera puerta, con arquivoltas apoyadas en cimacios lisos; conserva rasgos de estilo románico a pesar de que data de la segunda mitad del siglo XIII y está construída en piedra de sillería, presentando cornisas y canecillos con intentos iconográficos.
Nosotros sólo pudimos dedicar al pueblo medio día pero merece la pena pernoctar al menos una noche y visitar el Palacio de Rañada o Cuesta-Mercadillo, la iglesia de San Sebastián, la parroquial de San Pedro Ad Víncula, las casas de los Setién y los Cañones, las capillas del Humilladero y el puente nuevo. Y por supuesto su famoso balneario, rodeado de una magnífica finca con arbolado, que le confiere un aire decimonónico característico.
Continuamos el viaje y a 100 kilómetros más o menos nos detuvimos en Aguilar de Campoo, donde habíamos visitado en otras ocasiones el Monasterio de Santa María la Real, antigua abadía de la orden Premonstratense, construido a caballo entre los siglos XII y XIII, en un estilo de transición del románico al gótico con elementos del arte cisterciense.
Y quisimos comer en su Posada, cuyo restaurante es más que recomendable pero no pudo ser pues estaba todo lleno; buscamos en internet y nos guiamos por sus recomendaciones, eligiendo el restaurante El Chili, pasado el pantano, en un alto al que se accede por una carretera estrecha con alguna curva, que merece la pena ser visitado. Nos atendió la dueña, que, según nos contó, regenta con su madre el restaurante; con ella hablamos sobre la situación económica creada por la Covid19; ella se mostró esperanzada y nos confesó que el tiempo de confinamiento lo había aprovechado para descansar del ajetreo diario que supone llevar un restaurante y para madurar ideas apenas esbozadas. Las vistas del pantano desde su terraza son estupendas y la comida muy buena; los garbanzos con calamares y las zamburiñas, que no podían faltar, estaban deliciosas y la cecina con foie, exquisita. Todo ello inmersos en la naturaleza. No se podía pedir más. Ella misma nos aconsejó que atravesáramos el pantano y siguiéramos una carretera que sube hasta un mirador desde el que contempla todo el pantano, el propio restaurante y Aguilar de Campoo. Tras esta última visita, nos dirigimos a Segovia después de 3 días, satisfechos de haber jugado al golf en un paraje natural envidiable, rodeado de paisajes inolvidables y de haber revisitado una tierra que como dice su eslogan es un lugar para compartir.
Buena excursión. Conozco mucho Santander pues varios amigos viven allí. Concretamente en Liérganes, en una ‘cabaña’, vive uno de ellos en pleno monte. Un lugar precioso sobre todo cuando no llueve.
Otra zona de Cantabria que conocemos muy bien es el valle de Cabuérniga, que es precioso.
Y ahora en agosto quizás pasemos alguna noche en Comillas para ver una vez más el modernismo que contiene y que ha sufrido últimamente reformas y/o limpiezas. Una pre6te quisiera hacer: ¿El palacio de Gaudí estaba cerrado por ser día de cierre o porque lleva estándolo desde hace una temporada?
Bueno, amiga, sigue disfrutando del verano.
Besos
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Hola J. Carlos, la verdad es que era tarde cuando llegamos al» Capricho», pero creo que está abierto al público pues en la puerta de entrada había un horario en el que me fijé pero no leí. Si vas tendrás que informarte. Cantabria es precioso siempre. Un abrazo amigo y buen verano
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Muy buena escapada de 3 días, una crónica completa y envidia de no haber podido acompañaros. Un beso.
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Nos esperan muchas escapadas juntos. Todo nuestro cariño para tí. Un fuerte abrazo y ….!!!!ÁNIMO!!!!!!
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