Llega Abril y celebramos con entusiasmo el mes de Cervantes, que como en años anteriores, festejaremos acercándonos al Quijote, para seguir descubriendo y divulgando el complejo mundo cervantino, cargado de intenciones a veces difíciles de interpretar; si la segunda entrega del Quijote versó sobre las interpolaciones novelescas, específicamente sobre la novela pastoril de «Marcela y Grisóstomo», en esta tercera entrega nos alejaremos de las novelas para centrarnos en los cuentos intepolados. Tres cuentos de locos, cargados de intención y fino humor que provocan la reflexión y la risa de los lectores. Es sabido por todos que Cervantes escoge como protagonista de su gran obra a un loco, y que utiliza esa lúcida locura como un hoja de bisturí, para diseccionar con precisión, los vicios de la sociedad de su tiempo y de todos los tiempos; por ello no es de extrañar que se sirva de nuevo de los locos, para lograr sus propósitos, que en este caso, consistirán en atacar y defenderse del falso quijote publicado por Avellaneda. Como ya sabemos en 1605, Miguel de Cervantes publicó la primera parte del Quijote y en 1614 apareció una continuación falsa o apócrifa, firmada por un tal “Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas” y titulada «Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha», que narra la tercera salida y que fue escrita con la clara intención de mortificar a Cervantes. Ante la aparición de este quijote apócrifo, nuestro autor se ve obligado a reaccionar, publicando en 1615, la verdadera «Segunda parte del Quijote«, para refutar y reprobar el quijote apócrifo, y lo hizo en el “Prólogo al lector” , esgrimiendo contra la apropiación de Avellaneda, sus argumentos y ejemplos, entre los cuales encontramos dos entretenidos cuentos de locos, que son hoy el objeto de nuestro estudio. Y lo hace con estas palabras:
¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote, digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he de dar este contento, que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla.
Cervantes elige el pronombre de segunda persona, para hablar a un «tú» cercano, al lector de su época, haciéndole partícipe de la ofensa recibida y pidiéndole, que si llega a conocer a Avellaneda, sea su portavoz y le cuente los sentimientos que alberga:
Si por ventura llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado, que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama;
No satisfecho con este mandado, insta al lector a que, además, le relate un cuento ejemplificador que aclare las posibles dudas del impostor…
y para confirmación desto, quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento: «El loco hinchaperros«
Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo, y fue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota; y en teniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga y le soltaba, diciendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: «¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?». ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?
Una explicación a estas preguntas del loco sevillano, la encontramos en los comentarios que E. C. Riley hace de este capítulo en la edición del Centro Virtual Cervantes, donde leemos …Análogamente, viene a decir Cervantes: Avellaneda ha hinchado un asunto que ya había sido concebido y desarrollado cabal y convenientemente.
Cervantes califica la locura de este «loco sevillano«, -metáfora de Avellaneda-, de “gracioso disparate”, como si indulgentemente, disculpara la acción del falso autor, alegando desequilibrio y falta de cordura , aduciendo que sólo a un loco se le ocurriría hinchar lo que no puede ser hinchado, es decir, sólo un loco utilizaría la figura de D. Quijote para continuar una obra famosa, compleja y de gran perfección. Cervantes de este modo, defiende su personal genio creador y su elaborada técnica compositiva, recriminando al fingido Avellaneda, su falta de ingenio y la apropiación deshonesta de su obra.
Pero no queda conforme y aún pide de nuevo al lector que divulgue un segundo cuento, «El loco aplastaperros», en el que además del perro y el loco, -que también representa a Avellaneda y ahora es cordobés-, aparece un tercer personaje, el dueño del perro, con lo que la acción se refuerza y el mensaje de reprobación se endurece.
Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, este, que también es de loco y de perro: Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol o un canto no muy liviano, y en topando algún perro descuidado, se le ponía junto y a plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro y, dando ladridos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió, pues, que entre los perros que descargó la carga fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, asió de una vara de medir y salió al loco y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía: «Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?». Y repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña. Escarmentó el loco y retiróse, y en más de un mes no salió a la plaza; al cabo del cual tiempo volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la piedra, decía: «Este es podenco: ¡guarda!». En efeto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos o gozques, decía que eran podencos, y, así, no soltó más el canto. Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador, que no se atreverá a soltar más la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas.
Nuevo afeamiento del autor a Avellaneda, con el que además de censurarle, pretende disuadir a otros autores de imprimir libros malos, –pesados como losas-, y meter mano en obras ajenas, que al igual que el podenco del cuento, -perro de caza muy apreciado-, también tienen dueño. Si con el loco sevillano Cervantes se manifiesta más compasivo, con el loco cordobés, se muestra inflexible, ya que recibe un escarmiento por parte del dueño del perro, es decir, -del dueño del libro-, dándole palos con la vara de medir, semejantes a los que Cervantes descarga en este prólogo con la vara de sus palabras.
El tercer cuento, aparece en el Capítulo I de la II Parte, donde se narra la visita que hacen el cura y el barbero a Don Quijote, para conocer su estado de salud tras la vuelta de su segunda salida, derrotado y engañado. Será el barbero el que «intercale» en la conversación con el caballero, «El cuento del loco graduado en Cánones por Osuna«, cuyo objetivo final es conocer el estado mental de Don Quijote, quien al ser preguntado por los preocupados amigos sobre cuestiones diversas, responde con mucho juicio y con elegantes palabras, constatando muy pronto su enajenación mental , pues en su locura selectiva, sigue defendiendo «la orden de la andante caballería«. Cervantes ubica al tercer loco en El Hospital de San Cosme y San Damián de Sevilla, conocido popularmente como Hospital de los Inocentes o Casa de los Locos, el primer y más antiguo establecimiento de la ciudad encargado de dar asilo y «sanar» a personas con perturbaciones mentales; fue fundado en 1436 por Marcos Sánchez de Contreras y recibió de Enrique IV un privilegio en 1471 por el que se le permitía continuar recogiendo a dementes de las calles y recluirlos en el hospital.
Este cuento es mucho más largo y elaborado que los anteriores y relaja la intención crítica hacia el usurpador Avellaneda, para plantear con mucha gracia e ingenio los vidriosos límites entre la lucidez y la locura, y el uso y abuso que provoca tal indefinición en las personas que conviven con el enfermo.
A esta sazón dijo el barbero:
—Suplico a vuestras mercedes que se me dé licencia para contar un cuento breve que sucedió en Sevilla, que, por venir aquí como de molde, me da gana de contarle.
Dio la licencia don Quijote, y el cura y los demás le prestaron atención, y él comenzó desta manera:
Hago un resumen de su contenido dada su extensión: En la casa de los locos de Sevilla había un hombre, graduado en cánones por Osuna, que había sido recluido por sus parientes, alegando falta de juicio. Este tal graduado, al cabo de algunos años dio en pensar que ya estaba cuerdo por lo que escribió al arzobispo para que lo sacara de aquel lugar donde lo había metido la avaricia de sus parientes, para aprovecharse de sus bienes. El arzobispo, mandó a un capellán suyo, para que hablase con el rector de la casa y con el propio loco y se informara sobre la lucidez del licenciado, y si le parecía que tenía juicio, le sacase y pusiese en libertad. El rector le dijo que aquel hombre aún estaba loco, que a veces parecía estar en su sano juicio y otras desbarraba. Quiso hablar el capellán con el loco, y lo hizo durante una hora, tiempo en el que no dijo ningún disparate de modo que él creyó que el loco estaba cuerdo. Habló de tal manera que hizo sospechoso al rector, codiciosos y desalmados a sus parientes, y a él tan discreto que el capellán determinó llevárselo consigo. Pusieron al licenciado sus vestidos, y como él se vio vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó que le dejaran despedirse de sus compañeros; se acercó a la jaula de un loco furioso prometiéndole que le enviaría comida porque… todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire… instándole a que se animara pues … el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte». Otro loco que estaba desnudo en una jaula próxima preguntó quién era el que se iba sano y cuerdo; al oir la respuesta se enfureció tanto que amenazó con mandar un castigo a Sevilla, – ya que él era el representante del dios Júpiter en la tierra-, por permitir la salida del manicomio del graduado y tenerlo por cuerdo.
¡Soy Júpiter Tonante, que tengo en mis manos los rayos abrasadores con que puedo y suelo amenazar y destruir el mundo! Pero con sola una cosa quiero castigar a este ignorante pueblo, y es con no llover en él ni en todo su distrito y contorno por tres enteros años, que se han de contar desde el día y punto en que ha sido hecha esta amenaza en adelante. ¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo, y yo loco, y yo enfermo, y yo atado? Así pienso llover como pensar ahorcarme.»
Nuestro graduado, volviéndose al capellán y asiéndole de las manos, le dijo: «No tenga vuestra merced pena, señor mío, ni haga caso de lo que este loco ha dicho, que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, que soy Neptuno, el padre y el dios de las aguas, lloveré todas las veces que se me antojare y fuere menester». A lo que respondió el capellán: «Con todo eso, señor Neptuno, no será bien enojar al señor Júpiter: vuestra merced se quede en su casa, que otro día, cuando haya más comodidad y más espacio, volveremos por vuestra merced». Rióse el retor y los presentes, por cuya risa se medio corrió el capellán; desnudaron al licenciado, quedóse en casa, y acabóse el cuento.
En este cuento, Cervantes plantea de nuevo el tema de la locura, analizando los procesos del razonamiento que van desde la lucidez al desvarío, así como la lucidez dentro del desvarío; le preocupan a nuestro autor, las distintas percepciones ante la enfermedad, la percepción social, la del propio enfermo y la de los que comparten el encierro; la primera mirada se dirige al modo en que el trastorno es percibido por la sociedad, dejando al descubierto actitudes y abusos que se pueden generar en los convivientes, como la codicia, que, si atendemos a las razones del licenciado… sus parientes, por gozar de la parte de su hacienda, le tenían allí, y a pesar de la verdad querían que fuese loco hasta la muerte…es la causa de su encierro; también plantea la percepción del propio enfermo, el graduado en este caso, de su propia enfermedad… Este tal graduado, al cabo de algunos años de recogimiento, se dio a entender que estaba cuerdo y en su entero juicio, y con esta imaginación escribió al arzobispo suplicándole encarecidamente y con muy concertadas razones le mandase sacar de aquella miseria en que vivía…; y en esta confusión, subraya la importancia de la propia apariencia, de cómo el hábito, en tantas ocasiones, hace al monje… pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes, y como él se vio vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellán que por caridad le diese licencia para ir a despedirse de sus compañeros los locos; la percepción del resto de los internados resulta ingeniosa y humorística a partes iguales, en concreto la reacción de otro loco, desnudo y enjaulado, que considera una injusticia la salida de su compañero, estallando en improperios y demostrando que en su demencia, hay momentos de gran lucidez … “¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo, y yo loco, y yo enfermo, y yo atado?”.
Y el cuento le sirve al autor así mismo, para hablar de la jerarquía eclesiástica, del poder que desafía al conocimiento y a la experiencia, a favor de los privilegios de una clase social determinada…”Volvió a decir el retor que mirase lo que hacía, porque sin duda alguna el licenciado aún se estaba loco. No sirvieron de nada para con el capellán las prevenciones y advertimientos del retor para que dejase de llevarle. Obedeció el retor viendo ser orden del arzobispo”.
El relato del barbero tiene un claro propósito, persuadir a Don Quijote de que no proyecte la tercera salida pues no está aún curado de sus dolencias, en clara analogía con el graduado en cánones del Hospital de los inocentes, de Sevilla. Don Quijote, que en su lucidez entiende el significado del cuento y la intención del barbero, le contesta de esta manera: “Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto no lo siendo: solo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería”.
En su cordura sabe que no es Neptuno y en su delirio sigue defendiendo la orden de la andante caballería; esta temática de la locura, es parte del acervo popular, recogida en colecciones desde el s. XVI y transmitida de boca en boca a lo largo de los siglos. A los cuentos de locos, tan aplaudidos por lectores y oyentes, hay que añadir «los chistes y chascarrillos» sobre el mismo tema que encandilan con su gracia e ingenio al público infantil y juvenil, que ve en los hechos extravagantes y disparatados de los locos, una bandera de valentía y libertad. En palabras del dramaturgo August Strindberg: “No todo el mundo es capaz de hacer locuras y los que son capaces, a veces, les falta el coraje de hacerlas”.
La locura, en toda época, ha estado expuesta a múltiples consideraciones y ha tenido una valoración social ambigüa, como trastorno o perturbación mental o como acción imprudente, irreflexiva, insensata, temeraria o poco razonable; hoy en día, cualquier actuación desviada de la norma soporta mil interpretaciones a la luz de los mil ojos que las contemplan, de sus intereses, de su educación, de sus experiencias vitales, del momento histórico o del lugar que habitan. A veces nos preguntamos si realmente estamos locos o son locos los demás y en ocasiones percibimos que la locura es un camino para encontrarnos a nosotros mismos y buscar nuestra verdadera identidad, aquella que libera nuestro espíritu. Lo estrafalario causa asombro y a esa extrañeza se la etiqueta como locura. Hemos asistido a las peculiares manías de los locos de Sevilla y Córdoba, el hinchaperros y el aplastaperros, -trasunto de un Avellaneda que no estaba loco-, pero ignoramos las excentricidades que llevaron al graduado en cánones, al manicomio de Sevilla; pero sería interesante. Desde luego sí conocemos las causas de la locura de Don Quijote, esa sana insania de materializar los sueños, de defender su visión del mundo y luchar por ser quien cree ser, quien quiere ser, que es la menor de las locuras.
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Qué interesante. Es una delicia leerte. Muchas gracias Un abrazo
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Muchas gracias a tí por tu cariño
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Los profes nunca nos jubliamos. Una buena exposición sobre un tema particular dentro de El Quijote. Un fuerte abrazo, compi
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Me alegra que te haya gustado. Eres un buen escritor y crítico. Otro abrazo para tí
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