El pasado mes de Junio, de este año que termina, 2019, emprendimos nuestra aventura americana para cumplir uno de esos sueños acariciados durante muchos años, conocer el Gran Cañón del Colorado; pero a lo largo de 17 días, la naturaleza nos descubrió tantas formas de belleza, que superaron nuestras espectativas convirtiendo el viaje en una sucesión de vivencias inolvidables; el martes 11 nos levantamos a las 3 de la mañana para coger el vuelo de las 6 h. de KLM, que partía de la terminal 2 de Madrid, en dirección a San Francisco; hicimos escala en Ámsterdam a donde llegamos a las 8:40h. y de donde salimos a las 9:50 h. para llegar a nuestro destino a las 11:45, hora local; una vez en el aeropuerto, después del larguísimo vuelo, tuvimos que hacer cola durante una hora para hacernos una foto en una máquina y esperar otra hora en otra cola para pasar el control de la policía, donde nos hicieron otra foto y nos preguntaron el objetivo del viaje y otras cuestiones aparentemente superficiales, para dejarnos entrar a los EEUU; pero no todos los amigos del grupo con el que viajábamos tuvieron la misma suerte; tres de ellos, fueron retenidos y enviados a un cuarto en el que había más personas, donde permanecieron una hora sin saber por qué se les había retenido y sin recibir ninguna explicación. Finalmente, aparecieron bastante enfadados y con gran sentimiento de impotencia pues salieron como entraron, sin explicación alguna. !Esto es un aviso a navegantes! Fuera del aeropuerto nos esperaban Laia, la acompañante y Paco, el conductor del mini bus que nos condujeron al Hotel Cova, en 655 Ellis St. donde pasaríamos nuestras dos primeras noches. El autobús era una Mercedes VAN para 15 persona, contando a la guía y al conductor y llevaba un remolque para las maletas pues en el vehículo, que era bastante estrecho, no cabían; había tres filas, de tres asientos contiguos y la cuarta fila de cuatro, lo que provocó que fuéramos muy pero muy juntitos. Tras dejar las maletas en las habitaciones, muy espaciosas y con camas de 2×2, salimos del hotel para comenzar nuestro tour por la ciudad. Lo hicimos caminando y con un sol justiciero que nos acompañó por la calle Ellis y aledañas; lo primero que nos sorprendió y nos dejó un poco deprimidos, fue ver las aceras de la calle, llenas de gente marginal, abandonados a su suerte, drogadictos en su mayoría, tirados por el suelo, dormidos o atontados y con un deterioro visible en sus cuerpos.
Dejamos de verlos en Union Plaz, en pleno centro de la ciudad, una de las zonas comerciales más conocidas de San Francisco, llena de tiendas y centros comerciales. La plaza tiene el nombre de «Unión» porque fue el lugar elegido para las manifestaciones de apoyo al Ejército de la Unión durante la Guerra Civil. Hoy en día Union Square conserva su papel como centro neurálgico de San Francisco ya que es uno de los lugares preferidos para celebrar conciertos y eventos públicos de todo tipo, desde protestas a exposiciones de arte. Seguimos por el Barrio chino, Chinatown, uno de los barrios chinos más antiguos de Estados Unidos. Entrando por la famosa Puerta del Dragón, muestra una vida muy activa con sus negocios de antigüedades, sus típicos restaurantes y sus fachadas pintadas en llamativos colores y adornadas con estatuas de dioses y emperadores; a sus lados se abre un laberinto de callejuelas por la que el viajero se puede perder si tiene tiempo, cosa que nosotros no tuvimos, por lo que sólo vimos su calle principal.
Continuamos nuestro paseo y llegamos a Columbus Avenue, donde se ubica, en el número 261, la famosa librería y editorial City Lights, que era parada obligatoria. Fue fundada en 1953 por Lawrence Ferlinghetti y Peter Martin; el primero, reconocido poeta y editor, -que ha cumplido 100 años en marzo y sigue aún en activo-, no sólo creó esta librería sino que también fundó una editorial independiente que publicó y dio a conocer a los grandes autores de la Generación Beat. Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, Neal Cassady… Todos ellos encontraron en la City Ligths, un punto de encuentro que les permitió dar a conocer su obra y sus ideales, entre los que destacaban el rechazo a los valores estadounidenses clásicos, el uso de drogas, la libertad sexual y el estudio de la filosofía oriental; esta nueva forma de ver las cosas influyó en la posterior contracultura o movimiento hippie. Las obras más representativas son Aullido de Allen Ginsberg (1956), En el camino de Jack Kerouac (1957) -existe una versión cinematográfica del 2012- y El almuerzo desnudo de William S. Burroughs (1959).
El nombre de la librería fue elegido en honor a Charlie Chaplin quien escribió, dirigió e interpretó la película City Lights en 1931. La librería, se hizo muy famosa a raíz del juicio por obscenidad al que se enfrentó Ferlinghetti en 1957 por haberse atrevido a publicar, el año anterior, el poema Aullido, de su amigo y poeta Allen Ginsberg.
Ferlinghetti y Peter Martin, se dedicaron exclusivamente a vender libros de edición rústica, de bolsillo y a muy bajo precio, siendo la primera librería de EEUU en este empeño. Está ubicada en un edificio que se construyó sobre las ruinas de un viejo local que quedó destruido tras el terremoto de San Francisco de 1906, en el pintoresco barrio de North Beach y jugó un papel fundamental a la hora de convertir San Francisco en el epicentro cultural estadounidense durante los años 50 y 60.
La librería tiene el encanto de lo antiguo, suelos de baldosas blancas y negras, escaleras estrechas y empinadas, rincones que ofrecen intimidad y miles de libros de editoriales minoritarias impensables en otro tipo de librerías; tiene varios pisos y en el último se conservan dos pequeñas habitaciones que albergan la mayor colección de poesía de las librerías de la costa Oeste de los Estados Unidos, con secciones separadas de poesía beat y antologías poéticas; se caracteriza por ser un lugar para quedarse y leer, y no sentirse vigilado ni apremiado. Continuando el paseo nos dirigimos hacia la Bahía, cuando ya caía la tarde. La luz del atardecer atravesaba el Arco del Ferry del muelle 43 y dejaba ver como en una nebulosa la isla de Alquatraz y vislumbrar a lo lejos el Golden Gate
Seguimos hasta el muelle 39, Pier 39, donde sonaba la música y la gente se mezclaba alrededor de la bahía y de los numerosos restaurantes que ocupan su orilla; nos recomendaron cenar en el Crab House, pero al acercarnos a leer la carta, los altos precios tomaron la decisión; al final nos decidimos por el restaurante Pier Market y allí cenamos pasta con vongole, hamburguesa de salmón, ensalada Caesar y pollo, todo muy rico, en un ambiente muy americano en el que la simpática camarera, sabía “un poquito” de español. En el oeste, todo el mundo sabe “un poquito” de nuestra lengua. Volvimos al hotel derrotados por el jet lag y por las 24 horas sin dormir, pudiendo finalmente descansar de tan larga jornada.
Amaneció, el miércoles y, esta vez en el mini bus, nos dirigimos de nuevo al puerto, que con la luz del día, ofrecía nuevos matices; esta zona o barrio se llama Fisherman’s Wharf y es uno de los sitios más importantes de San Francisco porque aquí se construyó el primer puerto de la ciudad. Fue en 1853 y debido a su fantástica ubicación, se fue convirtiendo en uno de los principales puertos marítimos de toda California. Ya en el siglo XX pasó por momentos de abandono por declararse en bancarrota muchas de sus industrias pesqueras pero la evolución tecnológica de la ciudad y la llegada del turismo en las últimas tres décadas, han sido los motores que ha dado nueva vida a la zona, convirtiéndola en el epicentro de la vida de San Francisco y en un lugar de interés turístico. Paseamos por los diferentes muelles desde los que se ven inmejorables vistas de la zona financiera, deteniéndonos en el PIER 45, “muelle 45”, donde pudimos observar los amarres de barcos legendarios y las llegadas y salidas de las barcazas que colorean y dinamizan la zona portuaria.
Seguimos paseando y nos quedamos en el Pier 39; éste es uno de los rincones más animados de todo el barrio, no sólo por sus restaurantes sino por la presencia de los lobos marinos, -una de sus principales atracciones-, que tienen allí un espacio reservado en el que nadan, descansan al sol o se pelean en las plataformas que conforman su hábitat.
Posteriormente nos desplazamos hasta una de las playas existentes bajo el Golden Gate Bridge, desde la que se podían contemplar los dos extremos del elegante puente ya que el día estaba muy claro y permitía disfrutar de toda su belleza. Su construcción duró poco más de cuatro años, ya que comenzó el 5 de enero de 1933 y el puente fue abierto al tráfico vehicular el 28 de mayo de 1937. Entre sus principales características destacaremos que se encuentra suspendido por dos torres de 227 metros de altura, cada una de las cuales cuenta con 600 mil remaches aproximadamente y su longitud, unos 1.280 metros en su parte colgante sobre las aguas. Cuenta con seis carriles, tres en cada dirección y otros más para peatones y ciclistas que pueden atravesar este imponente puente durante el día, a través de la acera Este, exceptuando los fines de semana, que sólo pueden hacerlo por el lado Oeste. Si queréis saber algunas curiosidades sobre el puente os diré, que a pesar de su nombre, el Golden Gate, como todo el mundo sabe, no es dorado, sino color naranja oscuro; este tono de naranja se conoce como “international orange” y fue elegido para que combinase con el entorno silvestre que lo rodea y para que fuese siempre visible.
También interesa saber que es un punto negro del suicidio en los Estados Unidos; al menos 1600 personas han saltado al vacío desde el puente, lo que da un promedio de unas dos personas por semana. Debido al elevado número de suicidios, las autoridades locales instalaron los conocidos como “teléfonos de la esperanza”, para que las personas con intención de suicidarse puedan llamar a una línea de ayuda y desistir de saltar.
Hay múltiples leyendas sobre el nombre del puente, pero por no ser prolijos dejaremos a otros que las cuenten, y seguiremos con la narración de nuestro segundo día; después de fotografiarlo pertinazmente, atravesamos los 13 km. en autobús, -hay quien los recorre andando o en bici alquilada en Fisherman´s Wharf–, para adentrarnos en Sausalito, pequeña población conocida por ser residencia de famosos y por sus atractivas casas flotantes de madera, pintadas en colores pastel y ancladas en la bahía.
Después de comer en un restaurante italiano Angelino, 621 Bridgeway, mirando al mar y de pasear por Sausalito nos encaminamos al restaurante Trident para tomar un Tequila Sunrise, inventado por un tal Bobby Lazoff. Al parecer, durante la gira de los Rolling Stones en 1972, Lazoff fue contratado como barman en una de las fiestas de la banda. En ella Mick Jagger le pidió un Margarita y éste le dijo que, si le gustaban los cócteles con tequila, probase un Tequila Sunrise. A partir de ahí los Rolling Stones se encargaron de popularizar la receta. La más popular es la que recoge la International Bartenders Association y que apareció publicada por primera vez en la edición de 1974 de la Mr Boston Official Bartender’s Guide de 1974, cuyos ingredientes son: 4,5 cl. de tequila, 9 cl. de zumo de naranja y 1,5 cl. de granadina. Y aquí va la receta dedicada a los amantes de los cócteles y de los Rolling Stones: En un vaso alto con hielo se echa primero el tequila, luego el zumo de naranja y finalmente se va añadiendo lentamente la granadina para que, gracias a su mayor densidad, vaya depositándose poco a poco en el fondo creando así el característico color de este cóctel.
Tras la experiencia, volvimos en Ferry a San Francisco. Tuvimos que sacar previamente los tickets en una máquina expendedora pero ésta se empeñó en ponérnoslo difícil, -éramos 13-, y la hora de salida del Ferry acuciaba; y ocurrió que en esta vorágine de billetes, un empleado del ferry nos llamó y nos dijo que fuésemos al barco porque allí se podían sacar también los billetes. ¡Y era verdad! lo que no nos dijo era que costaban un dólar más. Conclusión, usad las máquinas. El viaje es totalmente recomendable, ya que las vistas de San Francisco y de la isla de Alcatraz, tantas veces filmada, son insuperables.
En el muelle nos esperaba el bus que nos llevó a conocer el tramo más visitado de la famosa y empinada Lombard Street, lleno de curvas cerradas, ocho en total, que la hacen la calle más sinuosa de los Estados Unidos. La flanquean casas preciosas y carísimas que buscan su intimidad tras las hortensias que decoran cada uno de los virajes provocados por las curvas.
Volvimos al autobús y como si de olas de asfalto se tratara, subimos y bajamos cuestas empinadísimas, surcando sus crestas para volver a bajar y subir y quedando admirados de esta personalísima ciudad.
Y continuando nuestro descubrimiento de la ciudad, nos dirigimos a ver las coloridas Casas victorianas, llamadas también, Painted Ladies o Damas pintadas, construidas entre 1849 y 1915, cuando la ciudad vivía uno de sus mejores momentos económicos. Ubicadas en el distrito Haight Ashbury, en la parte más alta de la ciudad, en el entorno del parque Álamo Square, tienen una posición privilegiada, no en vano fueron pensadas como zona residencial; pero el terremoto de 1906 provocó la huida de la jet set, alentando el abandono de las mismas y su progresiva decadencia, aprovechada primero por los “beatniks” y luego por los “hippies”, atraídos por sus bajos precios. Las vistas del “todo San Francisco” que se contemplan desde allí son impresionantes. De nuevo en el coche nos dirigimos al barrio hippy, en el que no se percibe autenticidad sino una especie de performance para el turista.
Luego fuimos a cenar a un restaurante que nos recomendaron, Stinking Rose, que no resultó tan bueno como nos habían dicho y sí muy caro, en relación calidad-precio ya que pedimos sopa y pizza. Lo que sí hicimos fue darnos el gusto de degustar un vino de California, Honig Vineyard & Winery, 2018, Sauvignon Blanc, que también resultó muy caro, 50€ y de menor calidad que los del mismo precio españoles. Fue tan intenso el día que regresamos al hotel con ganas de descansar pues al día siguiente madrugábamos para ir a Josemite.
Y amaneció el jueves y tras desayunar en el hotel, dejamos San Francisco con la sensación de que faltaban muchas cosas por ver y de que la ciudad merece algún día más; nuestro siguiente destino fue el Parque Nacional de Josemite donde llegamos a la hora de comer; el tiempo empleado en el viaje desde San Francisco, cuatro horas, y la cola que tuvimos que esperar para entrar en el parque, hicieron que el viaje resultara más pesado de lo normal; así que, una vez allí, sacamos los bocadillos que habíamos preparado y nos dispusimos a comérnoslos en una mesas de madera pensadas a tal efecto; al terminar de comer, empezamos nuestro paseo, siendo nuestro primer objetivo la cascada más alta de América del Norte, Yosemite Falls, un verdadero espectáculo de la naturaleza. Paseamos por su parte baja, el tramo Lower Falls, el más sencillo y popular hasta el punto de estar masificado; la impresionante caída de agua provoca al llegar al suelo una nube finísima de agua que se extiende y moja alegremente a todos los que admiran su belleza; el otro tramo Upper Falls, es de mayor dificultad y está pensada para aquellos que tengan una mejor preparación física; llega a lo alto de Yosemite Falls.
También vimos el salto Bridalveil, ‘Bridalveil Fall’, que significa «salto del velo de la novia», una cascada que baña 188 metros de roca granítica. Seguimos nuestro paseo para admirar el Half Dome, que significa literalmente, «media cúpula», y es un domo granítico situado en el extremo oriental del valle de Yosemite; se alza 1440 metros por encima del nivel base del valle. Continuamos la caminata para encontrarnos con una pared vertical llamada El Capitán, la pared más famosa del parque de Yosemite que tiene una altitud de 900 metros. Unos días antes de nuestra visita al parque, Selah Schneiter, de 10 años, ascendió a la cumbre de la roca convirtiéndose en la persona más joven en escalarla. La pequeña consiguió hacer cima tras cinco días y lo hizo por la ruta conocida como The nose; iba acompañada por su padre y un amigo de la familia. Para esta niña no hay nada imposible.
La fama de El Capitán para el gran público ha sido también potenciada por el cine. Free Solo, es la historia de superación de Alex Honnold, un escalador definido así por su biógrafo…. buscador de emociones solitario que aspira literalmente a lo más alto, un escalador con una fascinación particular por la «soledad gratuita» que escala sin cuerdas, arneses ni ningún otro equipo de protección…, que ha recibido el Oscar al mejor documental 2019.
Para ver los distintos rincones del parque existe un shuttle, autobús gratuito, que va recorriendo el parque y deteniéndose en aquellas paradas, en las que comienzan otras rutas diseñadas para todos los gustos. Hay carteles informativos en los que se indican las paradas, los tiempos y las rutas. Si se dispone de mucho tiempo, se puede hacer andando pero nosotros, que no lo teníamos, utilizamos este medio para llegar al comienzo de la senda de unos tres kilómetros, que nos llevaría a Lake Mirror un precioso lago entre altas paredes y abundante vegetación. La mayor parte del parque sólo se puede visitar en verano ya que en invierno permanece cerrado por las nieves. El agua es uno de los protagonistas del parque y el rio Merced, muy caudaloso, baja trotando sobre las rocas y arrastrándolas con la fuerza de su caudal. Josemite es la fuerza del agua y los paisajes que conforma son idílicos y sobre todo nos recuerdan, tantas y tantas películas en las que los ríos americanos han sido los protagonistas. Llegamos al hotel Yosemite View Lodge cuya primera impresión no fue muy buena. Como casi todos los hoteles, los edificios de recepción, comedor y habitaciones estaban separados, y éstas últimas eran muy grandes, con camas enormes y cocina integrada. El hotel está mimetizado con la naturaleza por lo que los animalitos campan por su hábitat; y son tan atrevidos que hasta se aventuran a entrar en las habitaciones; es lo que les pasó a dos amigos del grupo, que en plena noche sintieron ruidos extraños y cuando dieron la luz se encontraron un mapache comiendose unas galletas. No sé quien se asustó más, si el mapache o ellos; eso sí, les dio tiempo a fotografiarlo por lo que aquí podéis ver al mapache glotón.
Al día siguiente, viernes, tras un desayuno ramplón en el comedor del hotel, decorado en madera, muy a la americana, abandonamos Josemite para dirigirnos a Wawona y Fresno a unos 300km de distancia, pero en el camino hicimos varias paradas, la primera en Glaciar Point, un mirador con una vistas espectaculares del Valle de Josemite, donde la foto era obligatoria y la siguiente en Sentinal Dome, a donde llegamos tras una pequeña ruta empinada de 3 km, que nos permitió contemplar por última vez, desde la altura y de frente, Josemite Falls, El Capitán y el Half Dom. La cúpula de granito del Sentinal Dome, estaba cubierta de nieve y desde allí, en lo alto, contemplamos los picos montañosos cubiertos también, que dibujaban un paisaje de gran belleza.
De vuelta en el autobús, nos dirigimos hacia Mariposa Grove en el Parque Josemite para ver las primeras sequoias gigantes. Como en el resto de los parques, existe un gran aparcamiento donde dejar los coches, y autobuses propios gratuitos, shuttle, para acceder a los distintos recorridos. Y así es como llegamos al principio del sendero, un camino vallado, con múltiples prohibiciones que tratan de contener a los turistas y defender el medio natural de las sequoias. Comimos allí los bocatas sentados en los pinos caídos y comenzamos el paseo dirigido, de unos tres km., soportando el fuerte calor de la tarde. Fue tan sólo un bocado muy sabroso en comparación con el banquete de sequoias que nos daríamos al día siguiente en el Parque Nacional de Sequoias. Vimos una de las sequoias más grandes del Parque Josemite, Grizzly Giant, cuyo tamaño y edad hace sentirse insignificante a quien la contempla.
El árbol se ha medido muchas veces, la última en 1990 por Wendell Flint; tiene un volumen 962,9 m3, por lo que es la 25 ª secuoya gigante más grande que existe hoy. Volvimos al autobús y nos dirigimos a Fresno, pero como había tiempo, nos detuvimos en un jardín japonés, muy bonito con sus puentes de madera y su gran lago pero con poca variedad de plantas; abundaban Arces japónica, Nandinas y Bonsáis; este jardín fue como una premonición de que nuestra relación con lo japonés, no había terminado; como ya era la hora de cenar nos detuvimos en un Moll (gran superficie), en el que había restaurantes de todo tipo; era difícil encontrar sitio para 13 personas por lo que desesperados, nos lanzamos a una terraza vacía que resultó ser la terraza de un restaurante japonés, Yoshino Restaurant River Park; contra todo pronóstico fue uno de los días que mejor cenamos pese al calor que sólo pudimos paliar con cervezas gigantes. Tras la cena, llegamos a Fresno, al Hotel Piccadilly, que nos dejó sorprendidos a todos, no sólo por su decoración abigarrada, -la lámpara estaba realizada con cubiertos dorados que colgaban-, sino porque la recepción era a la vez comedor, separados ambos tan sólo por sillones, lo que provocó que nuestra entrada, con maletas y bolsas unido al bullicio de la gente que cenaba allí mismo, convirtiera la entrega de llaves, en un verdadero barullo. Los bungalow, como el hotel de Josemite, estaban esparcidos alrededor de una piscina, y las habitaciones eran muy grandes y las camas king size.
A la mañana siguiente, en el desayuno, comprobamos que los cubiertos eran de plástico y los platos y vasos de papel y que la oferta era pobrísima y además escasa, quizá debido a la invasión de orientales, que ya habíamos visto en el resto de California y que aquí resultaba sofocante; la presencia masiva y alborotadora de los orientales de distinta procedencia, sería una constante en todos los estados que visitamos. Por fin había llegado el día de ver las sequoias más longevas y para ello nos encaminamos hacia el Parque Nacional de Sequoias o King Park; la carretera para llegar hasta allí, es un puerto lleno de curvas que no cesan en 30 km; una vez en el parque, cogimos el shuttle y llegamos al punto donde comienzan los recorridos, para empezar una marcha de 5 kilómetros, de lo más bucólica, en la que saltando riachuelos provenientes de los neveros, completamente solos y abrazados por las sequoias del Giant Forest, sentimos la presencia apabullante de la naturaleza; y así, llegamos a la gran sorpresa, al General Sherman.
Este ejemplar está considerado como el ser vivo con mayor cantidad de biomasa de la Tierra; aunque mide 83,8 m. de altura, no es el más alto (puesto que ocupa el ejemplar de sequoia llamado Hyperión con 115,5 m de altura), sin embargo, es el árbol que mayor volumen neto posee debido al perímetro de su tronco de unos 31 m. el cual cada año crece cerca de 1,5 cm. Su corteza de color marrón rojizo tiene más de un metro de grosor, la longitud de sus ramas es a partir de unos 40 metros y un peso de más de 2000 toneladas; tiene forma de triángulo. Durante mucho tiempo se creyó que este árbol tenía unos 3500 años, pero unos estudios recientes determinaron la edad exacta, 2000 años (no es el árbol más antiguo del mundo). Quedamos fascinados por la diversidad de formas que las sequoias presentan manteniendo el mismo porte triangular. Fueron unas horas de relax en un día en el que la mayoría del tiempo lo pasamos en el autobús para llegar a nuestro destino, Las Vegas. Paramos a comer en una ciudad llamada, Visalia y allí probamos unas hamburguesas a la brasa, abrasadas, que no respondieron a la calidad esperada. Volvimos al bus, y la última parada fue en un descampado al lado de la carretera, ya de noche, a una hora de Las Vegas, en un espacio amplísimo poco iluminado con dos supermarket, un restaurante y un calor atosigante; acabamos comprando una ensalada en uno de los supermercados y cenando en el autobús con el aire acondicionado porque fuera había cerca de 40 grados. Llegamos a Las Vegas, en el estado de Nevada, y ya, desde el primer momento nos quedamos aturdidos y alucinados ante el espectáculo de luces, música y bullicio que animaba las calles y que se extendía al interior de los hoteles; ya en el nuestro, el Planet Hollywood, tuvimos nuestro primer percance al ir a recoger las llaves de las habitaciones, pues nos pidieron las tarjetas de crédito como depósito; el sistema no reconocía ninguna VISA, tan sólo la American Express, pero sí las aceptaba para cobrarse los gastos del minibar; y para cuadrar el círculo, las tarjetas de otras entidades, tampoco servían para pagar las tasas, -40 € por persona,- que tuvimos que abonar con dinero. ¿Quién entiende esto?. Hay que estar muy atentos a este tipo de “americanadas”. Gracias a la guía que habló con el encargado, nos entregaron las llaves, tras perder una hora discutiendo con los recepcionistas, con los que apenas nos entendíamos a pesar de hablar en español, por el ruido que había en la recepción y la falta de voluntad por facilitar las cosas.
La mañana del domingo la dedicamos a conocer Las Vegas, un microcosmos de cartón piedra, artificial y superficial, enclavado en un desierto, en el que los Casinos, son el centro y motor de la ciudad y en el que el gasto, la diversión y el espectáculo son inseparables. Se ve a gente desde las 7 de la mañana, -imagino que también durante toda la noche-, delante de las máquinas, esperando que el juego cambie su vida. Los teatros presentan los mejores actores, magos, espectáculos circenses y cantantes del momento y la calle principal, Las Vegas Boulevard, más conocida como The Strip, se convierte en otro gran espectáculo con un desfile constante de gente llamativa, extravagante, rara, curiosa, inaudita, desinhibida, exhibicionista, toda una fauna que a veces más parece jauría. En Las Vegas, los monumentos, son los hoteles por los que hay que hacer un tour, si se es capaz de salir del propio hotel, ya que están conectados unos con otros; es absolutamente inevitable, atravesar los Casinos de cada uno de ellos y sus largos e intrincados pasajes, llenos de tiendas de las mejores marcas, que te hace perder la orientación.
Destacaré los más espectaculares como El Caesar Palace uno de los hoteles más impresionantes. Su estructura y contenido giran en torno al Imperio Romano y está formado por cinco torres entre las que se distribuyen las habitaciones: Forum, Centurion, Roman, Palace y Augustus. Lo más llamativo y original en la zona comercial es la magnífica cúpula que simula un cielo en el que amanece y anochece sin cesar. El Bellagio, es el hotel más caro de Las Vegas y está calificado como de 5 diamantes; en él, la elegancia y el lujo son la tónica y es un icono de la ciudad entre otras cosas por sus fuentes, situadas delante del hotel, que funcionan durante todo el día, cada 15 minutos y son el espectáculo de agua, música y color más visitados de las Vegas Boulevard. El hotel Venecia es uno de los más espectaculares; recrea lugares como el Gran Canal, el Puente Rialto, el Campanille o la Plaza San Marcos casi todo a escala natural y con el máximo detalle. Sus techos están decorados con pinturas del renacimiento imitando las de la Capilla Sixtina. En la zona del Gran Canal Shopping en el interior del hotel, se puede contemplar el techo a modo de cúpula que semeja un cielo soleado. Incluso puedes dar un paseo en góndola mientras el gondolero te canta una canción típica italiana.
El Flamingo es el hotel más antiguo de la ciudad, el primero que se levantó en el desierto de Nevada, en 1946. El París y su Torre Eiffel, es una réplica a mitad de escala, de 165 metros; pensaron reproducir la escala real, pero no se pudo hacer por la cercanía del aeropuerto. Hay también replicas del Arco del Triunfo y la Plaza de la Concordia. El New York New York, recreación del Skyline de Nueva York, cuenta con edificios emblemáticos de esta ciudad, el Empire State, el Puente de Brooklin y por supuesto, la Estatua de la Libertad. Además, la montaña rusa, Roller Coaster que rodea al hotel ofrece un plus de diversión. El hotel Luxor fue uno de los primeros mega-resorts temáticos de Las Vegas. Recrea una pirámide y una efinge a escala real. Su construcción finalizó en 1993 y en ese momento era el edificio más alto de las Vegas. Cuenta con un foco de luz que sale de la punta de la pirámide e ilumina el cielo por la noche.
Hay otros muchos que no vimos como el Mirage y el Excalibur; el primero fue el hotel casino más caro del momento, -1989-, ya que para lograr el color dorado de su fachada se usó oro en el proceso de coloración. Está rodeado por un jardín con lago y cascadas y un volcán artificial que entra en erupción cada media hora a partir del atardecer. Cuenta con un espectáculo permanente del Circo del Sol, LOVE y como anécdota, recordaremos que fue uno de los tres casinos robados en la película Oceans Eleven. El segundo, el Excalibur, a pesar de estar al lado del Luxor, nuestro segundo hotel en Las Vegas, no lo visitamos por puro agotamiento y hartazgo; representa un castillo medieval de cuento de hadas, al más puro estilo Walt Disney.
Por la noche fuimos a la calle Fremont, la locura tecnológica más extravagante que yo haya visto en mi vida, con un techo multimedia a modo de cúpula que cubre la calle y que reproduce desde las 8 de la tarde hasta las 12 de la noche, anuncios, videos musicales, conciertos, etc.
Uno camina y no para de mirar al techo donde la atracción Slotzilla, muestra 4 cables suspendidos a modo de tirolina por la que se descuelgan 4 personas tumbadas, mirando hacia abajo, como si fueran “superman”. Es todo un espectáculo.
Y si miras a la calzada quedarás igualmente asombrado y a veces sonrojado al ver jovencitas y jovencitos medio desnudos dentro de un círculo pintado en el suelo, donde son libres de hacer lo que quieran. Enseñan sus intimidades, hacen piruetas, insultan a los que miran y hacen gestos obscenos si no les dan dinero. Todo vale. El ruido es ensordecedor, la música está a un volumen insufrible y las luces no dejan de fluctuar con colores chillones. También hay grupos de rock tocando a todo volumen y una enorme cantidad de gente estrambótica. Por el camino vimos algunas iglesias pequeñitas, a modo de capillas, que desentonaban claramente con el lugar y la explicación es que esta vía fue hace 100 años la principal de la ciudad, la primera en ser asfaltada y la mejor comunicada de las Vegas; en los años 30 llegaron obreros de todos los lugares a trabajar en el ferrocarril y en sus momentos de ocio jugaban al póquer, bebían, conocían mujeres y se casaban con ellas en las capillas mencionadas, un poco a lo loco y cuando se daban cuenta del error y se querían separar, tenían que permanecer en la ciudad 6 semanas para agilizar los trámites y lograr la separación; así que no es de extrañar que los primeros casinos se asentarán en esa carretera. Dejamos Las Vegas antigua y volvimos a The Strip, la flamante avenida de la ciudad moderna, donde la iluminación de los grandes hoteles, su diseño y arquitectura son un reclamo irresistible para los que quieran adentrarse en el mundo de la noche, del juego y del espectáculo.
Al día siguiente, lunes, abandonamos Las Vegas, para dirigirnos a uno de los lugares más emblemáticos del estado de Arizona, El Gran Cañón del Colorado, una de las mayores motivaciones de nuestro viaje; el día lo dedicamos a hacer kilómetros por la ruta 66 y paradas en las que descubrimos lugares muy interesantes como la presa Hoover, situada a 48 km al sureste de Las Vegas, en el curso del río Colorado, en la frontera entre los estados de Arizona y Nevada (EE. UU.)
El exterior fue proyectado por el arquitecto Gordon B. Kaufmann, quien aerodinamizó los edificios, y aplicó un estilo de Art Déco, con torrecillas esculpidas que se elevan sin costuras de la cara de presa y caras de reloj, sobre el juego de torres de entrada para husos horarios de Montaña y Océano Pacífico. La Presa Hoover hoy es considerada uno de los ejemplos más elegantes de Art Déco en todo el mundo; tiene una altura de 221,4 m. y una longitud: 379, 2 m. Allí mismo encontramos un grupos de moteros que llevaban el logo de la Ruta 66 en la camiseta; esta ruta, es el sueño de miles de viajeros que recorren Estados Unidos desde Chicago hasta Santa Mónica, en Los Ángeles, con un total de 3.939 km, atravesando 8 estados: Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California.
Todo está pensado para el turista como el Arizona Route 66 Museum, the Mohave Museum y the Bonelli House; sólo vimos el primero, por el módico precio de 3€, una recreación del modo de vida de las primeras familias que ocuparon estas tierras; lo que más ilusión me hizo fue encontrar un cartel del libro “Las uvas de la ira” del escritor americano John Steinbeck, quien en 1939, bautizó la Ruta 66, como The Mother Road. En su novela que tuvo un gran éxito y recibió el premio Pulitzer, describe la emigración a California de los granjeros de Oklahoma que huyeron de la pobreza durante la Gran Depresión, en busca de la tierra prometida. Fue llevada al cine por el maestro John Ford, en 1940 y obtuvo dos Oscars, al mejor director y a la mejor actriz secundaria (Jane Darwell) y 7 nominaciones; es una obra magistral e imprescindible que conviene volver a ver.
Otra de las curiosidades de la ruta son sus restaurantes decorados con colores pastel, muy a lo años 50. Nosotros nos detuvimos en Mr. D’ z route 66 diner, un local acogedor cuyo comedor más parecía un almacén de matrículas antiguas o el santuario de Marilyn Monroe, de la que había una buena cantidad de posters.
Continuamos hacia Williams donde estuvimos una hora paseando por la única calle del pueblo, llena de tiendas para los turistas y que además es la carretera y como hacía mucho calor, nos sentamos en la terraza de un local llamado, Wild West, a tomar una cerveza; era idéntico a los del salvaje oeste, con mesas de madera, y casa de colores claros en donde se estaba de película, pues corría un aire muy fresquito. Llegamos a Tusayan al hotel Holiday Inn, estructurado como todos, en varios edificios; en uno de ellos estaba la recepción y en otro las habitaciones y un pequeño comedor. Esa noche cenamos en un restaurante cercano donde nos atendió un mexicano que no se enteraba de nada y que tardó una hora de reloj en traer una sopa y un plato de calamares. Cuando por fin los trajo a la mesa, el resto ya habíamos terminado nuestros platos. La sopa estaba muy buena y la carne, un guiso parecido al rabo de toro, excelente. Aunque hubo variedad en las comandas, salimos a unos 30€ por persona.
El martes día 8, salimos emocionados hacia el Gran Cañón del Colorado. El día amaneció soleado pero las nubes y la lluvia no tardaron en aparecer; cuando llegamos a Brice Angel Lodge, el sol volvió a lucir y allí, al salir a la gran terraza del edificio, nos encontramos con el Gran Cañón, tantas veces soñado y ahora delante de nuestros ojos en todo su esplendor; superó con creces todo lo imaginado provocándonos una gran emoción ante tanta belleza.
Sobrepuestos del impacto inicial nos extasiamos contemplando los estratos, sus colores, sus formas, su extensión, su amplitud, su profundidad, en fin, el prodigio que la naturaleza exhibía ante nuestros ojos; allí mismo un amigo, nos dio unas cuantas nociones de cómo se formó tamaña maravilla. La respuesta es engañosamente simple: con tiempo. Y aquí hay que recurrir a la Geología. El Gran Cañón es un libro abierto a la historia de la Tierra. En el fondo del Cañón asoman las rocas más antiguas (el grupo Vishnu, entre 1680 y 1840 millones de años atrás) contemporáneas de formas primitivas de vida de las que apenas quedan rastros. Sobre el grupo Vishnu y el Supergrupo del Gran Cañon, se asientan en perfecto orden cronológico hasta 11 grupos de estratos que cubren un periodo desde hace 525 hasta 270 millones de años todos ellos clasificados dentro de la era Paleozoica. La siguiente pregunta es ¿Cómo se ha mantenido semejante “hojaldre de rocas” tan horizontal y ordenado a lo largo de tan vasto periodo de tiempo? la respuesta es que la meseta del Colorado (el “Colorado plateau”) se elevó durante la era de los dinosaurios y continuo hasta tiempos recientes cuando ya el río Colorado empezó a excavar el cañón. El rio y los demás agentes erosivos han creado en los últimos 5 o 6 millones de años una de las lecciones de Geología más completas de las que podemos aprender: las cerca de 40 capas de rocas y 14 grandes deformaciones (brechas en el historial geológico) del Gran Cañón forman una de las más estudiadas secuencias rocosas en el mundo.
De entre las múltiples rutas, decidimos caminar una parte del Rim Trail para contemplar el vertiginoso acantilado y seguirlo de cerca durante varios kilómetros; entre los miradores más interesantes del Grand Canyon South Rim, citaremos Mather Point, Hopi Point, Grandview Point, Lipan Point y Desert View, Hermits Rest, Watchtower (atardecer) ; recorrimos la parte izquierda del Hermitage Rim salpicada con 9 miradores de los que recorrimos 6 a pie y el resto en Shuttle hasta el último mirador, Hermits Rest, en que se ubica el Yavapai Geology Museum. Hicimos una parada en el Abiss Point para descansar y comer los bocatas que nos habíamos preparado, delante de una naturaleza espectacular. Por la tarde recorrimos la parte derecha del cañón, mucho más masificada pero igualmente deslumbrante, y posteriormente, nos acercamos a Grandview Trail, otra parte maravillosa del cañón para contemplar el color rojizo de la puesta de sol sobre la roca y la cinta plateada del río entre meandros, allá abajo, en las profundidades del cañón.
Desde lo alto, donde se alza la Watch Tower trazada por Colter Mery Jeik, la mujer que también diseñó la tienda del Visitor Center, nos sentimos parte de la naturaleza y nos fotografiamos para captar esos momentos indescriptibles de silencio y armonía.
Abandonamos el Gran Cañón con la convicción de haber contemplado uno de los parajes más bellos de la tierra, y de que ya nada nos podría producir tanta admiración; pero nuestro viaje, nos tenía reservadas otras joyas paisajísticas de las que hablaremos más adelante.
Al día siguiente, miércoles 19, salimos hacia Monument Valley, dejando el estado de Arizona para adentrarnos en Utah, el estado de los navajos donde tuvimos que adelantar el reloj una hora. El Monument Valley es una gran depresión situada en la frontera sur de Utah con Arizona, dentro de la reserva de los nativos navajo y cerca del Monumento de las Cuatro Esquinas (Four Corners). El nombre navajo es Tsé Bii’ Ndzisgaii (‘valle de las Rocas’). El valle es famoso por sus curiosas formaciones de “mesas” y forma parte de la meseta de Colorado. Lo primero que llama la atención al entrar en el valle es su color rojizo que proviene del óxido de hierro expuesto en la limolitas depositadas por los ríos que serpentean y abren el valle; las rocas más oscuras, azules y grises deben su color al óxido de manganeso.
Comimos en el único restaurante que hay, regentado por navajos, hamburguesa y ensalada y luego fuimos al museo navajo y a la tienda, tan bien equipada que parecía el corte inglés. Había una gran variedad de joyas con piedras preciosas, turquesas y corales engarzadas en plata, realmente bonitas así como bolsos de piel de auténtico diseño; terminada la comida nos dirigimos a ver los Monumentos y allí nos ofrecieron un recorrido en camiones por la zona que cuesta 100€; se apuntó parte del grupo y el resto se quedó contemplando las formaciones rocosas desde la terraza del Visitor Center, disfrutando de la belleza del paisaje y de la paz que se respiraba en tan bello escenario.
Los que se adentraron en el paisaje en un 4×4 abierto, dieron con un guía muy entregado que les cantó, les hizo bailar y hasta les hizo fotos artísticas. Realmente volvieron muy contentos. Una vez en el mini bus nos encaminamos a Page, recorrido en el que empleamos dos horas; una vez en el hotel West Best, parte del grupo se fueron a cenar a una pizzería y otros nos quedamos en la habitación que por cierto era estupenda y sus camas comodísimas, en general, todo de mejor calidad que los anteriores
Al día siguiente, salimos pronto para ir a comprar comida pues tocaba comer de bocadillos y ensaladas preparadas y como estábamos en la zona del Glen Canyon, nos dirigimos a ver una parte del rio en la que han hecho una presa y luego al centro de interpretación, Carl Hayden Visitor Center, que exhibía una enorme panel con el recorrido del río Colorado. A finales de la década de los cincuenta se proyectó la construcción de un embalse de agua para producir electricidad y se produjo un intercambio de tierras entre el gobierno federal y la nación Navajo. Nacía así un asentamiento temporal con casetas prefabricadas que acogería a los trabajadores empleados durante el levantamiento de lo que terminaría siendo el Glen Canyon Dam. Y es que durante muchos siglos, estos acantilados que rodean Page, en Arizona, fueron el hogar de los indios navajos. En 1868, tras la firma de un tratado entre líderes navajos y el gobierno federal de Estados Unidos, se creó la “Reserva del pueblo Navajo”, la reserva indígena más grande del país.
El Glen Canyon Dam es uno de los embalses más espectaculares; esta mole de cemento mide 220 metros de altura y casi 100 en la base. La planta genera más de 1,3 millones de kilovatios de electricidad con cada uno de los ejes de acero de 40 toneladas que giran a 150 rpm, generando cerca de 200.000 caballos de fuerza. Con los ocho generadores funcionando a pleno rendimiento, más de 15 millones de galones de agua por minuto (un galón 3.785 l.) pasan a través de la central eléctrica.
La visita resultó didáctica e interesante. Desde allí salimos hacia el Lago Powell, el segundo lago artificial más grande de los EE.UU. Tardó 11 años en llenarse y mientras el nivel de agua subía palmo a palmo se fueron anegando casi 5.000 kms cuadrados, sepultando para siempre desfiladeros, cañones y monolitos. Y allí, en la playita del lago, en la que había caravanas y coches acampados, se dieron un baño los más valientes y los demás metimos los pies. El agua estaba bastante caliente y hacia un calor horrible, no en vano es una zona desértica; en el centro del lago se erige una roca llamada Roca solitaria, “lone rock”, monolito grande de piedra arenisca que quedó al descubierto tras la inundación.
Desde allí nos dirigimos a Antilope Canyon, formación geológica que se ha ido horadando debido al paso de corrientes de agua a través de un proceso de epigénesis durante miles de años; sus paredes llegan a alcanzar los 40 metros de altura en algunos puntos. Según la RAE, en Geomorfología, la epigénesis es el fenómeno en el curso del cual un río, cuyo lecho está excavado en un manto de roca blanda, entalla un cañón en la roca dura subyacente. La interposición de esta en un trecho del curso del agua puede ser el resultado de una antecedencia: la estructura de roca dura ha sido realzada por movimientos tectónicos posteriores a la instalación del río en el terreno blando. En otros casos se trata de un fenómeno de sobreimposición: la estructura dura existía ya y había adquirido su forma bajo la roca blanda antes de la instalación del río. Este cañón llamado de ranura está situado en el norte del estado de Arizona, en una reserva de indígenas navajos que son los que hacen de guía dentro del cañón.
Llegamos a un aparcamiento de arena, lleno de coches y autobuses que provocaban que el lugar fuera irrespirable por el polvo; allí debíamos esperar a que nos llamaran para subir en un 4 x 4 descubierto que nos llevaría a ver lo que para mí, sería la segunda maravilla del viaje; esperamos nuestro turno comiendo bajo un tejadillo, al lado de orientales que chillaban y masticaban al mismo tiempo, escupiendo a cada momento, cubiertos con sus chubasqueros de plástico a pesar de la alta temperatura y el fuerte viento. Cuando nos tocó el turno, pertrechados contra el polvo que levantaban el viento y los todoterreno, cubiertos con gafas y pañuelos al estilo de los hiyab, nos asignaron un indio nervioso, que tras presentarse se dedicó a darnos instrucciones de cómo comportarnos en el interior del Cañón y a prohibirnos hacer fotos a nuestro antojo. Lo que no presumíamos era que la única palabra que iba a salir de su boca fuera, go, go, go… Nos llevó a tal velocidad que no pudimos disfrutar de las sinuosas formas que la roca mostraba ni de los colores que los rayos del sol dibujaban en ellas; él nos hizo las fotos, donde creía oportuno y nos dirigió como pollos descabezados…go…go ….go. Si a esto unimos la presencia de los orientales chillones que nos precedían, se podrá concluir que no fue la mejor forma de disfrutar de la belleza de este espectáculo de la naturaleza, de sus formas, sus luces y tonalidades. Aún así, mereció la pena la experiencia. Una vez fuera y de regreso al aparcamiento y llenos de arena del desierto, subimos al bus para dirigirnos a ver la tercera maravilla del viaje; la naturaleza no dejaba de sorprendernos y ahora lo hacía con el Horseshoe Bend , curva de herradura que se encuentra a solo 5 millas de Page, en el Glen Canyon y uno de los meandros más espectaculares y fotografiados del río Colorado. La guía nos dijo que el mirador estaba cerquita por lo que empezamos a bajar con toda “la caló”, los 2,5 km, a las 4 de la tarde, y otro tanto de subida. Cuando empezamos la caminata advertimos que estábamos en un desierto, pero nadie nos dijo que deberíamos llevar agua en abundancia, -cosa que desde aquí recomiendo-, para prevenir los golpes de calor; a pesar de que la ruta no era larga, la arena dificultaba la subida hasta la parte alta, donde comenzaba la bajada hasta el mirador. Y cuando llegamos, contemplamos otro prodigio de formas y colores, una exhibición del poder de la naturaleza, de la fuerza del agua, del viento y del tiempo.
Como estábamos cerca de Page, en poco tiempo llegamos al hotel en el que pudimos quitarnos el calor del día y relajarnos en su estupenda piscina. Después nos dimos un paseo, por una ancha calle-carretera bordeada de restaurantes en los que algunos cenaron; también hay centros comerciales donde se puede comprar comida y cenar por un precio módico.
El viernes 21 nos encaminamos a Bryce Canyon y en el camino hicimos la primera parada en la ruta de los Toadstool para ver los primeros hoodoos. Toadstool Hoodoos Trail es parte del Monumento nacional de Grand Staircase-Escalante, nombre que recibe un área protegida con el estatus de monumento nacional de los EEUU, que permite la protección de 760.996 hectáreas de tierras en el sur de Utah. Este sendero de unos 1,8 millas aunque tiene tramos muy estrechos y no está muy bien señalizado, es de gran facilidad y permite observar múltiples formaciones rocosas de colores contrastados y formas de cuento, como los llamados hoodoos o chimeneas de las hadas; lo mejor de la ruta a la que se accede libremente, fue el silencio y la tranquilidad con la que la realizamos, nada que ver con el ambiente frenético del Antilope Canyon; no había nadie y el silencio nos acompañó durante todo el camino por lo que disfrutamos de las formaciones en forma de seta, de las capillas de roca caliza blanca y del precioso paisaje de contrastados colores.
Seguimos viaje y pasamos por Karnab y por Virgin River y el paisaje fue cambiando poco a poco, dejando de ser desértico para ir tapizándose de verde. Los ríos afloraban saliéndose del cauce e inundando los valles. Y en este entorno de bosques y praderas llegamos al hotel Robin’ Inn, todo en madera, con una tienda enorme y muchos “lodge” de un piso o dos, al más puro estilo americano. Las habitaciones eran grandes y la puerta iba a dar directamente a la calle, como los moteles de las películas. Comimos en una hamburguesería que está al lado del hotel, después hicimos el check-in en el hotel y nos fuimos directamente a visitar el Bryce Canyon.
Una vez allí nos encontramos con la cuarta maravilla de este viaje, el Bryce Canyon. Su nombre se puso en memoria de Ebenezer Bryce, quien junto a un grupo de mormones fueron los primeros blancos en asentarse en la zona alrededor de 1850. Nos deslumbró el paisaje, el conjunto de los diferentes niveles, las distintas rocas y sobre todo el contraste de colores; el color rosado de cientos de pináculos es provocado por el óxido de hierro y manganeso y el naranja y el blanco ofrecen contrastes espectaculares; me recordaba constantemente las catedrales góticas, con sus arbotantes, semejantes a los arcos que mostraban las rocas y sus pináculos de piedra trabajada, muy similares a los de la catedral de Segovia, tan familiar para mí, vista desde la calle Barrionuevo.
El área de Canyon Bryce no es propiamente un cañón sino un gran anfiteatro natural formado por la erosión que muestra una amplia gama de deposiciones desde la última parte del Cretácico hasta la primera mitad de la Era Mesozoica. Las diferentes capas provienen de distintas épocas y ambientes: la arenisca y la pizarra fueron depositados en las cálidas aguas pantanosas del Cretácico y las coloridas formaciones, de las que fueron modelados los hoodoos, proceden de un sistema de deposiciones sedimentarias propias de corrientes frías y lagos que existieron hace entre 63 y 40 millones de años (épocas del Paleoceno y Eoceno); se componen de débiles rocas sedimentarias, cuya cúspide está compuesta por rocas más duras que protegen a la columna de los elementos. El Bryce tiene una de las mayores concentraciones de chimenea de hadas de la Tierra. Las rocas de la zona forman parte de la Gran Staircase un conjunto de capas de rocas sedimentarias que abarcan las zonas del cañón Bryce, Parque nacional Zion y Gran Cañón. Las capas más antiguas se pueden ver en el Gran Cañón, las medias en el Parque nacional Zion y las más jóvenes en el Cañón Bryce. El área se convirtió en monumento nacional en 1924, convirtiéndose en parque nacional cuatro años más tarde. Bryce se encuentra a mayor altura que el vecino Parque nacional Zion y que el Gran Cañón. La cota media de altitud se encuentra entre los 2400 y 2700 metros. No obstante, la parte meridional se encuentra a 2100 msnm. Debido a esta variedad de cotas, la ecología y el clima varían mucho de una zona a otra, ofreciendo un espectacular contraste. Ocupa un área de 145 km². De los tres parques nacionales de Utah, este es el menos visitado debido en gran parte a su remota localización.
Empezamos una ruta preciosa por la parte alta del cañón, dilatando nuestro tiempo en la contemplación de tanta belleza, queriendo captar todas las formas que emergían del fondo; después iniciamos otra ruta para llegar a la base del gran anfiteatro;
Después fuimos a cenar al restaurante de un hotel precioso. La camarera muy atenta, sabía unas palabras en castellano pues, como ya he comentado, es fácil encontrar gente que sabe “un poquito”; era muy agradable encontrar meseros hispanos pues facilitaban enormemente la comunicación con el cliente. Tras la cena fuimos a ver la puesta de sol con 12 grados y un viento que daba sensación de 10º. Ya eran las 9 menos cuarto, -aquí es una hora más-, había nubes y no pudimos disfrutar de la belleza del atardecer. Volvimos al hotel, compramos la comida del día siguiente y nos fuimos a las habitaciones ya a 6 grados; no es de extrañar, pues estábamos a una altura de 2500 metros.
Al día siguiente, sábado, salimos del hotel Robin’ Inn donde desayunamos muy bien en un comedor a la americana, todo en madera, donde reinaba el orden pues una mesera hispana muy agradable controlaba las mesas y a los camareros. Subimos al autobús y nos encaminamos al Zion Park. Durante el trayecto continuamos viendo ríos, entre verdes praderas y formaciones rocosas en estratos de colores rojizos, salpicadas de pinos. El Parque Zion, aunque precioso, no nos sorprendió después de ver tanta belleza; bien es verdad que sólo teníamos una mañana para visitarlo y no pudimos hacer ninguna ruta pues estaba masificado; las colas para coger los shuttle que llevaba a los 9 miradores del recorrido eran larguísimas. Hicimos una ruta más corta, la de la Cascada Esmeralda que no tenía apenas agua y no llegaba a ser cascada. Dimos un paseo entre árboles y paredes altísimas, por un sendero plagado de ardillas de las que nos advirtieron que tenían la rabia y que no nos acercáramos a ellas pues si te mordían te la podían contagiar; a la vuelta del paseo comprobamos que no había tiempo para llegar a la última parada que era la del rio, al parecer la más bonita, pues se tardaba en autobús 20 minutos y otros tantos en volver y estábamos en la parada nº 5. No estuvo bien planteada la visita al parque por parte de la guía acompañante, ya que su intención era salir a las 3, 45h. hacia Las Vegas cuando en realidad no teníamos ninguna prisa. De haber salido más tarde habríamos podido hacer la ruta, que las prisas nos impidieron. Pero así son las cosas de los viajes. Posteriormente comimos en mesas de madera el pic-nic preparado la noche anterior y salimos en dirección las Vegas, abandonando Utah y entrando de nuevo en Nevada.
Como no hay mal que por bien no venga, tuvimos tiempo de sobra para hacer en el hotel Luxor, el check-in de los vuelos del día siguiente, a lo que nos ayudó la guía muy amablemente, pues con la wifi de los hoteles y nuestro móvil habría sido todo más complicado. Es de agradecer. También facilitó que dos amigos pudieran asistir a uno de los espectáculos del Circo del Sol: Mikel Jackson One, del que salieron maravillados por la alta tecnología de los efectos especiales, el inmenso escenario, -todo el teatro era una carpa de circo-, la versatilidad de los actores que surgían por todas partes, techo, suelo, laterales y la espectacularidad del vestuario y de la puesta en escena. Para decirlo con sus palabras: “El mejor espectáculo que hemos visto nunca”. El resto, ya con las habitaciones adjudicadas, empleó el tiempo libre, libremente desde perderse por los hoteles, conectados entre sí, buscando la salida, -situación muy común-, a coger el trenecito que unía varios hoteles hasta la última parada. Las habitación del hotel Luxor a pesar de ser muy grandes y estar decoradas con motivos egipcios tenía pocos accesorios, no tenían nevera, ni cafetera y al dar la luz del baño, se daba el extractor que producía un ruido muy desagradable. ¡Y lo del secador! Increíble. El cable debía medir 40cm, de modo que casi me tenía que agachar para secarme el pelo. Eso sí la estructura piramidal del hotel es espectacular.
El domingo, después de desayunar en el Starbucks del Luxor, un café con un bizcocho y un croissant, al ”módico” precio de 23€, salimos en el mini bus hacia el aeropuerto de las Vegas donde llegamos de milagro pues la VAN sufrió una avería; ya tuvimos otro percance o neglicencia, nunca se sabe, que pudo tener graves consecuencias ya que se aflojó el remolque con las maletas; el ruido, el terreno llano y la rapidez en frenar, lograron que todo quedara en un susto. En el aeropuerto nos encontramos con otro imprevisto y fue que al intentar sacar la tarjeta de vuelo nos dijo la azafata de la compañía Allegiant que o bajábamos la app de la compañía o pagábamos 5 € por persona. A unos les tocó la señorita amable y pudieron bajar la app, otros en cambio, tuvieron que pagar; finalmente a las 12: 23 h, despegamos de las Vegas, -ciudad a la que creo que ninguno tiene intención de volver-, con destino al aeropuerto Gallatin Field de Bozemam. Y esta es la magnífica foto que un amigo hizo del Rio Colorado y el Lago Mead, durante el vuelo, para el disfrute de todos.
Una vez en Bozemam, en el estado de Montana, buscamos por el aeropuerto un cartel con el nombre de la ciudad para hacernos una foto y mandársela a nuestra tertulia literaria pues el protagonista del libro que estábamos leyendo, Juliet desnuda, de Nick Hornby, -os la recomiendo por ser de lectura sencilla y amena-, se movía por Bozeman; si os interesa leer la reseña del libro podéis hacerlo en mi blog, vivequijote.wordpress.com (teclear “intro” aquí) . Ya en posesión de las maletas comimos un perrito en la desabastecida cafetería del pequeño aeropuerto y nos dirigimos a buscar los coches de alquiler. Nos dieron tres coches enormes y muy cómodos entre los que nos distribuimos el grupo; el muestro resultó ser un Nissan armada, casi un tanque por el ruido que producía al acelerar.
El viaje hasta West Yellowston, a 120 km, y ya en el estado de Wyoming, lo hicimos por la ruta 191, inmersos en un paisaje de montaña, con bosques cubiertos de pinos que flanqueaban la carretera y verdes praderas de pastos en las que los caballos trotaban libremente. También vimos bosques con pinos quemados, secos, rotos y amontonados en el suelo, que nos llamaron la atención, pues ofrecían un aspecto del bosque de deterioro y abandono; alguien me dijo que en EEUU, no se limpiaban los bosques, que los dejaban al arbitrio de la naturaleza, bien fueran dañados por rayos, vendavales, nieve o fuegos; no he podido contrastar esta aseveración, pero sí, que sirve a la realidad en cuanto a la no injerencia del hombre. Ya en el parque de Yellowstone, veríamos bosques con árboles negros, absolutamente quemados, con la tierra cenicienta debido a la cámara magmática existente bajo el mismo.
Las montañas cercanas estaban nevadas por las precipitaciones de la semana anterior y los remansos de agua se extendían por la llanura creando paisajes idílicos “de película”, como suele decirse, porque en nuestro viaje, que fue un sueño convertido en realidad casi todo fue de película. Y así llegamos al hotel Stage Coach Inn, el peor sin duda de todos los hoteles del recorrido y en el que estuvimos cuatro noches en una habitación pequeña con un baño minúsculo que tenía el desagüe de la ducha atascado. Por supuesto no lo recomiendo. Como en casi todos los hoteles, los recepcionistas hacían cosas raras con la asignación de habitaciones, poniendo todas a nombre de una o dos personas del grupo y creando bastante confusión. Una vez instalados, nos dimos una vuelta por el pueblo y después nos fuimos a cenar a una taberna, muy típica, también de película, en la que todos chillaban y bebían y reían; el ambiente festivo amenizó la cena, que satisfizo a la mayoría aunque casi todos nos quejamos del exceso de picante. Y una vez en el hotel hicimos la reunión nocturna de rigor para planear la visita del día siguiente.
Amaneció el lunes y nos dirigimos al Parque Nacional de Yellowstone ….sí….aquel parque que conocimos en nuestra tierna juventud a través del programa infantil de televisión “El oso Yogui” quien sobrevivía robando las meriendas de los visitantes para compartirlas con Boo Boo y Cindy, su novia. El primer día en Yellowstone, nos obsequió con la quinta maravilla de nuestro viaje, otra explosión del poderío de la naturaleza, y nunca mejor dicho, porque Yellowstone es uno de los mayores volcanes que existen en la tierra.
Debajo del Parque de Yellowstone existe un punto caliente que origina cada cierto tiempo erupciones que se corresponden con lo que se llama un supervolcán. Este punto caliente origina que bajo el parque haya una cámara magmática, -una especie de habitación donde se acumula el magma-, desde donde llega el calor a la superficie y actúa como origen directo de las erupciones. Se encuentran, generalmente, en el interior de las placas tectónicas y en la superficie originan fenómenos y estructuras volcánicas. En Yellowstone da lugar a erupciones cada cierto tiempo y a un sistema hidrotermal con numerosos géiseres provocados por el calor que las cámaras magmáticas anteriormente descritas, transmiten a las diferentes bolsas de agua que se forman en el subsuelo tras filtrarse desde la superficie.
Llega un momento en el que el agua entra en ebullición y las burbujas de vapor suben hacia el exterior hasta que topan con el agua fría de la parte superior del conducto, que actúa como barrera de contención. Al final, la presión del agua caliente rompe la tensión superficial y explosiona saliendo fuera del géiser en forma de chorro. Tras extinguirse la presión de agua, el chorro decrece y el ciclo se repite. Puede hacerlo al cabo de unos segundos, minutos u horas. El mayor campo de géiseres se encuentra en el Parque Nacional de Yelowstone. En los últimos dos y medio de años, el volcán ha hecho erupciones cientos de veces. En unas ocasiones con mayor violencia que en otras y en tres de estas veces la magnitud llegó a la categoría denominada de supervolcán, que no es más que la máxima magnitud en la escala del Índice de Explosividad Volcánica. Estas tres erupciones, originaron cada una, una caldera volcánica, un área más o menos llana, -más difícil de ver que los volcanes en cono-, que se ha hundido y rellenado con lava de flujos posteriores y de flora, que camuflan su cráter. La primera de ellas se produjo hace unos 2,1 millones de años, la segunda hace 1,3 millones de años y hace 630.000años, se creó la caldera actual de Yellowstone. Tras la última gran explosión volcánica en Yellowstone, otras erupciones menores han provocado flujos de lava en el interior del parque. La última vez que eso ocurrió fue hace unos 70.000 años.
Calderas creadas por el punto caliente que ahora se encuentra bajo Yellowstone (mya = millones de años) – National Park Service
Como Yellowstone tiene un recorrido en forma de 8 dedicamos este primer día a visitar la ruta del North, el “Upper Grand Loop» hasta Marlone. Llegamos al Norris Junction una de las maravillas paisajísticas por sus géiseres, su olor característico a azufre y sus colores verdes, amarillos mostaza y azules en todas sus gamas, donde siguiendo sus pasarelas de madera, recorrimos unos 3 ó 4 kilómetros.
Nos pareció sorprendente comprobar cómo había zonas con árboles completamente secos, mejor dicho carbonizados, debido al calor del magma que hay en el subsuelo, y a dos o tres metros la vegetación renacía mostrándose en todo su verdor. Incomprensible. Comprobamos también que el paisaje se torna sugestivo y a veces espectral con las numerosísimas fumarolas, emisiones gaseosas de las lavas que salen por las grietas o bocas del cráter a temperaturas más o menos elevadas. Las fumarolas, los géiseres, las fuentes termales y los géiseres de barro son evidencia de la actividad volcánica continua.
Desde allí nos dirigimos a Mammoth hot Spring donde quedamos con los otros dos coches, para ver las piscinas termales pero no encontramos aparcamiento en sus proximidades y continuamos hasta el final del pueblo; logramos aparcar y aprovechamos para comer en una pradera inmensa, con bancos de madera y cientos de ardillas, que acostumbradas a los excursionistas, se acercaban a buscar parte de nuestra comida. El cielo amenazaba lluvia y aunque nos dio tregua para terminar los bocatas, terminó por caer un buen chaparrón lo que impidió que fuésemos a ver las piscinas; nos refugiamos en el Centro de visitantes que, afortunadamente, estaba allí mismo donde llegaron el resto de los amigos, bastante calados y tras leer los paneles informativos, ver una exposición de animales disecados y comprar cuentos decidimos, una vez pasada la lluvia, continuar viaje.
La siguiente parada fue Tower Fall, una cascada a la que se accede por un sendero de unos 500 metros, rodeados de verde por donde brincan perritos de la pradera, apareciendo, desapareciendo y jugueteando con la gente. La cascada no llevaba mucha agua pero ésta caía entre la abundante vegetación que limitaba la vista de la misma desde el mirador y seguidamente, y de nuevo con lluvia, nos dirigimos al árbol petrificado, que nos dejó un tanto indiferentes, no sé si por la lluvia que arreciaba o por la simplicidad del tronco. Lo que no nos dejó indiferentes fue este maravilloso arco iris, que apareció cuando la lluvia fue cediendo y salió el sol.
Volvimos al hotel por este espectacular paisaje lleno de pinos estrechísimos y muy muy juntos, pero antes, tuvimos la suerte de ver los deseados bisontes; encontramos en la carretera, una madre y su cría, paseando tranquilamente y deteniendo el tráfico, pues todo el mundo quería verlos. Fue todo un espectáculo verlos tan de cerca, así como el paisaje que nos fue acompañando, el rio superficial como cinta de plata, lleno de fumarolas en el valle y la ascensión hasta las Montañas Rocosas por un puerto precioso de puntiagudas cumbres nevadas, el Paso Dunraven a 2.706 m. de altitud y de una amplitud inusual en nuestros puertos de montaña. A través de ellas, llegamos por fin a West Yellowstone, compramos la comida del día siguiente y algunos decidieron repetir en el bar donde cenamos el día anterior; tuvieron suerte pues esa noche había karaoke y pudieron entonar alguna canción conocida, con lo que se lo pasaron en grande en un ambiente muy americano.
El martes tocaba recorrer el Upper Geyser Basin la parte sur del ocho donde se encuentra la mayor concentración de géiseres del mundo, en especial el Old Faitful, una de las grandes atracciones del parque. Todo a su alrededor está perfectamente explicado y preparado, -dado que es el más fiable y el más predecible-, en los carteles con los horarios de las erupciones y los bancos que se van llenando de gente según se acerca la hora para ver el espectáculo. Antes de las 11 menos cinco que era cuando estaba prevista la explosión del géiser, -suele hacerlo cada 60 -100 minutos- y mientras esperábamos al Old Faitful, estalló otro más lejano que subió a más altura, -como comprobamos más tarde-, que el que estábamos esperando que subiría de 20 a 30 metros y además fue más duradero ya que el chorro se mantuvo durante 8 -10 minutos, más que el esperado Old Faitful.
Cuando por fin explosionó el Old Faitful, también lo hicieron al unísono los gritos de admiración de los espectadores y todo el mundo captó con fotos o videos uno de los más bellos momentos de la naturaleza. Emocionados por lo que acabábamos de ver, hicimos una pequeña ruta hasta la parte más alta del Upper Geyser Basin, desde donde contemplamos a vista de pájaro la zona volcánica.
Una vez abajo, y por las pasarelas recorrimos otros géiseres con la esperanza de verlos en acción pero sólo vimos fuentes termales cuyos pequeños chorros burbujeaban sin cesar pero no cogían altura; el espectáculo era igual de impresionante. Desde aquí fuimos a comer a un área del bosque que está a12 km en dirección Madison y a continuación nos dirigimos al Midway Geyser Basin, lo más espectacular de todo.
Los primeros registros de esta fuente prismática datan de los primeros exploradores europeos en 1839. Sus múltiples colores, desde el rojo a los ocres, y todas las gamas de azul y verde son el resultado de bacterias pigmentadas en las biopelículas o tapiz bacteriano. Este tipo de conformación microbiana ocurre cuando las células planctónicas se adhieren a una superficie o sustrato, que crecen en los bordes de las aguas ricas en minerales. El color azul profundo del agua en el centro de la fuente es consecuencia de la absorción selectiva del agua de longitudes de onda de luz roja visible. Aunque este efecto es responsable de hacer todos los grandes cuerpos de agua azul, este es particularmente intenso en la Gran Fuente Prismática, Grand Prismatic Sprig, debido a la alta pureza y la profundidad del agua en el medio de la fuente. Toda la zona es espectacular, el vapor de agua te envuelve por completo y el aire que ese día se levanto, era tan fuerte que llenó la fuente de gorras y pañuelos de los visitantes.
Tienen aproximadamente 80 metros por 90 metros de tamaño y unos 50 metros de profundidad. Las descargas de las aguas termales se estima que son de 2.100 L a 70 °C, de agua por minuto.
También en el Midway Geyser Basin, pudimos contemplar el Excelsior Geyser, catalogado como dormant fountaine, aunque no parece que esté tan dormida pues despertó en 1985 y en 2004 y 2006 con pequeñas erupciones. Descarga a 93ºC, de 15.000 a 17.000 litros de agua por minuto directamente al Río Firehole. Es impresionante ver cómo el agua hirviendo se incorpora al río, creando en sus orillas una verdadera paleta de colores ocres.
Después fuimos al Lower Geiser Basin y cogimos una carretera de un solo sentido salpicado de géiseres, como el Firesole Lake
más adelante el Watriot Lake, ya al atardecer con su lago inmenso y un géiser continuo.
Y por último y para acabar el día paramos en un géiser con una pasarela en ocho, Fountaine Pain, donde vimos formaciones de yeso y una gran explanada con árboles quemados.
Al salir del parque encontramos otro bisonte, caminando por la carretera muy cerquita de nuestro coche; aparentemente estos animales muestran una gran mansedumbre pero no hay que confiarse pues a los pocos días, ya en España, nos enteramos a través de TV, de que un bisonte había atacado a una niña que se había acercado demasiado. No en vano hay carteles advirtiendo de su peligrosidad. Desde luego son un espectáculo en sí mismos y todos los coches se paran para admirarlos, provocando verdaderas caravanas.
De regreso al pueblo fuimos a cenar al Café Madriz, terminado en “Z”, pues alguien había visto en Madrileños por el mundo, que en West Yellowstone había un restaurante español. Nos acercamos pero estaba lleno por lo que unos cuantos decidieron no esperar y otros nos quedamos. ¡Qué maravilla de cocina y qué sabor tan español y tan casero!. Tomamos una exquisita sopa de cebolla y gambas a la plancha. Un lujo después de llevar quince días tomando ensaladas y bocatas.
Al día siguiente nos levantamos sabiendo que era nuestra última noche en Yellowstone por lo que aprovechamos la jornada a tope. Nos dirigimos hacia Madison y Norris, siempre paralelos al Río Madison, pues íbamos a ver el Río Yellowstone y el Lower Grand Loop; en el camino vimos una manada de bisontes, -hasta ahora sólo los habíamos visto de uno en uno-, y decidimos parar y observar el grupo, pero estaban muy lejos y lo tuvimos que hacer con prismáticos.
Llegamos a Canyon Village e hicimos una parada en el Visitor Center. Muy interesante la maqueta donde se ve la Divisoria continental de América, que separa las vertientes del Océano Atlántico de las demás vertientes del continente. En los EEUU, la Gran Divisoria separa los ríos que drenan hacia el Pacífico —como el río Colorado y el río Columbia— de los que drenan al Océano Atlántico, tanto hacia el golfo de México —como el río Grande y el río Mississippi, como los que desembocan directamente en este océano, como el Hudson y el San Lorenzo. También de gran interés los paneles explicativos del volcán de Yellowstone, de las fallas y los volcanes del planeta.
Seguimos hacia a los miradores de North Rim, para gozar de otra maravilla de la naturaleza, creo que es la sexta por ordenar las más significativas, el Cañón del Río Yellowstone. Bajamos un sendero de unos dos kilómetros en zigzag, con un gran desnivel hasta el rio llegando hasta Brink of Lowell Fall donde hay un mirador desde el que se ve, cómo el agua del Río Yellowstone cae en cascada unos 100 metros, levantando una espuma que no deja ver el final y siguiendo por el amarillo cañón serpenteando entre las altas paredes del mismo.
El ruido ensordecedor del agua, su fuerza, el frescor que emanaba y la belleza del cañón, hacen que se convierta en uno de los lugares mágicos del Parque de Yellowstone. No queríamos abandonar el lugar pero la cantidad de visitantes y lo estrecho del mirador nos forzaron a emprender la subida. Una vez arriba buscamos nuevos miradores para ver de frente la cascada y el río desde otra perspectiva. Preciosa la vista desde Inspiration Point y desde Artist Point, en realidad desde todos los miradores de Park County, en Wyoming, las vistas son impresionantes y dejan patente el poder de la naturaleza.
Seguimos el rio y encontramos un área de pic-nic al lado del ensanchamiento del río donde casualmente había tres mesas, una para cada coche. El sitio era precioso por lo que no dejamos de hacer fotos.
Después de comer nos dirigimos a Yellowstone Lake donde descubrimos un lago espectacular de inmensas proporciones. El lago, de una superficie de 352 km² y una altitud de 2.376 msnm, tiene 32 kilómetros de longitud y 23 kilómetros de anchura; su profundidad media es de 42 metros, con una máxima de 118 metros; es el lago de montaña más grande de América del Norte. Su mitad meridional se encuentra en una caldera, el cráter del volcán Yellowstone.
A causa de la altitud, la temperatura del agua es relativamente fresca en verano (15,6°C de media) y en invierno se hiela a principios de diciembre y pueden permanecer así hasta finales de mayo o principios de junio. El lago es atravesado de norte a sur por el río Yellowstone y es alimentado por numerosos arroyos; existen fuentes de agua caliente en el fondo del lago y otras visibles en la orilla del lago que se suman a la gran belleza del conjunto. Sus aguas desembocan en el océano Atlántico pasando por el golfo de México.
La tarde se fue oscureciendo y la tormenta avisaba con sus nubes negras por lo que dimos un pequeño paseo por sus orillas disfrutando de la gama de grises que se iban extendiendo por el cielo; al fondo aún se veía las cumbres nevadas de las montañas Rocosas.
Después del paseo por las orillas del Lago Yellowstone, nos dirigimos a West Thumb Geyser Basin la cuenca de géiseres más grande a lo largo del Lago. Es un paseo mágico a través de sus pasarelas desde las que se aprecian sus distintos géiseres y fumarolas. Ya de vuelta al pueblo, disfrutamos de nuestros compañeros de camino, los búfalos, el río plateado y sus meandros, las verdes praderas y las grietas humeantes que dan al parque ese carácter de ensoñación.
Una vez en West Yellowstone, nos preparamos para ir al café Madriz a cenar todos juntos, ya que era la cena de despedida. Comimos como en nuestra casa, desde albóndigas caseras, a salchichas, la magnífica sopa de cebolla, gambas a la plancha que repetimos y un sinfín de platos caseros que nos hicieron creer por un momento que ya estábamos en España. La chef, que salió a saludarnos a pesar de estar muy atareada y tener el restaurante lleno, nos habló de su experiencia americana y se hizo una foto con nosotros. Le deseamos el mayor de los éxitos como embajadora de la comida española.
Y amaneció el día de la vuelta a casa. Salimos de Yellowstone a las 11 de la mañana y llegamos al aeropuerto de Bozeman a las 13: 15h, devolvimos los coches de alquiler y después de dejar las maletas, comimos allí mismo. El vuelo se retraso de 4:30 a 5:10 lo que nos permitió comprar los regalitos de última hora. Volamos hacia Minneapolis, bañada por el famoso y fílmico río Misisipi, en cuyo aeropuerto esperamos el tiempo de comprar una gorra con el nombre de la ciudad y embarcar de nuevo con destino Ámsterdam. No hubo ningún retraso en los vuelos de vuelta lo que favoreció el regreso, pues una vez en Ámsterdam tuvimos que correr para coger el vuelo a Madrid! ¡Y todo sin maletas!.
!El viaje ha sido un sueño hecho realidad! !Una maravillosa experiencia que recomiendo a todos los viajeros ! !El poder absoluto de la naturaleza.!¡Un verdadero lujo!