Ciudad de cristal, Paul Auster

Una llamada rasga el silencio de la noche; ¿Es usted el detective Paul Auster?; una confusión de identidades saca de sus casas a dos individuos encerrados,   con un objetivo común, ayudar a los necesitados;  uno de ellos, se llama Quijote, o Quijada o Quesada, y se  lanza por los campos de la Mancha; el otro se llama, Daniel Quinn, o   William Wilson  o Paul Auster y se arroja a las calles de New York,  a una urbe que lo desequilibrará y fagocitará.

La novela que nos ocupa, es la primera de la La trilogía de Nueva York, escrita por Paul Auster entre 1985 y 1987  y conformada por tres relatos: Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada.  En esta ocasión, hablaremos de la primera,  en la que una ciudad acristalada, New York, devolverá a los personajes una imagen distorsionada de sí mismos, semejante y diferente, como si otro yo  habitara en su interior. Pero empecemos por el principio para comprender las numerosas dualidades a las que nos enfrentará el autor. Daniel Quinn,  protagonista de la historia, es un  poeta y escritor  de novelas de misterio,  alejado de toda actividad tras la muerte de su mujer y su hijo, que recibe una llamada nocturna de un tal Peter Stillman, preguntando por el detective Paul Auster y pidiendo ayuda; Quinn, le responde que no es tal persona pero  la llamada se repite insistentemente y la petición de auxilio se hace cada vez más agónica, hasta el punto de verse forzado a tomar la identidad del detective y ayudar al enigmático desconocido que se siente amenazado de muerte por su propio padre.

Peter Stillman, mantendrá una única entrevista con Quinn, en la que balbuceará, – incapaz de articular un discurso coherente-,  la tortura sufrida en su infancia por su enajenado progenitor, que lo encerró en una oscura habitación durante doce años, ocasionándole atroces secuelas físicas y psicológicas, con el pretexto de realizar un experimento científico; la salida de la cárcel de su padre  tras cumplir condena por aquel abominable  episodio y  el consiguiente presagio  de muerte, le impulsan a pedir ayuda a alguien inexistente y el azar marca el teléfono de Daniel Quinn. Estos trágicos sucesos relatados con mayor detalle por la mujer de Peter, afectarán profundamente   a Quinn y le sacarán del abandono   y aislamiento social en que se encontraba,  determinándole a   suplantar la  personalidad  del  detective Paul Auster,  para salvar al joven  de una posible venganza paterna;  …»Si Stillman era el hombre de la daga que había vuelto para vengarse del muchacho cuya vida había destrozado, Quinn quería estar allí para impedírselo. Sabía que no podía devolverle la vida a su hijo, pero al menos podía evitar que otro muriese».

Un narrador omnisciente cuenta en tercera persona la historia, mucho tiempo después de sucedidos los hechos, y mantendrá oculta su identidad hasta el final de la novela; es conocedor de los detalles más íntimos de la vida de  Peter y de  Daniel Quinn/Paul Auster y se comporta  como un  verdadero director de orquesta, dando entrada a distintos personajes, a los que otorgará  el papel de narradores; así escucharemos las reflexiones en primera persona de Daniel Quinn… El pequeño Peter. ¿Es necesario que lo imagine o puedo aceptarlo por un acto de fe? La oscuridad. Pensar en mí mismo en esa habitación, chillando. Me resisto. Creo que ni siquiera deseo entenderlo. ¿Con qué fin?” y  sus desdoblamientos,   en los que habla a un tú –su otro yo, el detective Paul Auster-,  como si fuera un interlocutor ajeno “Y luego, lo más importante de todo: recordar quién soy. Recordar quién se supone que soy. No creo que esto sea un juego. Por otra parte, nada está claro. Por ejemplo: ¿Quién eres tú? Y si crees que lo sabes, ¿por qué insistes en mentir al respecto? No tengo ninguna respuesta. Lo único que puedo decir es esto: Escúchame. Mi nombre es Paul Auster. Ése no es mi verdadero nombre”; también atenderemos angustiados  al relato de  Virginia Stillman, la sorprendente y erótica esposa  de Stillman que aportará  información sobre el padre de su marido, llamado también Peter Stillman, un erudito, filósofo y lingüista, obsesionado con la torre de Babel«Peter tenía sólo dos años entonces y era un niño perfectamente normal. Después de la muerte de su esposa, Stillman, al parecer, tuvo poca relación con él. […] Nadie sabe realmente lo que sucedió. Creo que probablemente empezó a creer en alguna de las rebuscadas ideas religiosas sobre las cuales había escrito. Eso le trastornó, se volvió absolutamente loco. No hay ninguna otra forma de describirlo. Encerró a Peter en una habitación del piso, tapó las ventanas y le mantuvo allí durante nueve años»;  pero la voz más emotiva y estremecedora es la del  propio Peter, cuyo discurso delirante y caótico, fluctúa entre las tres personas gramaticales, haciendo dolorosas confesiones en primera persona, desdoblándose en un Tú, para convertirse en su propio interlocutor o separándose de sí mismo para contar en tercera persona sus vivencias; asimismo  muestra su desconcierto, apoyándose  en la frase  impersonal, – dicen-,  para   exteriorizar el desconocimiento de sí mismo y la pérdida de su identidad… Peter era un buen chico. Pero era difícil enseñarle palabras. Su boca no funcionaba bien. Y por supuesto no estaba bien de la cabeza. Ba ba ba, decía. Y da da da. Y va va va. Disculpe. Llevo años y años. Ahora le dicen a Peter: Ya puedes irte, no podemos hacer nada más por ti. Peter Stillman, eres un ser humano, decían. Es bueno creer lo que dicen los médicos. Gracias. Muchísimas gracias”.

Asistimos a un monólogo interior polifónico o flujo de conciencia, desordenado, reiterativo, sin desarrollo lineal, aparentemente ilógico, en el que se distorsiona la estructura sintáctica del texto para sumergirnos en la profundidad del ser humano.

{…] »Así que hay oscuridad. Se lo digo a usted. Había comida en la oscuridad, sí, comida machacada en la oscura habitación silenciada. Él comía con las manos. Disculpe. Quiero decir que Peter comía con las manos. Y si yo soy Peter, tanto mejor. Es decir, tanto peor. Disculpe. Yo soy Peter Stillman. Ése no es mi verdadero nombre. Gracias».

Daniel Quinn, escucha atónito las  palabras inconexas de Peter,  que delatan su angustia ante la posibilidad de perder el frágil espacio reconquistado, por la  puesta en libertad de su padre.

 […]»Él vendrá. Es decir, el padre vendrá. Y tratará de matarme. Gracias. Pero yo no quiero eso. No, no. Ya no. Peter ahora vive. Sí. No todo está bien en su cabeza, pero vive. Y eso es algo, ¿no? Puede apostar su último dólar. Ja, ja, ja.

 […]  »Por eso se lo cuento. Nada de preguntas, por favor. Usted se está preguntando por todo lo demás. Es decir, el padre. El terrible padre que le hizo todas esas cosas al pequeño Peter. Tranquilícese. Le llevaron a un sitio oscuro. Le encerraron y le dejaron allí. Ja, ja, ja. Disculpe. A veces soy muy gracioso».

El narrador avanza información, – la ya conocida prolepsis-, y juzga el comportamiento de sus personajes… «Tiempo después, mucho después de que fuese demasiado tarde, se dio cuenta de que en su fuero interno había estado alimentando la quijotesca esperanza de resolver el caso tan brillantemente, de salvar a Peter Stillman del peligro…[…] Eso, por supuesto, fue una equivocación. Pero de todas las equivocaciones que Quinn cometió desde el principio hasta el final, no fue ni mucho menos la peor”…; pone así mismo un especial interés en que  el lector no pierda el hilo narrativo, haciendo resúmenes de las investigaciones sobre el padre de Peter, que  Quinn apunta en un cuaderno rojo, -único enlace con una realidad que distorsiona-; es también quien interpreta esos apuntes y quien transcribe la conversación que mantiene Daniel Quinn  con Paul Auster, una vez averiguado su paradero y su profesión, que no es la de detective sino la de escritor. El diálogo que mantienen los dos escritores, tiene como tema la literatura, el Quijote y el juego de narradores del Quijote, -reseñado en este blog-, dándonos las  claves para comprender al mismo tiempo, aquella y esta obra, incidiendo en el  proceso creativo de Paul Auster y mostrando sus  intereses como autor, que no son otros que hablar de libros, reflexionar sobre ellos, explicarlos y revivirlos  para diseccionar la complejidad humana y hacer un homenaje a los escritores que han alimentado su imaginario literario.

-Auster se mostró algo reticente, pero al fin reconoció que estaba trabajando en un libro de artículos. El que estaba escribiendo en aquel momento versaba sobre Don Quijote.

 –Uno de mis libros favoritos -dijo Quinn.

 –Sí, mío también. No hay nada comparable.

 Además del Quijote otros libros y autores palpitan entre las líneas como Moby Dick, de Herman Melville, el Génesis, La vida es sueño de Calderón,  en la que un padre encierra también a su hijo,  Alicia en el país de las maravilla, de Lewis Carroll,  Robinson Crusoe, los poemas de Bécquer sobre la soledad de los muertos, la mirada de Valle-Inclán y sus espejos cóncavos, Edgar Allan Poe,  Baudelaire, El paraíso perdido de John Milton sobre el tema bíblico de la caída de Adán y Eva, Franz Kafka por la fusión de elementos realistas con fantásticos, y por temas como la brutalidad psicológica y los conflictos paternofiliales, en suma,  literatura dentro de la literatura, esa función metaliteraria que revive  la literatura de todos los tiempos en los mejores libros. Y profundizando en la misma intención,  Paul Auster, el autor de la novela, coloca a su personaje Daniel Quinn, cuyo pseudónimo es William Wilson,  frente a su obra, sentándole en una estación de tren,  al lado de una joven que lee un libro suyo titulado «Asunto inacabado«, con la que comparte opiniones sobre el mismo. Pero hay mucho más espíritu libresco en la novela;  Stillman  es poeta y su padre es un famoso catedrático de universidad, autor del libro El jardín y la torre: primeras visiones del Nuevo Mundo,  obsesionado con la idea de inventar un nuevo lenguaje; y para mayor complicación,  Quinn  logra encontrar al verdadero Paul Auster,  que no es detective,  sino escritor y que tiene una esposa llamada Siri, como el Paul Auster real.

Todo es un juego de fingimientos; el narrador se atreve a decirnos que no interpreta, que sigue fielmente los apuntes de Daniel Quinn, y que es el autor el que ha controlado la veracidad de los hechos a través de eficientes  investigaciones … «Hacia mediados de agosto Quinn descubrió que ya no podía resistir más. El autor ha confirmado esta fecha por medio de diligentes investigaciones. […]Pero, según su leal entender, habiendo considerado las pruebas cuidadosamente y examinado todas las aparentes contradicciones, el autor sitúa los siguientes sucesos en agosto, en algún momento entre el doce y el veinticinco de ese mes».  Esta es una técnica recurrente en la obra de Auster, muy cervantina, con la que  encubre al autor detrás de los personajes o  de los narradores, para  mantener el juego simbólico de suplantación de identidades y sólo al final descubrir al verdadero autor. 

La narrativa es compleja y alberga en ella toda una variedad de modos de expresión, desde la exposición de la obra de Peter Stillman  padre,  a los diálogos de  éste con Quinn…

–Verá, el mundo está fragmentado, señor. Y mi tarea es volver a unir los pedazos.

 –Menuda tarea se ha echado usted encima.

 –Me doy cuenta de ello. Pero únicamente estoy buscando el principio. Eso está al alcance de un solo hombre. Si logro poner los cimientos, otras manos podrán hacer el trabajo de restauración…, los reflexivos  monógolos  de Daniel Quinn, en los que pone en duda el sentido de su misión,  o los ensayos sobre el lenguaje,  que explica  Stillman padre….» Nuestras palabras ya no se corresponden con el mundo. Cuando las cosas estaban enteras nos sentíamos seguros de que nuestras palabras podían expresarlas. Pero poco a poco estas cosas se han partido, se han hecho pedazos, han caído en el caos. Y sin embargo nuestras palabras siguen siendo las mismas. No se han adaptado a la nueva realidad»; el propio Daniel Quinn, recuerda los trabajos de investigación que reunió,  sobre experimentos con niños secuestrados y encerrados, desde Herodoto  a Montaigne, pasando por  «El niño salvaje de Aveyron» de 1800, o  Kaspar Hauser, que apareció una tarde de 1828 en Nuremberg,  incapaz de emitir un sonido inteligible. Pero de todos los tipos de expresión,  es  la descripción, tanto espacial como psicológica, la que ocupa un  lugar relevante en la narración;  muestra los procesos mentales, verdaderas paranoias, sufridos por  Daniel Quinn, durante  la persecución  de Peter Stillman padre, la tensión a la que se somete y a la que somete al lector, haciendo una fotografía surrealista de una  realidad asfixiante, donde lo onírico  produce un ritmo y una angustia magistrales. Y todo ello, en la ciudad de New York, la otra gran protagonista de la novela, de  la que describe  sus avenidas,  sus confluencias,  los  parques y plazas  de los diferentes distritos neoyorquinos en un recorrido frenético ,«Bajó por Broadway hasta la calle Setenta y dos, torció al este hacia Central Park West y siguió hasta llegar a la Cincuenta y nueve y la estatua de Colón. Allí torció de nuevo hacia el este, avanzando por Central Park South hasta Madison Avenue, donde tiró a la derecha y caminó hacia la estación Grand Central. Después de dar vueltas al azar por unas cuantas manzanas, continuó hacia el sur cosa de un kilómetro, llegó al cruce de Broadway con la Quinta Avenida en la calle Veintitrés, se detuvo para mirar el edificio Flatiron y luego cambió de rumbo, cogiendo una transversal en dirección oeste hasta que llegó a la Séptima Avenida, donde viró a la izquierda y siguió hacia el centro…» ciudad que Peter Stillman definirá de este modo…»He venido a Nueva York porque es el más desolado de los lugares, el más abyecto. La decrepitud está en todas partes, el desorden es universal. Basta con abrir los ojos para verlo. La gente rota, las cosas rotas, los pensamientos rotos. Toda la ciudad es un montón de basura».  Quinn, lleva hasta las  últimas consecuencias su  voluntad de cumplir la misión encomendada, olvidándose de sí mismo,  transformándose  en vagabundo, situándose fuera de la realidad y aferrándose a su cuaderno rojo,  único cordón umbilical que le une a la vida y con el que se redimirá.

Dentro de la ciudad de New York, el autor escoge la estación de tren Grand Central, para  escenificar dos momentos de gran brillantez; el ya citado encuentro con su lectora ante la que guarda su anonimato y la llegada del padre de Peter Stillman, al que tendrá que seguir por toda la ciudad para conocer sus intenciones; cuando llega el tren, a  las cuatro en punto, chirriante y abarrotado, distingue  a Stillman entre la multitud…«Quinn vio a Stillman por primera vez. El parecido con la fotografía era inconfundible. No, no se había quedado calvo, como Quinn había pensado. Tenía el pelo blanco y sin peinar, con algunos mechones tiesos aquí y allá. Era alto, delgado, sin duda mayor de sesenta años, algo encorvado. Inadecuadamente para la época del año, llevaba un abrigo largo marrón muy estropeado, y arrastraba ligeramente los pies al andar». Pero ocurre algo insólito, aparece en la estación un segundo Stillman, idéntico al primero e independiente del mismo; en ese momento tiene que decidir a cuál de los dos seguir …»Otro hombre se paró, sacó un encendedor del bolsillo y encendió un cigarrillo. Su cara era exacta a la de Stillman. Durante un segundo Quinn pensó que era un espejismo, Pero no, aquel otro Stillman se movía, respiraba, parpadeaba; sus actos eran claramente independientes del primer Stillman». Simplemente genial, de nuevo la dualidad, el juego de espejos y el azar, que añadirán  una  nota de tensión  a la excitación de Quinn y a su vacilante  elección…»En ese momento los dos Stillman se pusieron en marcha de nuevo. El primero torció a la derecha, el segundo a la izquierda».

Y es aquí cuando comienza el recorrido alucinante por las calles de New York, que irá anotando en su cuaderno rojo como único medio de saber que está en la realidad, y que lo que está viviendo, no es pura ficción; una persecución que le irá debilitando hasta caer en el abandono y en la locura.

Si el anterior análisis parece denso, diremos que hay muchos más aspectos por comentar, tal es la riqueza de la narrativa de Paul Auster. Los paralelismos con El Quijote no cesan; Peter Stillman padre,  se vuelve loco debido a sus  lecturas e investigaciones;  ¿Qué mejor retrato de un escritor que mostrar a un hombre que ha quedado embrujado por los libros?. Daniel Quinn, cuyas iniciales coinciden con las de Don Quijote, deja como éste su casa para ayudar al prójimo, perdiendo ambos la razón y la vida; hay dos Stillman en la estación y dos escritores llamados Paul Auster, como hay  dos Quijotes, el de Cervantes y el de Avellaneda; ambos autores utilizan la técnica del perspectivismo ya mencionada. El autor narra lo que encontró escrito en un cuaderno rojo, como Cervantes relata lo escrito en árabe, en unos papeles firmados por Cide Hamete Benengeli; las dualidades, la confusión quijotesca  de identidades  enreda a Daniel  Quinn, quien llegará a creer que la chica de la estación es la misma que se  encuentra ocupando su apartamento; Peter Stillman hijo, confesará que su verdadero nombre es «Señor Triste» que tanto nos recuerda a nuestro «Caballero de la triste figura».

Son tantas las lecturas y las posibilidades que ofrece esta  obra,  tal el suspense y el ritmo vertiginoso que el autor imprime a su prosa que se comprende que Paul Auster, con una dilatada trayectoria profesional, sea un eterno candidato al premio Nobel y  esté  considerado  como uno de los grandes narradores estadounidenses de los últimos tiempos.

Es un verdadero placer leer su obra.

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